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Entrevista: “Tras el tráfico de guaguas se esconde una realidad muy oscura”

Más allá de hablar de un tema que requiere visibilidad, la novela “La casa de las arañas”, asegura su autor, Nicolás Poblete, es un homenaje a los años 90’ (por Mario Rodríguez Órdenes)

Nicolás Poblete Pardo es una de las figuras relevantes de la narrativa chilena actual.

La casa de las arañas” (Cuatro Propio, 2025), notable novela de Nicolás Poblete, profundiza en la complejidad de los seres humanos. “Con la maestría de quien sabe tejer una trampa, Nicolás urde estratégicamente esta historia de terror llena de realidad”, precisa Nona Fernández Silanes.

Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es doctorado en literatura Hispanoamericana por Washington University, Estados Unidos. Desde el año 2000, que publicó ‘Dos Cuerpos’, su primera novela, su carrera ha sido meteórica. Y, sin duda, es una de las figuras relevantes de la narrativa chilena actual.

Nicolas, ¿cómo surge “La casa de las arañas”?

“Hace un tiempo me regalaron el libro ‘La psicología del crimen’, de Philip Feldman, originamente publicado el año 1993. Ahí me remonté a la década de los 90´ y se me ocurrió la idea de trabajar con algunos de los debates que se plantean en ese libro, como la existencia de una predisposición biológica que explicaría comportamientos criminales. Fue como rendir un homenaje a los años 90’, con marcas que algunos recuerdan, como la emergencia del ‘grunge’ con bandas clave como Nirvana; la innovación de los primeros teléfonos celulares que fueron desplazando poco a poco los teléfonos públicos que funcionaban con monedas de cincuenta y cien pesos. La época donde en las micros te daban un ticket de papel prepicado. Y también surgió por la necesidad de hablar de un aspecto que aún requiere visibilidad: el tráfico de guaguas en nuestro país”.

¿Es un Chile muy reciente que no ha podido superar las marcas dejadas por la dictadura?

“Sí, porque para ‘superar’ un trauma, debes sentir que su impacto ha ido decreciendo, que ha habido un proceso profundo de trabajo emocional, y generalmente ese no es el caso, ya que siempre hay ‘marcas’, como las denominas. Creo que son necesarias varias generaciones para verdaderamente sentir que ha habido una superación, y mientras haya testigos y protagonistas que subsisten con esas heridas, no puede haber superación”.

¿Qué se esconde tras el tráfico de guaguas?

“Tras el tráfico de guaguas, se esconde una realidad muy oscura, biopolítica, y revela una faceta muy terrible del ser humano, que es capaz, dadas las circunstancias, de considerar al otro como mercancía”.

¿Es también un mundo donde el dinero lo compra todo?

“Exactamente. El dinero lo compra todo. El dinero es un mecanismo de intercambio aceptado transversalmente. En ‘La filosofía del dinero’, Georg Simmel explica el dinero como un fenómeno social que puede transformar nuestros vínculos y nuestro estar en la sociedad. Él se fija en el modo en que el dinero va mucho más allá de su función de intercambio comercial. El dinero influye en ti como individuo, en tu noción de libertad, en cómo te desarrollas racionalmente, en cómo se perfila tu cultura. Como el dinero es una forma de valor abstracto, tiende a distorsionar las relaciones personales, volviéndolas impersonales”.

Estando tan vinculado con Estados Unidos, ¿cómo es el tráfico de guaguas allí?

“Algo que es importante recordar es que el tráfico es transversal. Hay muchos estudios que se hacen en África, en Asia y en el Medio Oriente, pero en el mundo occidental el tráfico es activo. Solo en los Estados Unidos se ha documentado tráfico en los cincuenta estados, pero las víctimas de tráfico humano pueden ser guaguas, adultos, mujeres, hombres, inmigrantes, etcétera”.

Nicolás, ¿Por qué en sus novelas se inclina por buscar el lado oscuro de las personas, de la realidad? ¿Comparte que la vida de algún modo es una pesadilla?

“A veces a uno se le ocurre una idea que no puede llevar a cabo, no puede desarrollar. A veces alguien te encarga un escrito y eso es un trabajo. A la hora de escribir una ficción, de plantearte un proyecto, la motivación no es exactamente premeditada y, podría decirse, el tema llega por sí solo más que por una decisión deliberada, entonces personalmente no tengo mucha conciencia de ‘buscar’ el lado oscuro, sino que este está siempre ahí y encuentra una voz, un canal”.

¿Qué aspectos sombríos de la sociedad chilena destacaría?

“Sin duda que en nuestra historia tenemos muchos episodios que hablan de este lado oscuro. Estas pueden ser historias más locales, como la matanza de dos mujeres por una jauría de perros (que yo ficcionalicé en ‘Dame pan y llámame perro’) o eventos nacionales, como la tragedia de Antuco (que revisité en mi novela ‘Corral’). Sin afán de ser cursi, quizá son esas zonas de oscuridad las que reclaman un foco de luz, de atención, una voz a través de la cual manifestarse”.

