El entorno llora un puente peatonal y para ciclistas. El arquitecto Carlos Candia asegura que la solución es más simple de lo que parece (por Rodrigo Contreras Vergara)
Las ballenas varadas, si los ambientalistas bienintencionados no logran devolverlas al mar, se quedan en la orilla, mueren y van desapareciendo lenta y persistentemente hasta volver al océano convertidas en pájaros y peces.
Los puentes quebrados por movimientos telúricos, pesados en sus cimientos, imposibilitados de la transformación natural de las ballenas, se quedan a vestir santos, con sus ojos abiertos mirando la indiferencia de la gente. Conductores veloces arriba de autos, de camiones llenos de madera y camionetas bajando del cerro, no se dan cuenta de nada, como si los restos del puente hubieran desaparecido.
Pero no han desaparecido. Siguen en una agonía que se ha vuelto habitual en ciertos sectores de Talca. ¿Por qué? ¿Por qué nadie se hace cargo? ¿Por qué no se ha derribado en su totalidad el viejo puente sobre el río Claro? O, ¿por qué nadie propone su recuperación, más allá de los nostálgicos que se expresan en redes sociales?
Seamos justos, no todos optan por agachar la cabeza y hacer como si no pasara nada. A Carlos Candia, arquitecto, colaborador emblemático de Diario Talca, el puente viejo ya le daba vueltas en su época de profesor universitario. Después, cuando trabajó en la Secplan del municipio de Talca, mientras proponía ideas para el cerro, cerca del río Claro, también se le aparecieron los restos del puente.
Fiel a su ideario de arquitecto con los pies en la tierra, que camina la ciudad con todos los sentidos puestos, Candia no deja de ver oportunidades donde la mayoría ve problemas y costos.
Habría que dejarse de clichés a la hora de proponer ideas. Habría que dejar de decir que sí a todo. Sí, jefecito, sí, sí, una ciudad pedaleable para ciclistas pensantes que buscan rutas maximalistas. O un pulmón verde para una ciudad contaminada. Obviedades que a veces requieren respuestas más simples de las que el papel aguanta o una presentación sugiere.
El arquitecto argumenta que hay infraestructura en la ciudad que perfectamente se puede reciclar, apuntando directamente al viejo puente del río Claro. Habla de “injerto” para explicar, desde la botánica y la medicina, la opción de recuperarlo.
Aunque a los políticos no les guste el injerto, el parche, porque quieren todo nuevo y brillante. Sin embargo, hay casos en que los árboles no dejan ver el bosque. Y pueden pasar quince años y la solución no llega, empantanada en kilos de burocracia y frases hechas.
Pasa que hay soluciones simples. Decisiones que pueden hacer reverdecer y dar vida a desiertos rodeados de oasis.
La zona donde se ubica el puente viejo es un lugar que dialoga abiertamente con la magnífica presencia del río, que no por obvia es menos relevante; con el remodelado balneario, el humedal y el cerro. Un todo al que le falta un puente, metafóricamente hablando. Porque el puente nuevo es para los vehículos.
El peatón o el ciclista que osa cruzarlo no tiene tiempo siquiera para asustarse con el movimiento que provocan los camiones llenos de madera. Hay que entrecerrar los ojos y rezar para llegar a salvo a la orilla, como un náufrago a metros de una isla.
Carlos Candia se imagina a los peatones amantes de la naturaleza, a los ciclistas que suben al cerro, a los turistas que visitan el balneario, a los devotos de San Sebastián. Todos recorriendo el viejo puente injertado, reconstruido, dialogando con el entorno.
Dibuja a los buses eléctricos municipales llegando con adultos mayores de paseo y mientras esperan, los vehículos aprovechan de cargar sus baterías gracias a paneles dispuestos estratégicamente en el puente. El Boulevard del Vino, acota, tendría un escenario fabuloso en el puente para realizar sus actividades.
¿Derribarlo por completo? No, costaría mucho más que recuperarlo. Además de los costos ambientales sobre el humedal. Y si aun así los recursos para el injerto no son suficientes, Candia propone una primera etapa que genere un muelle-balcón en la orilla oriente, y una escalera que permita bajar al río para subirse a los botes que recorren el cauce. Pasar de un puente viejo a un muelle nuevo. Una primera etapa que abra el apetito y permita llenar el sombrero en una segunda pasada.
Parece tan obvio. Los argumentos sobran. No pueden escudarse en costos fuera de presupuesto. Así y todo, las buenas ideas sobran y falta pasión, visión, gestión.
Estoy pensando seriamente en dedicarme a la política. ¿Y si me postulo a presidente de la junta de vecinos? ¿Y después al concejo municipal? ¿Y, finalmente, a la alcaldía y contrato de asesor a Candia? Sí, ya sé lo que me van a decir. Otra cosa es con guitarra. Lo sabe muy bien el Presidente. Pero Santiago no es Chile. Talca es Talca, una ciudad de oportunidades.