El rumor corrió rápido entre los vecinos. La Curtiembre se había vendido y se iba a construir una clínica. Una oportunidad para vender a buen precio sus casas y, de paso, darle vida a una plaza un poco escondida con aire de barrio tranquilo. El proyecto no se concretó. ¿Fue para mejor? ¿O no? (por Rodrigo Contreras Vergara)
Esta plaza, a diferencia de la mayoría de las plazas, no es cuadrada. Tiene árboles, por su puesto. También bancas, de esas antiguas armadas de listones de madera pintados de verde. Una plaza con un perro regalón. Con una pérgola, como muchas plazas. Con una cancha de baby fútbol como pocas o ninguna. Una plaza larga con juegos infantiles y máquinas para hacer ejercicios, marca registrada de la gestión municipal moderna. Si fuera un emprendedor entusiasta, me gustaría saber qué hacer para importar juegos y máquinas y venderlas a los municipios. O mejor, instalarme bajo un toldo azul a vender libros, antes que un guardia, con un Condorito bajo el brazo, me pida amablemente salir de la plaza. Vendería pocos libros, pero dormiría tranquilo.
Esta plaza está subvalorada, a la sombra de la oficialista Plaza de Armas, de la heroica Plaza Arturo Prat y de la sexy Plaza Las Heras. Pero la Plaza Abate Molina es una joya escondida, una frontera que marca el límite sur de la vieja Talca, superando el casco histórico. Rodeada por calles adoquinadas, exceptuando la 6 Sur, tiene un aire de plaza de pueblo chico. A diferencia de las otras, cuadradas y faranduleras, la Abate Molina tiene el comercio justo como para que todavía sus calles no se llenen de autos. Tampoco tiene los edificios de departamentos de Las Heras. Ni el incesante tránsito de colectivos y micros de la Arturo Prat. No tiene iglesia. Y sin embargo, se puede rezar cualquier tarde o mañana del año.
Pero (nunca un pero fue tan oportuno) un día todo pudo cambiar. Y si no cambió, culpemos a los astros o a los truenos. Tal vez esté mejor así. Subvalorada. Tranquilamente subvalorada.
RECUERDOS
Patricio Silva termina de armar un toldo y ubicar cajas con verduras y frutas en la esquina nororiente. Antes estaba en la Uno Sur, pero un día le exigieron permiso y tuvo que buscar un nuevo espacio. Y como vive en la 8 Oriente, entre 7 y 6 Sur, pidió autorización para instalarse en la plaza. Es como trabajar en el antejardín. No hay mucho movimiento así es que podemos hablar tranquilos.
Dice que llegó a Talca cuando tenía seis años. Venía de Valparaíso, del barrio El Almendral. La familia se vino a cuidar a los abuelos que vivían en la Abate Molina. Con seis años ya tenía un importante apego a Valparaíso, por eso volvía encantado a los cerros porteños todos los veranos. Incluso, una tía le ofreció llevárselo de vuelta al puerto.
Pero se fue acostumbrando. Disfrutó cuando lo mandaban a dejar pan amasado o empanadas a los vecinos. “Anda a dejarle esto a la comadre”, le decía su abuela. Recuerda los eternos recorridos dando abrazos en Año Nuevo que terminaban con los más jóvenes durmiendo en la plaza. O los juegos de brisca del abuelo, jubilado de Carabineros, con un vecino. Las cosas han cambiado, compara Patricio. Quedan algunos viejos, otros se han muerto, ha llegado gente nueva sí, pero que ya no se relaciona como antes. Algunos comercios han desaparecido. Por ejemplo, la panadería La Industrial o la cantina El Trébol, en donde él compraba completos. Le contaban de un sitio de baile llamado La Verbena que no conoció.
En su cuadra quedan dos casas familiares, la suya y la de un vecino. El resto son locales comerciales. En los 80 funcionó una cancha de patinaje. Y se disputaban campeonatos de baby fútbol en la cancha que aún está en la plaza, organizados por “Los bohemios del sur”. Se jugaban clásicos entre el Vanguardia y Brilla El Sol que a veces terminaban en peleas campales. Pero peleas “sanas”, rememora Patricio, no como las de ahora que pueden acabar con muertos. Desaparecieron las esculturas que adornaban algunos rincones de la plaza.
En la esquina de su cuadra funcionó la Funeraria Urrutia. Ahí trabajó el papá de Ricardo Saavedra, vecino del barrio. Ese terreno lo compró la familia González, la misma de los buses “Talca, París y Londres”, e instaló una distribuidora que se mantiene hasta el día de hoy. Ricardo Saavedra abrió en la 6 Sur un negocio de extintores.
EL FACTOR CURTIEMBRE
A todos esos recuerdos se suma la Curtiembre, emblema de la época dorada del Talca industrial. Cuando funcionaba, además del característico y molesto olor que expelía, aportaba movimiento al sector. La plaza era un lugar habitual de reunión de sus trabajadores. Con el paso de los años, como muchas fábricas emplazadas en el casco histórico, cerró. Quizás esa época en que estuvo funcionando fue la de mayor actividad. Después el ajetreo comenzó a bajar, junto con los cambios sociales.
Hace unos 7 u 8 años, calcula Patricio, se comenzó a hablar de que el terreno de la Curtiembre se había vendido y se iba a construir una clínica. La noticia corrió entre los vecinos. Era un anuncio que revolucionaba todo. Los propietarios de las viviendas comenzaron a sacar cuentas. Se rumoreaba que andaba gente ofreciendo comprar casas por sumas considerables. Algunos aceptaron las ofertas y vendieron. Patricio dice que antes de que esto ocurriera, había ofrecido su casa a la familia González que quería adquirir todos los lotes de la cuadra. No llegaron a acuerdo. Luego, con la noticia de la venta de la Curtiembre, intentó nuevamente el negocio, pero no hubo más acercamientos. Las cosas se enfriaron después que el anuncio de la clínica se fue dilatando hasta quedar en nada. Nunca se supo de una versión oficial.
Si se construía la clínica, la plaza hubiera tomado un nuevo brío; tal vez revivía el interés por comprar terrenos y se le abría el apetito a las constructoras o al mismo gobierno, tan necesitado siempre de espacios para proyectos habitacionales, tema de moda. Más gente, más autos, más movimiento, al más puro estilo de la Plaza Las Heras, ejemplo clásico de la renovación urbana tras el terremoto del 2010.
No sé, no estoy seguro que la clínica hubiese sido lo mejor para la Plaza Abate Molina. En una de esas, y esto hay que decirlo a media voz, está mejor así, remolona, un poco escondida, de perfil bajo, concentrada en los paseos a las mascotas, en las clases de patinaje, en las pichangas de los niños, en los cursos de yoga y de gimnasia, en las aventura de “Charly”, el perro de la plaza que tiene su casita en la pérgola. Lo que es harto y le da vida. Más sería demasiado. ¿O no?