¿A qué se acerca lo que pasó en 1973, tal vez a una pesadilla de horror?

“Absolutamente es una pesadilla de horror, imposible ponerlo en duda. Son heridas que tardarán mucho en sanar. Algunas de estas heridas jamás cicatrizarán para algunos. En algunos casos concretos los casos son zanjados con indemizaciones monetarias, lo que habla de la imposibilidad de una sanación real, desde el momento en que nuestros depósitos afectivos no pueden ser compensados con un gesto bursátil”

Está escribiendo un libro sobre una secta de un solo miembro, ¿qué nos puede adelantar?

“Sí, es el concepto de secta más que una secta propiamente tal. En realidad, casi ninguna secta se autodenomina así, pero tú puedes ver rasgos de secta en un sinnúmero de expresiones sociales, grupos, guetos. Es posible hablar de una secta de dos personas, donde uno somete al otro a través de un trabajo de hipnosis, de manipulación profunda. Esto lo vemos cada día en algunas parejas. Una de las personas debe estar en la posición adecuada de subsumisión, y debe ser ‘encantada’ por su ‘mentor’, que le habla con un tono específico, con un discurso muy convincente o, por lo menos, convincente para él/ella. En este texto, que es el que viene, tenemos a dos hombres, uno a merced del otro. El protagonista está poseído por el sentimiento de culpa y este sentimiento es vivido como un castigo terrible que habla de nuestra capacidad para experimentar el masoquismo”.

¿Qué es lo que más le perturba del ser humano?

“En la novela hay varias escenas, varios personajes que representan la falibilidad de la que somos capaces. Por ejemplo, en la jefa de la protagonista, la académica Antonia Candelaria, que chantajea a su subalterna por su orientación sexual. Estamos hablando de los años 90. Asimismo, esta jefa le dice a Isa que la va a recomendar para una beca y le va a escribir una carta para apoyarla, pero resulta que la carta es negativa. En la carta la jefa la desprestigia de un modo muy cruel, y esto es algo que ocurre sin remordimientos y sin repercusiones. Entonces, hay quienes ven lo macabro en lo más evidente, en el caso de la novela, en el tráfico de guaguas, pero hay comportamientos totalmente abyectos perpetrados por autoridades universitarias que pasan más colados, sin castigo, y que muy pocos ven como moralmente repudiables. Uno pensaría que en un ambiente académico que profesa valores humanistas estas conductas serían imposibles, pero yo mismo lo he vivido y doy fe de que estas prácticas son transversales en esos circuitos que prosperan de manera mafiosa”.

El banco de huellas genéticas, ¿nos protege del tráfico de guaguas? ¿Isa logra superar su tragedia personal?

“No, el banco de huellas genéticas es un paso, sí, pero es muy insuficiente. He hablado con personas que restan total importancia a esta tecnología y consideran que en el caso chileno es muy fallida, muy rudimentaria. En otros casos esta tecnología ha conseguido unir familias y eso ha resultado en una revolución familiar, emocional, un tsunami existencial. En el caso de Isa, y considerando que esta es una ficción, ella consigue integrar la realidad más terrible de este fenómeno, transformándola en un proyecto laboral y en una misión personal”.

La tragedia de la guerra en el mundo actual, ¿qué nos muestra?

“Desde mi perspectiva nos muestra una crisis terrible muy desalentadora. Es natural ver, por ejemplo, el cinismo como mecanismo de defensa. También ves a mucha gente subiéndose a carros disparatados por la impotencia que la guerra produce, por la incapacidad de hacer algo concreto por ayudar. Por una parte, hay mucha preocupación y también movimientos serios que ayudan de manera concreta, como la fundación ‘Survivor Alliance’, por nombrar una, que trabaja para empoderar víctimas desplazadas y/o traficadas, y por otra parte hay una gran masa histérica que parlotea en redes sociales y que solo busca desahogarse o presentarse como voceros morales. Ves una proliferación de egos ansiosos por exhibirse como ‘humanos’, ‘rectos’ desde sus teclados. La tragedia de las guerras nos muestra lo mejor y lo peor de lo que somos capaces”.

¿La familia es un refugio para los turbulentos tiempos que vivimos?

“La familia es una institución que ha sido analizada ampliamente, por Jung, por Lévi-Strauss, por Freud, por Piaget, por muchos. En el caso de ‘La casa de las arañas’, la familia adopta la crítica que hizo la antropóloga Margaret Mead hace ya ochenta años. Ella comenzó a cuestionar los roles de género dentro de las familias y llamó la atención del modo en que estos se construyen a través de pactos culturales y no son innatos o esenciales de los sexos. Así, en la novela, las mujeres consiguen una familia totalmente original, excéntrica para los parámetros convencionales que aún se promueven en nuestra sociedad de consumo”.

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