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Emprender no es lo mismo que vender en la calle

No se confunda. En época de ferias navideñas el comercio ambulante florece regado por un río de gente aprovechando el último IFE. Pero el emprendedor es otra cosa. Otra raza. Una idea, una sociedad, un punto de vista, por ejemplo, unos carritos autogestionados en el boulevard de la Uno Sur. Por Rodrigo Contreras

¿Se ha dado una vuelta por la Uno Sur últimamente? Afuera de las grandes tiendas abundan los ambulantes y los adolescentes que envuelven regalos. Cuesta avanzar con tanto comprador ocasional haciendo taco. Gracias pandemia por los favores concedidos. Los ambulantes como animitas. Basta un paño en el suelo, unas cajas que sirven de estante, una tablas que acogen un montón de chucherías.

Hay de todo. Frutas, golosinas, poleras, shorts, bolsos, cuerdas, insumos tecnológicos, también cantantes aficionados cargando parlantes aparatosos. Están los que se instalan con toldos entre la 3 y 5 Oriente, sucursales del Crece.

Y, finalmente, desde octubre de este año, los carritos itinerantes “Corazón del Maule”. Una muy buena idea de varias mujeres emprendedoras que se conocieron en exposiciones y ferias. Quisieron darle un concepto distinto al emprendimiento, con sentido, poner orden en un espacio emblemático de la ciudad, uno con apellido de boulevard, pero que ha cedido ante la arrolladora presencia del comercio ambulante, especialmente en época pandémica. Entonces, apuestan a otras ideas. Hablan de encuentro, de diálogo, de mucho más que compras y dinero.

Las muñecas de Angélica

Las muñecas étnicas de Angélica Sánchez son muy solicitadas. Es la presidenta de la agrupación carritos itinerantes “Corazón del Maule”.

Angélica Sánchez es la presidenta de la agrupación. Su puesto, “Artesanías Talkita”, muestra muñecas vestidas con trajes típicos mapuches, diaguitas, aymaras y rapa nui. “Desde pequeña tuve curiosidad por las etnias”, dice. A lo que se sumó su interés por las telas y el tejido, guiada por su abuela Adelia o “Lala”, que le enseñó a tejer y bordar. Estudiar en la Escuela de Cultura, “cuando era Escuela de Cultura” -enfatiza- también ayudó a descubrir sus habilidades. Se acuerda de la profesora Eliana Castillo que le enseñó la importancia de la disciplina y de transmitir cultura a las personas. “Porque una sociedad sin cultura no tiene nada que heredar”.

Lo que quiere la agrupación con sus carritos instalados en el boulevard, entre 5 y 6 Oriente, es acercar a las personas, ser un punto de comunicación, no solo mostrar sus productos, también llevar música y danza. “Compartir arte, escuchar, dialogar, recuperar la tertulia”, se entusiasma Angélica. Encontraron el apoyo de la municipalidad y la idea es renovar el permiso para el próximo año.

Se acerca una señora que le dice a Angélica que regresó por el “corazón de los deseos”, una figurita bellamente bordada. La clienta se va contenta repartiendo “muchas bendiciones”.

Energía en movimiento

Desde pequeña a Fabiola Soto le gustaron los aros. La relaja el detallado trabajo de calar las delicadas piezas de sus artesanías.

Fabiola Soto reconoce ser desordenada. Su pequeño taller de orfebrería en la casa sufre con su desorganización. Pero al mirar sus aros, delicados y de finas filigranas, no lo parece. “Me encantan los aros, desde siempre”. Explica que aprendió sola, mirando a otros artesanos, como a un joven que trabajaba el alambre en la calle. Al principio de manera bien amateur.

Con el paso del tiempo, porque empezó hace 9 años, se fue profesionalizando. Si antes usaba tornillos y la punta de un clavo para hacer los orificios, hoy se las apaña con un dremel. También sabe soldar, pero sus aros no llevan soldadura. Aprendió la técnica del cobre esmaltado. Maneja a la perfección el calado de piezas pequeñas. La relaja ese trabajo minucioso con la sierra.

Su emprendimiento se llama “Rincón Alaya”, que significa -explica- energía en movimiento, concepto que está representado también en su logo junto a sus tres hijas.

Trabajó durante seis años en una empresa, hasta que decidió independizarse y apostar por la orfebrería y su gusto por los aros. Está contenta

La reinvención de Patricia

Patricia Navarrete se asustó con la pandemia. Pensó que podía ser el fin de emprendimiento. Pero no. Fue la oportunidad de reinventarse.

Patricia Navarrete trae el emprendimiento en la sangre. El abuelo era vendedor viajero. El papá tenía un negocio de abarrotes. Y un hermano se instaló con una tienda de artículos para cumpleaños.

Partió vendiendo ropa. Pero quería estar mas cerca de la familia y se puso a confeccionar insignias para uniformes de scouts. Compró una bordadora y no paró más. Se amplió con una máquina de sublimación para imprimir diseños personalizados en tazones y botellas, además de trabajar el bordado en telas.

Tuvo miedo cuando llegó la pandemia. Se puso a confeccionar mascarillas. Estuvo todo el 2020 en eso. Gracias a un Capital Semilla pudo comprar más máquinas, y este año volvió a la impresión de tazones y botellas. Se reinventó y siguió adelante. Y ahí está, siempre optimista, en el boulevard con su carrito itinerante.

Suculentas

Fernanda Díaz se enamoró de las suculentas. La capacidad de estas plantas para captar agua tiene mucho que ver con el espíritu de reciclaje que ella promueve.

“Déjame terminar esta historia…”, pide amable Fernanda Díaz. La historia es una historia de Instagram donde cuenta las últimas novedades de sus suculentas, esas plantas pequeñas y especialistas en almacenar agua. “Es más fácil hacer una historia que un post”, explica muy atenta a las redes sociales.

Su carrito está dividido en dos emprendimientos. El de ella, “Rincón Rayün” (florecer, en mapudungun) y el de su hermana, “Karün” (verde, también en lengua mapuche) dedicado a la confección de aros, llaveros, accesorios para bebés, todo con materiales reciclados, y utilizando diferentes técnicas de tejido. Me entero que en el macramé, por ejemplo, se tejen diferentes tipos de nudos solo con las manos.

De las suculentas Fernanda se enamoró este año. Fue un amor a primera vista. Y quiso integrar el espíritu del reciclaje utilizando maceteros y maderas reutilizables. Antes vivía en Santiago y trabajaba en su profesión de nutricionista. Pero no se sentía bien en la capital. La pandemia tampoco ayudó. Optó por regresar a Talca y emprender con las suculentas. “Yo no estaba feliz en lo que estaba haciendo, y encontré a las suculentas, algo que me gusta”.

El cambio fue rotundo. Ahora es su propia jefa, y tiene la responsabilidad de todo. Comprar, producir, gestionar, promocionar. Pero vale la pena. “Hay que atreverse y salir de la zona de confort”.

 

 

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