Con “Gozo”, Lucas Costa se posesiona como una de las voces más interesantes de la narrativa chilena joven. Su propósito: “Escribir sin pretensiones, solo por el hecho de encontrarse con uno mismo. Que no tiene nada que ver con publicar. Publicar es un percance” (por Mario Rodríguez Órdenes)

La aparición de “Gozo”, (Editorial Aparte, 2025) de Lucas Costa, muestra un poeta talentoso. Nacido en Santiago en 1988, ha publicado los libros de poesía “Encomienda” (2013), “Playa de escombros” (2017) y “Calcio en la mirada de la noche” (2022). Como traductor publicó “El libro de los muertos” de Muriel Rukeyser (2021). La poesía de Costa es esperanzadora. Lo dice cuando hace suya una frase de Nick Cave: “Hemos tenido demasiadas penas, ya llegó el tiempo del gozo”.
Lucas, Gozo coincide con la muerte de su mamá. ¿Cómo fue ese proceso creador?
“Fue de manera urgente e inconsciente. Estuve mucho tiempo sin darme cuenta porque escribía al pie de la cama o mientras nos distendíamos con la familia en la casa. La verdad es que no lo vi venir, estaba ahí latiendo, pero como todo latido, a veces no se siente hasta que el latido te tapa los oídos. Los poemas aparecieron sin querer queriendo, como se dice en buen chileno”.
En cuanto a sus libros de poesía, ¿qué continuidad existe entre ellos?
“Creo que hay algo que los atraviesa y puede ser entre lo vivido y lo imaginado, pero siempre con un pie en la experiencia, en cosas que me han pasado a mi o a quienes me rodean. Son todos libros muy distintos en la forma y el tono, pero todos guardan una relación vital, de la poesía como una forma de expresar una vida que se vive, en todos los casos, a concho”.
Al escribir, ¿acude a su inspiración o trabaja sistemáticamente un texto?
“No creo mucha diferencia entre ambos, porque el poema siempre es un trabajo, no lo pienso como sistemático sino más bien fiel a la experiencia que el poema intenta transmitir. Puedo escribir desde la inspiración, pero estando metido años en un texto, con un trabajo ‘sistemático’, pero que no depende tanto con lo que uno piensa que el poema tiene que decir sino al revés, intentando que el poema suelte los amarres de esa inspiración que trajo las primeras palabras”.
En este caso, se fue a Pichidangui a escribir. ¿Qué encontró en ese espacio?
“Me fui porque me pidieron, mi gente, que me fuera, para poder sanar lo que estaba sintiendo después de la muerte de mi madre. Me encontré con su presencia, sobre todo nadando a capela en el mar abierto, práctica que ella me heredó. También me encontré con miles de pedazos y poemas que no sabía que existían, repartidos en varias partes. Porque a veces uno escribe por una necesidad interior y no se da cuenta que eso puede ser material para un libro. Me encontré con poemas que pudieron ponerle palabras a algo inefable que es la pérdida y el encuentro con la madre ida. Y otras experiencias que pasan entre la muerte y la vida”.
¿Por qué decidió que “Gozo” es un libro que se regala?
“Desde hace mucho tiempo, con muchas personas, hemos pensado en un sistema ajeno de circulación de libros de poemas, donde lo que importa es la gratuidad, porque si bien son objetos de mercancía, contienen algo que no puede ser medido en términos económicos. Los poemas no se agotan, no tienen fecha de vencimiento. Sabemos que los libros de poemas no se venden y cuesta que la gente los lea porque existe con ellos un justo prejuicio: nos enseñaron de una forma atrofiada a leerlos, que son fomes, que son lateros, etc. Lo que importa de la poesía es su capacidad de darnos libertad, sobre todo cuando la interpretamos. Para extremar el gesto de encuentro con los lectores y, por otro lado, poner sobre la mesa el hecho de que la poesía es un espacio ajeno al sistema, creemos coherente hacerlos circular de manera gratuita”.
¿Escribir tiene algo de terapia?
“Muchísimo. Para mí es la primera forma en que le puedo dar un lugar a lo vivido y pensarlo de otra manera. O por primera vez. Lo he visto en muchas ocasiones, haciendo talleres de escritura en cárceles de menores y, efectivamente es terapéutico. Escribir sin pretensiones digamos, solo por el hecho de encontrarse con uno mismo. Que no tiene nada que ver con publicar. Publicar es un percance”.
¿Cómo aparece su inclinación por la poesía? ¿Qué influencias recibió en el colegio?
