De manera recurrente, en todas las épocas históricas la humanidad ha creído que su devenir transita de menos a más. Desde la barbarie a la civilización, según algunos; desde la pobreza a la prosperidad, según otros; desde la guerra y la violencia, hacia la paz y la concordia, al decir de los más optimistas. No obstante, también ha habido épocas en que, desde diferentes ángulos, la porfiada realidad se ha negado a acompañar ese optimismo positivista y, entonces, la intelectualidad se llena de catastrofistas, de agoreros que presagian tiempos de oscuridad y profetas que anuncian la proximidad de un apocalipsis.
¿En qué fase debiéramos ubicarnos, considerando el panorama mundial de los últimos años? Es evidente que la humanidad está enfrentando tiempos difíciles desde hace, al menos, un par de décadas. A saber, desde el atentado a las Torres Gemelas hasta llegar a la pandemia, el mundo no ha parado de sufrir una crisis tras otra. Los conflictos bélicos declarados o soterrados, las diásporas migratorias en varios continentes y las catástrofes económicas globales, se han unido al innegable calentamiento global y el consecuente cambio climático creciente, que podemos observar a simple vista.
A la luz del panorama descrito, hoy se hace difícil mirar hacia el mañana con el optimismo de otras épocas. Cuando las debilidades superan por mucho a las fortalezas de que disponemos, cuando las amenazas son tales que no podemos ver en ellas alguna oportunidad a que agarrarnos, es complicado mantener la actitud positiva y el espíritu resplandeciente de confianza que otrora teníamos. Este comienzo de siglo no ha sido fácil y, observando lo descrito más arriba, nada nos garantiza que se pondrá mejor el tiempo que vendrá. ¿Y no podríamos nosotros, aislados por mares y cordilleras, abrigar más esperanzas de pasar ajenos y exentos a tanta crisis? Pareciera que no. Nuestro particular panorama no es alentador. Vivimos padeceres iguales o más críticos que los que aquejan a los otros. ¿Cuáles son nuestras propias crisis?
Partamos indicando lo más obvio: Chile padece una severa crisis política e institucional, develada a partir de 2019 pero generada durante varias décadas pasadas. Frente a esta crisis, que reveló la discordancia entre el modelo de sociedad que se había construido y las expectativas populares desatadas por ese mismo modelo, el establishment, perplejo, sólo atino a proponer un camino constitucional que ha oscilado entre el fervor, la desilusión y el desinterés. Por otra parte, tras décadas de baja inflación alto o moderado crecimiento y aumento de los índices socioeconómicos, hoy observamos, con asombro y desconcierto, que la solidez que creíamos tener no era tal, que bastaron factores de incertidumbre interna, combinados con la pandemia, la guerra en el Este y la baja de ciertos precios, para que aquella robustez se desinflara y nuestra economía volviera a mostrar índices que, creía, nunca volveríamos a ver. Y, a las dos crisis nacionales simultáneas ya mencionadas se agregan, para desesperanza nuestra, un sistema previsional y de salud no sustentable (para ser honestos, esto no es exclusivo y, la crisis social que de ello se desprende, tampoco), un ingreso migratorio descontrolado que hace mucho dejó de ser un aporte y, al contrario, contribuye a agravar otros como el alza delictual y el déficit habitacional. Y, cuan telón de fondo, una crisis medioambiental que se manifiesta en la sequía más persistente y dañina de nuestra Historia, sólo comparable con el daño causado por los incendios, cuya magnitud sólo podrá apreciarse en las décadas próximas.
Por eso, por toda este largo, dramático y pesaroso listado de tribulaciones, es difícil sentir que nuestro país camina desde el menos hacia el más. El mañana oscuro que hoy vislumbramos, sólo podría despejarse si, en un esfuerzo común, superamos aquellos trances en que nuestra propia voluntad nos ha metido. La crisis política, institucional, sanitaria y económica son posibles de superar o aminorar con el esfuerzo colectivo. Sin embargo, la otra crisis, la medioambiental, requeriría de una sumatoria de voluntades que, hasta hoy, no veo que la humanidad tenga ganas de formar. Lamentablemente.
Juan Carlos Pérez de La Maza
Licenciado en Historia
Egresado de Derecho