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«Un gran aporte a la frágil memoria» por Gabriel Rodríguez 

“50 relatos de infancia 1973-2023”, de Aurora Lara Ruiz, reúne los testimonios de personas que en esa fecha eran niños, niñas y adolescentes (Gabriel Rodríguez Bustos)

Este libro es un puente abierto, generoso y dialogante con testigos del golpe de Estado.

 

Tuve el honor de presentar en el Centro de Extensión de la Universidad Católica del Maule este novedoso y significativo aporte a la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado.

Aurora Lara nos entrega un nuevo aporte a la Memoria. Esta vez se trata de un libro que reúne 50 relatos sobre el 11 de septiembre de 1973. La novedad es que los testimonios son de personas que en esa fecha eran niños, niñas y adolescentes y que a 50 años recuerdan ese trágico día. En un año emblemático para la necesaria revisión crítica de nuestra historia reciente, y de cómo se destruyó una democracia con debilidades, pero que había costado décadas de progresivos avances, como el voto de las mujeres o contra la denominada “ley maldita”, que marginaba de la vida política al Partido Comunista.

UN CAMBIO RADICAL

Los testimonios de 50 personas de distintos orígenes y visiones son de una autenticidad notable. Y dan cuenta de cómo vivieron ese día en las más diversas situaciones vitales. Rodrigo tenía 7 años y recuerda: “Mi padre estaba escuchando atentamente la radio cuando dijo: van a bombardear La Moneda. Salí corriendo al amplio patio para ver los aviones y, mientras mi padre me exigía que volviera a entrar, miré el cielo, semi nublado y triste. A mi padre le habían quitado el campo que había obtenido – gracias a la primera reforma agraria -, pagado con el sacrificio propio y de mi madre. No los recuerdo contentos, sino apenados. Allende nunca fue el culpable para mi padre, sino sus asesores y así me lo hizo saber siempre. Luego el silencio y el temor se hicieron la norma. Crecí con la conciencia que hablar del tema era peligroso”.

Deli tenía 16 años y una hija de seis meses. Vivía en el barrio Oriente de Talca. Los vecinos intentaron reunirse para informarse de lo que pasaba, pero fueron disueltos por los militares y obligados a volver a sus casas. Su experiencia es muy similar a casi todos los entrevistados: “Jamás olvidé aquel día, conocí la humillación, el desprecio de quienes caminaban por fuera de nuestra casa, todos los días con metralletas amenazantes, y si se necesitaba algo debíamos suplicar para salir a comprar. Yo con una hija de seis meses, recuerdo que disfrutaban cuando les pedía autorización para salir, se sentían gigantes, con poder, ese día marcó mi vida para siempre. Perdí la confianza en todo, nunca superé la desconfianza”.

En los testimonios aparece más de una vez el soldado elevado por las circunstancias a un rol de poder que lo hacía sentirse superior. Un aspecto poco estudiado de la ideología militar, tal vez todavía presente, era la idea de la inferioridad del mundo civil, lleno de defectos y vicios, mientras su mundo disciplinado y ordenado era muy superior.

EL MIEDO 

Una experiencia similar en todos los relatos es la vivencia del miedo. Un miedo que en algunos/as se ha extendido hasta nuestros días.

En un reciente ensayo Matías Quer plantea que el miedo juega un papel central en la vida social. En una sociedad atravesada por múltiples problemas, el miedo es parte de esos conflictos y de toda experiencia humana: todos tenemos miedo a la muerte, a que nos quiten lo poco o mucho que poseemos, al castigo, a los desastres naturales, etc. De allí nuestra permanente búsqueda de seguridad. Nada más inseguro para la vida y la libertad que una dictadura, sin derechos, sin justicia independiente, sin prensa libre. Si el poder corrompe, el poder total es corrupción total.

Y una dictadura cívico militar de 17 años sólo pudo mantenerse como todas las dictaduras: con una sobredosis de miedo y terror en la población, capaz de apagar y aislar toda resistencia.