“Apareció en el minuto preciso de la adolescencia donde uno, si no se agarra de un ancla, se puede autodestruir sin vuelta atrás. Fue por dos partes. Mi madre me obligó a leer consecutivamente en los veranos antes de salir de la casa, viendo que tenía un hijo punk que no demostraba interés más que por discutir de política y obsesionarse con música underground. Por otro lado, apareció una profesora, Paola Miño, que supo ver detrás de un adolescente rabioso y, a ratos, insoportable, un potencial. Ella me mostró el camino hacia las palabras. Lo primero que hizo fue hacer un puente directo entre el punk y Pablo de Rokha. Y luego mostrarme una infinidad de poetas y música y una generosidad que me espero me acompañen hasta el día de hoy”.
¿De qué poetas se siente cercano?
“Me siento cercano a muchísimos poetas, antiquísimos y jóvenes, no hago mucha distinción en ese sentido. Creo que un buen poema está en Safo y en quien aún no ha publicado. Siento cercanía más que lejanía en cuanto a la poesía. Ahora, leo mucha poesía norteamericana, brasilera y peruana contemporánea, por decir algo”.
¿Porqué el año 2023 fue tan difícil para usted?
“Porque fue el año en que le diagnosticaron cáncer terminal a mi mamá y perdimos un hijo, entre otras cosas”.
¿Qué importancia en su creación ha tenido Isa Ugalde? ¿Qué le enseñó?
“La Isa fue mi gran amiga cuando comencé a trabajar en bibliotecas escolares. Era la profe de historia y de inmediato nos vinculamos a través de la poesía. Nos conocíamos cuando éramos chicos, pero ya de grandes vimos que nuestros temas en común eran muchos: hacer talleres en cárceles, la palabra, la historia, etc. Y también el humor. Hablábamos como condenados por WhatsApp, cosas profundísimas que no alcanzábamos a abarcar en la conversa y, también jugábamos a hacer poemas con las frases que quedaban dando vueltas a nuestro alrededor. Intenté durante un tiempo recopilar esas frases y armar poemas para solo jugar y reírnos. Pero de pronto aparecían joyas en medio del estercolero. Le debo mucho a mi amiga, me enseñó muchas cosas que no se pueden poner en palabras creo, pero sobre todo a sentirme libre cuando escribo. Y que esas palabras pueden transmitir un calor distinto a las que abundan en la pesadumbre del contexto que vivimos”.
En su poesía habla de la importancia de la amistad para volver a la vida después de la muerte. ¿Qué importancia tiene para usted la amistad?
“Para mí la amistad tiene un grado sagrado diría, a la manera cristiana. Aunque Cristo dio la vida por sus enemigos, que es algo brutalmente hermoso e imposible para un pobre como yo. Cada día que pasa siento que la amistad tiene un lugar fundamental para seguir adelante. Pienso en mis hermanos, de sangre y no (porque así les llamo a mis amigos profundos) y no puedo imaginarme una vida sin ellos. No podría siquiera estar respondiendo esto si no fuera porque han sido ellos y ellas quienes me han sostenido y han creído en mí. Mis vínculos con las personas son profundísimos porque así me enseñaron. El modelo está en mi mamá, que fue una gran terapeuta siendo profe: con quien se cruzaba lograba abrirle su vida o aprender algo nuevo de quien tenía adelante. En ese sentido, es algo heredado. Mi vida no sería nada sin las personas que han dado la vida por mí, gratuitamente. Y de manera libre, involuntaria”.
Conoció al poeta lúdico Erick Pohlhammer, que vivió mágicamente. ¿Qué importancia tuvo para usted?
“Estuve, creo, dos veces con Erick. Pero recibí de mis amigos, que eran cercanos a él, su generosidad. Para mí es un poeta fundamental, pues nadie celebra la vida como él en la poesía chilena. Creo que sus poemas hablan de la alegría de estar vivo y no puedo estar más de acuerdo con eso. Lo sigo disfrutando, leyendo, intentando entender su soltura y tratándome de contagiarme con ella. No pude decirle cuánto me influyeron sus poemas, pero sé que no está lejos así que debe saber que estas gracias van para él”.
¿Qué búsqueda lo hizo traducir “Los libros de los muertos” de Muriel Rukeyser?
“La hondura de su energía, que se traduce en poemas de toda estirpe. Es un libro señero para muchas búsquedas. Un libro que incluso hoy tiene sus repercusiones políticas y también poéticas. Es un libro fundamental en la poesía del siglo XX norteamericano y nadie lo había hecho. Me siento agradecido de haberlo traducido, bien o mal”.
¿Qué le significó ganar el Premio Roberto Bolaño el año 2012?
“Nada más ni nada menos que conocer a gente que ha sido fundamental en mi vida como Francisco Ovando, Gaspar Peñaloza y Carlos Cociña. A quienes ganamos nos dieron, como parte del premio, ir a compartir a Arica. Después de eso, el modo en que empecé a pensar en la poesía se empezó a vincular con la generosidad y a distanciarse cada vez más de verlo como una carrera de caballos. La sigo pensando como el espacio de la generosidad del lenguaje a quien nadie le importa. Y agradezco haber tenido esa instancia que repercute hasta el día de hoy”.