La variante Ómicron, aparenta ser menos peligrosa que las variantes anteriores de Covid-19. Sin embargo, sus consecuencias parecieran no son menores en virtud de dos factores: uno, un cierto hastío, hartazgo, cansancio que está embargando a la población; y dos, desde las autoridades se han tendido a relajar las medidas preventivas y/o los controles, con consecuencias imprevisibles. Este cansancio y relajamiento se expresa en una bajada de guardia en materia de distanciamiento social, uso de mascarillas, lavado de manos, exigencia y cumplimiento de los aforos. Todo esto está amenazando con prolongar y agravar el actual estado de cosas.
No se trata de alarmismo, sino de ver lo que está ocurriendo. Los datos duros no nos dicen que la pandemia está amainando, sino que, todo lo contrario. Si bien la tasa de muertes y de hospitalización por esta variante es menor que con otras variantes, su tasa de contagio es más alta, y por lo mismo, en términos de números absolutos estamos viendo un recrudecimiento en el número de muertos y en el número de personas que concurren a centros de salud afectados por Ómicron, congestionando los centros de salud.
Si en pleno verano estamos como estamos no es difícil pensar en cómo estaremos en invierno, cuando el virus esté en todo su esplendor, como de hecho está ocurriendo en el hemisferio norte. Acá, en temporada estival el sistema de atención primaria se encuentra trabajando a tope, todo un signo de lo que puede ocurrir en nuestro invierno.
Lo que estamos viviendo no es farándula ni una realidad virtual, sino real, por lo que haríamos bien en no hacernos eco de información sin mayor respaldo científico, ni de versiones o mentiras bien o mal intencionadas que circulan tanto en medios de comunicación como en redes sociales. Lo que menos podemos hacer cada uno de nosotros, para no agravar el actual estado de cosas, es adoptar escrupulosamente las medidas personales que ya conocemos –uso de mascarillas, distanciamiento social, lavado recurrente de manos, cumplimiento de aforos-.
Además, debiésemos seguir las recomendaciones provenientes de organismos dedicados al tema sanitario, como lo es la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esto último debido a que estamos ante un problema global, que trasciende las fronteras nacionales, por lo que las soluciones nacionales pueden no ser suficientes. Los problemas generados por covid-19 exigen acciones conjuntas, al igual que para contrarrestar el cambio climático. No se saca nada con que un país adopte medidas si otros países no hacen lo mismo. Somos más dependientes que nunca, y sin embargo no se observa acción conjunta alguna.
En tal sentido no deja de llamar la atención que Dinamarca, por sí y ante sí, sin consulta a terceros países, a la Unión Europea, ni a nadie, acaba de eliminar todas las restricciones para frenar covid-19 porque su gobierno consideró que la variante Ómicron no encierra peligro alguno para sus habitantes. Esto implica que Dinamarca “se cansó” y que resolvió por su cuenta, que se puede andar sin mascarillas y que la vida retoma su normalidad total, no obstante que los muertos por covid-19 se han incrementado en los últimos 50 días y que una alta tasa de contagio aún persiste dentro y fuera de sus fronteras.
Mientras cada uno de los países siga actuando por su cuenta, no tardaremos en contagiarnos todos, vacunados o no, y no tendremos más remedio que esperar que por obra del birbiriloque el virus resuelva disolverse. O como dijera un ministro de salud de un lindo país esquina vista al mar, se vuelva “buena persona”.
Rodolfo Schmal S.