Probablemente algún asesor, en los días siguientes a la elección del actual Mandatario, se percató que a este le correspondería presidir el país cuando se conmemorara las cinco décadas del golpe de Estado de 1973. Y, muy sagaz, vio que la fecha sería una efeméride tremendamente importante. Trascendental. Una inmejorable oportunidad para aproximarse a los grandes estadistas que señalan rumbos y marcan improntas.
Por lo anterior, y con suficiente antelación, se comenzó a planificar el qué, cómo y con quiénes se haría la conmemoración. Pero, cuando la fecha se aproximaba, comenzaron las dificultades. No existía el ánimo de concordia ni los consensos mínimos que se requerían para una conmemoración unitaria. La señal más clara la emitió la forzada salida del encargado presidencial del evento, vetado por quienes lo consideraron demasiado conciliador. Y, desde ahí, las cosas no pararon de polarizarse.
Pareciera que, transcurridos 50 años y tras varios cambios generacionales, aún no logramos la serenidad suficiente para mirar con ánimo objetivo aquellos días. Para unos, tal parece que el tiempo debiera contarse a partir del martes 11 de septiembre de 1973, sin considerar los hechos ni procesos anteriores. Para otros, no es posible analizar el quiebre democrático sin considerar las causas que llevaron a ese trance. Los primeros prefieren enfatizar en las secuelas, mientras que los segundos buscan relevar los antecedentes. O sea, no logramos acordar el “qué” sería lo que conmemoraríamos.
Tampoco ha habido acuerdo en el “cómo” se haría tal conmemoración. ¿Con la sobriedad republicana necesaria? ¿Con el ánimo rencoroso de algunos? ¿Con artistas, poesías y espectáculos? ¿Una conmemoración de altura, de reconciliación y de concordia? ¿Una instancia de trinchera, de resentimientos y ojeriza? Si no se ha podido acordar, siquiera, el tono con que abordar la conmemoración, es claro que tampoco se logrará aquel gran acuerdo con que, algunos, soñaron recibir este aniversario. No habrá, pues, ceremonia unitaria ni comunidad de intenciones. Ni siquiera habrá una de esas declaraciones conjuntas, generalmente discretas, mesuradas y entibiadas, con las que se intenta superar desavenencias. Cada quien emitirá, ya lo han hecho, su propia declaración, su particular análisis en torno a la fecha. Desde el rincón de cada quien y desde el ángulo exclusivo de cada cual.
Por último, otra discordia más, tampoco se ha considerado brindar las condiciones para que todos, no importando su particular punto de vista, se sientan invitados, acogidos y bien tratados en esta trascendental ocasión. Nadie acude a donde teme ser mirado mal. Por eso, ya no hubo acuerdo, tampoco, en “quiénes” serán los convocados. Así, me temo, este lunes 11 de septiembre desaprovecharemos una ocasión histórica de unidad, de reconciliación y de encuentro. Otra vez.
Qué triste es observar, constatar, que la odiosidad que se sembró hace más de cincuenta años aún está presente. Más triste todavía ver que aquellos llamados a dar ejemplo de fraternidad, altura de miras y compromiso de futuro, más bien evidencian su intención de desagravio, mezquindad y ofuscamiento. Hasta hoy, desde las filas oficialistas sólo he visto una profusión de prejuicios, gestos rencorosos, excluyentes y resentidos.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho