Desde Bergson viene la idea del desarrollo intuitivo a través de la estética y el conocimiento. O sea, la intuición se desarrolla y expande, como un músculo infinito, es como la democracia, una potencia. Es trabajable. Incluso la intuición y el poder de la mente podrían ser las nuevas obsesiones del ser humano cuando hayamos superado la gula por el dinero. Esta proyección arbitraria tiene atisbos cuando conocemos los marcianos de Bradbury. Es que la intuición nos permite sincretismos entre lo real y lo imaginado como en el cuento “Encuentro nocturno” que nos demuestra que los marcianos nunca se fueron de Marte, sino que se trasladaron a otra dimensión. Pero no es ese cuento del que hablaremos.
En la biblioteca de los mejores libros de “distopía” a mi gusto, por sobre “1984”, “Un mundo feliz”, “La granja de los animales” e incluso de “Farenheit 451” se encuentra coronando “Crónicas marcianas”. Un serial de cuentos concatenados que narran la historia de los terrestres invadiendo a los marcianos, mucho más primitivos que nosotros en cuanto a maquinarias, cohetes y materiales de la razón, pero no así de la mente y sus habilidades astrales que ellos tenían como presupuesto, y digo tenían porque el hombre para variar arrasa con todo.
Se comunicaban por telepatía, con la llegada del hombre aprendieron a camuflarse convirtiéndose en los mismos hombres si querían como en “El marciano”. De hecho, el primer acercamiento fue a través de un sueño entre la marciana Ylla y el terrestre Nathaniel York, de la primera expedición a Marte. El primer amor interplanetario antes que se interpusiera Yll, marido de Ylla y el cuento termina ahí, luego vendrán las siguientes expediciones que tras los fracasos fueron poblando Marte de a poco como en la tercera expedición de 17 terrícolas que al aterrizar se encuentran con un pueblo de hace cien años atrás en la Tierra donde los reciben sus propios familiares fallecidos. Los hombres sucumben ante la debilidad y la trampa mental de los marcianos demostrando como el poderío terrestre poco podía hacer ante la delicada magia de la mente. Lamentablemente la mayoría del relato es acerca de los terrestres quienes terminan construyendo ciudades réplicas de la Tierra en Marte.
En un punto del libro los terrícolas vuelven en masa a la Tierra donde se desata la Tercera guerra mundial, para ver a sus seres queridos, despoblando las ciudades marcianas que han quedado completamente vacías. Allí comienza el relato de “Los pueblos silenciosos”:
Las puertas de la tienda estaban abiertas de para en par como si la gente hubiera salido rápidamente sin cerrar con llave. Por las desiertas avenidas del pueblo, silbando suavemente avanzó un hombre alto y flaco. Se llamaba Walter Gripp. En las colinas azules de Marte tenía su cabaña y cada dos semanas bajaba al pueblo y buscaba una mujer callada e inteligente con quien casarse. Durante varios años había vuelto a la cabaña decepcionado y solo ¡y ahora había encontrado el pueblo en ese estado! Sin un alma, sumido en la más profunda soledad.
Así es como me imagino caminando por Talca un domingo o un feriado, andando por la Acrópolis talquina de Súrdico, como Walter Gripp en medio de la calle, con el vacío necesario para apreciar, a través del silencio, el renacer arquitectónico del Trueno. La ciudad explorada como objeto estético se abre como un poema que se entiende, o como se abre el edificio del MOP en la uno oriente cuando caminamos a su alrededor.
Se metió en los bolsillos todo el dinero que pudo encontrar y con un cochecito se fue traqueteando por las calles de la ciudad. Avanzó por la susurrante tres norte, en la convivencia de sus veredas estrechas, oculto en la prontitud de sus muros. Al llegar a la avenida se dio cuenta que estaba haciendo tonterías. No necesitaba dinero. Se autopagó un sándwich de carne que había sacado del Pirandello, lo pagó en medio de la soledad y botó el resto de billetes. Me lo imagino caminando por la uno sur desde la 4 oriente hacia el poniente, desprendido de todo metal y contemplando en el horizonte el cerro de la virgen. Walter Gripp transitando la avenida Colín con la complicidad de los cerros verdes de fondo en la tranquilidad de una noche o un día en que no hay nadie, como una ciudad en pandemia. Las formas y la estética de la ciudad se despiertan cuando todos duermen, en el reposo de la gula se enciende la contemplación. Para nosotros esto termina aquí, menos para Walter porque de pronto, en medio del transcurso del vacío de Marlin, su pueblo marciano (o marxiano, diría el disléxico), suena un teléfono, y sí, es una mujer.
Franco Caballero Vásquez