La pregunta que asalta, hoy, 11 de septiembre –entendido “lo que asalta” como algo que nos aborda y desborda precipitada y disruptivamente así, incidiendo y descoincidiendo con “el curso normal de las cosas”, con su flujo (el asalto a La Moneda)– es qué hemos hecho con estos dos números y 12 letras que, evidente, son mucho más que eso.
11 de septiembre como un sustantivo con un extenso predicado histórico que ha sido sometido a múltiples manipulaciones. Hablamos de que en “el cuerpo” de este nombre propio (11 de septiembre) se ha inseminado una secuencia indescriptible de interpretaciones, pretensiones de fijación históricas, deletéreos intercambios que coordinan el tiempo de la política, metabolismos de reconciliación, perdón y amnesia; 11 de septiembre que ha devenido en amnistías y pactos secretos que revitalizan el carácter promiscuo y origen orgiástico de nuestra democracia exudante de prédicas exitistas y que recupera su discurrir anfibio en las celebraciones y los monolitos, en los discursos de arrepentimiento y en el –a esta altura completamente vaciado de sentido– “nunca más”.
Entonces ¿qué es el 11 de septiembre más allá de lo que ya sabemos? ¿cómo pensarlo por encima del inciso criminal que, desatando esa extraña alquimia tanática, reconfiguró a una sociedad completa, a su pasado, su hoy, su porvenir incestuoso repleto de permutas y torsiones de alcance fabuloso? O bien la pregunta es otra que no tiene conexión con el qué es, sino con el qué hemos hecho con el 11 de septiembre: ¿qué fue de él?
En principio parece que lo hemos vaciado de todo sentido, de la verdad y la mentira en sentido extramoral, por traer a Nietzsche a la escena. Y decimos esto porque pareciera que el 11 de septiembre deambula en el tráfago de todas las voces, precisamente, morales; de digresiones éticas o arritmias discursivas a favor o en contra cuando, él mismo, se supone más allá, fuera, indestinado, tal cual, extramoral y no prendido como piocha o una pura efeméride conmemorativa que se repite ritológicamente para cumplir con el canon de la consciencia que apremia y, entonces, perpetuar el síntoma transicional.
11 de septiembre infoxicado, arrebatado de formas y hablas; 11 de septiembre pálido y con la tersura del olvido; 11 de septiembre que siempre quiere ser firmado y signado por todas las manos interesadas de la historia; 11 de septiembre dispuesto no como el significante amo sino de los amos; hendidura desaparecida de la memoria y transformada en sesgo, en “mal de archivo”, en mitología de dioses sin mortales: un puro páramo desolado y desolador que, bajo mil llaves, hemos encerrado en las bodegas de la historia y al cual liberamos una vez al año para servirnos de su sentimentalismo comunicacional, del decimal que hace subir en las encuestas.
El filósofo Georges Didi-Huberman escribe que la imagen es “algo que persiste y da testimonio de algo desaparecido […] pero cuya persistencia misma se acompaña de una modificación esencial, cambio de estatus, cambio de significación”[1]. Es decir, la imagen como testigo de un mundo que desaparece una vez que los ojos son abiertos; la imagen puede dar cuenta de una extinción, no obstante, en esa condición testimonial se nos revela igualmente el archivo, la impresión a modo de huella que la imagen misma deja percibir.
¿Es el 11 de septiembre la huella de lo desaparecido? ¿de un detenido desaparecido? Aunque los dos números y las 12 letras se hayan banalizado al extremo y radicalmente ¿no hay, toda vez que abrimos los ojos y despertamos del letargo de la efeméride, un fantasma, un monstruo? ¿un 11 de septiembre reaparecido, sobre-viviente-vivo? 11 de septiembre solo sostenido sobre la pureza de su tragedia que lo rehabilita en toda la magnitud sin magnitud de la ética que en torno a él debiera no solo guiar, sino ser todo el sentido del mundo en el corazón de un país plagiado
Sí el 11 de septiembre es un detenido desaparecido, entonces no habrá duelo terminado y, pienso, qué será mejor así; echarlo a la eterna cadencia de lo que permanece sin permanecer, suspendido en un duelo imposible.
El 11 de septiembre no tiene contingencia, es la alianza con lo imposible y ésta es toda su posibilidad de resistir a la apropiación.
Dr. Javier Agüero Águila
Académico
Departamento de Filosofía
Universidad Católica del Maule