Rosa vivía sus 16 años y a pesar que sus padres eran de derecha simpatizaba con el gobierno del presidente Allende. Ese día llegó a su liceo, pero estaba cerrado con cadenas, por lo que regresó a su hogar. Su testimonio se vuelve dramático: “Ocurrió lo peor, golpe de Estado en Chile, que lamentable, históricamente lo más escabroso vivido en mis actuales 63 años…Muerte, sangre, desamparo, hambre, incertidumbre, rabia, tristeza, amargura, temor y miedo. ‘Las grandes alamedas’ se llenaron de militares armados. Se destruyó lo más preciado para un país, para mí país, para mi Chile querido: la democracia”.

El miedo una y otra vez. Y el valor de la democracia. Dice la experiencia que se valora más lo que se ha perdido. Este año debiera ser una gran oportunidad para que desde todos los sectores e instituciones se haga una revisión crítica de por qué se llegó a una ruptura tan brutal con nuestra tradición democrática.

EL CORAJE

Entre los 50 testimonios los hay breves y sencillos y otros más extensos e impactantes. Rolando vivía en el sector Norte de Talca y recuerda: “Llegó el 11 de septiembre de 1973, mi mamá había abierto las ventanas de nuestra casa para que los vecinos vieran en la televisión en blanco y negro, esas de veintinueve pulgadas, de madera, marca Westinghouse que mi papá tenía en el living. Así, todos estaban atentos a lo que sucedía tras el golpe en Santiago. Había mucha gente, no recuerdo los rostros, sí recuerdo la tristeza del momento; sobre todo cuando los aviones bombardeaban La Moneda”.

Su padre, de 27 años y presidente de la población, “es detenido junto a muchos otros y llevado al Regimiento de Talca y torturado. Aquí se me aparece la fortaleza de mi mamá. En un día de lluvia, tomada de mi mano, parada afuera de las puertas del Regimiento de Talca esperando por mi papá…hay recuerdos que permanecen como fotografías en mi alma. Y la lluvia me trae de vuelta ese recuerdo: Parados, indefensos, solos, lloviendo muy fuerte, ya era tarde o era de noche, o quizás era de mañana, pero yo recuerdo esa lluvia con oscuridad y con mis cinco años, allí parado con mi mamá frente al Regimiento de Talca, les gritaba a los milicos que entregaran a mi papá. Y ahí está esa segunda foto en el baúl de mi alma”.

Cómo no conmoverse ante un testimonio así. Un coraje que muchas madres y esposas mostraron desde los primeros días. Algunas lo pagaron con la vida. Superar el miedo fue una tarea lenta. Al comienzo fueron unos pocos que se atrevieron y solidarizaron con los perseguidos. Después fueron sumándose muchos y muchas hasta construir una verdadera red por la vida y la libertad.

“Solidaridad” fue un valiente boletín de la Vicaria del mismo nombre, pero sobre todo un movimiento de personas en todo el país trabajando en comedores infantiles, educación popular, organizaciones económicas populares, medios de información alternativos y miles de iniciativas a través de las cuales el ciudadano común y corriente fue aislando la cultura del terror y de la muerte para reinstalar una cultura de la esperanza y de la vida.

SIN LÍMITES, NI PLAZO

Este libro de Aurora Lara y la Agrupación de Ejecutados Políticos y Detenidos Desaparecidos de Talca es un puente abierto, generoso y dialogante con testigos que no sufrieron directamente la represión dictatorial, pero que desde sus diversas experiencias nos ayudan a comprender el impacto que el golpe de Estado tuvo sobre las generaciones inocentes que vivían sus años de infancia y adolescencia. El terror y el daño es transgeneracional. También lo son las experiencias positivas.

Nuri de 18 años era simpatizante de la Democracia Cristiana. Su padre era un activo militante de ese partido desde los tiempos de la falange, dirigente y presidente de los pequeños industriales y artesanos de la VII región. “Yo de verdad estaba muy acongojada, fue devastador para los demócratas todo lo que estaba sucediendo”. Y agrega: “Pasados unos meses mi padre siente que nuestro teléfono en casa está intervenido, era amigo de Eugenio Ortega, Gustavo Ramírez, Homero Gutiérrez, entre otros y tuvo que dejar de comunicarse con ellos, además, quemar las fotos y libros comprometedores, él era un muy buen lector”. Durante esos años Nuri también perdió a su pololo, militante socialista que debió exiliarse.

Las ilusiones de los que creyeron que el país recuperaría la normalidad al cabo de unos meses o un par de años se equivocaron. Y gradualmente, desde los 13 valientes dirigentes demócratacristianos que condenaron el golpe de Estado desde el primer día, se fueron sumando a la defensa de los derechos humanos, a las actividades solidarias y a la creciente oposición a una dictadura que no tenía limites, ni plazos.

RECORDAR PARA QUE “NUNCA MÁS”

Todos los testimonios describen el mismo clima de inseguridad y temor. Y pena por todo lo perdido, por los amigos detenidos o desaparecidos, por la libertad ahogada en bandos autoritarios y amenazantes. Eliana narra que “ya tarde, en la noche, y mientras mis hermanos dormían, junto a mi padre encendimos la radio, dial de Radio Moscú, casi apostados encima del aparato por el bajo volumen de éste, para que no nos oyeran los vecinos. Ahí nos enteramos de la muerte de Allende. Por primera vez vi llorar, cual niño pequeño que se pierde en el parque, al rudo minero trabajador que me abrazaba…lloró una semana después junto a mí, cuando en el colegio los militares y una profesora de derecha, de un tijeretazo cortaron mi cabello…lloró aún más cuando veinte días después se enteró que su gran amigo Víctor…fue detenido. Terminó de llorar cuando supo que también habían detenido a su hermano Oscar”.

Los primeros años la represión fue masiva y no tuvo límites. Con el tiempo se hizo más selectiva y cruel, con servicios secretos y miles de agentes deteniendo y torturando en lugares también secretos. Se impuso la impunidad y por largos años miles de chilenos y chilenas, incluidos mujeres y niños, fueron asesinados en esos recintos, algunos de los cuales han sido recuperados y transformados en parques y espacios por la paz y la memoria de las víctimas.

Es comprensible que para algunos estos sucesos les perezcan poco creíbles. Como los allanamientos a las poblaciones donde se reunía en las plazas a los mayores de 15 años casi desnudos para interrogarlos, mientras se allanaban las viviendas. Silvia lo reporta en su testimonio: “Supimos que a los adultos y hombres jóvenes de la Población Independencia los sacaban en pijamas o ropa interior a una cancha que había en la calle Barcelona, donde hoy está la Plaza Víctor Jara; los golpeaban y los trataban muy mal”.

Todo este ejercicio de la memoria tiene un solo sentido, además de registrar un periodo tan doloroso para nuestro país: generar consciencia para que “Nunca Más” se atropellen los derechos humanos, la libertad y la democracia.

Por eso es tan relevante que nuestras experiencias vitales en democracia estén vinculadas a experiencias gratas, estimulantes, dialogantes y cargadas de esperanza. Porque nuestra perspectiva   no puede ser otra que la vida plenamente libre y digna de cada hombre y cada mujer de nuestra tierra. Porque ese horizonte nos permitió sobrevivir a 17 años de arbitrariedades, censura, persecuciones, marginaciones, asesinatos y desapariciones. Porque en medio del horror fue naciendo lentamente la esperanza encarnada en algunos y algunas valientes que estuvieron presentes en los peores momentos.

Un gran aporte a nuestra frágil memoria. Una contribución fundamental para, sin olvidar el pasado, podamos avanzar hacia un futuro cada vez más inclusivo, respetuoso de la diversidad y la dignidad de cada hombre, mujer y niño.

En su libro Aurora Lara entrega un nuevo aporte a la Memoria.
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