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CABEZAS DE PESCADO por Juan Carlos Pérez de La Maza

La interesante polémica surgida a propósito de una indicación parlamentaria presentada por el Diputado Jorge Brito, en el debate por la Ley de Pesca, ha revelado, una vez más, la gigantesca distancia que existe entre lo que preocupa y motiva a algunos parlamentarios, y lo que inquieta a la gente común.

Todo empezó cuando el parlamentario mencionado presentó una indicación al citado proyecto de Ley, que buscaba proteger el estado físico y mental de los animales acuáticos. Su propuesta, hoy lo sabemos, se basaba en planteamientos de una organización no gubernamental preocupada por la “sintiencia” y el bienestar de los seres marinos. Parte de la indicación señalaba “El Estado establecerá los mecanismos necesarios para garantizar el correcto manejo de los recursos hidrobiológicos sintientes en la pesca industrial. En todo momento se deberá respetar el estado físico y mental del animal, por lo que estará estrictamente prohibido generarles estrés…” Debemos señalar que la ONG que inspiró al diputado impulsa múltiples iniciativas, promoviendo finalmente que “los animales sean considerados como seres sintientes y sujetos de derecho, tanto por la Constitución chilena como por el Código Civil» y, por cierto, recomendando una alimentación vegetariana e, incluso, vegana.  Fue tal la repercusión crítica que la indicación generó, que el parlamentario debió retirarla, para reformular su propuesta, y soportar una cantidad apabullante de comentarios que han ido desde el rechazo documentado, hasta la burla irreverente de su condición honorable.

¿Qué se puede decir respecto de la propuesta? Primero, que revela la brecha entre el limbo parlamentario de algunos y la pedestre realidad de la mayoría. Mientras unos están preocupados del estrés de los peces, otros estamos alarmados por la crisis educacional. Mientras unos buscan declarar sujeto de derecho a las merluzas y reconocimiento constitucional a las almejas, otros se intranquilizan por el empeño en desconocer esa calidad jurídica al ser humano que crece en el vientre materno. Mientras unos pocos se ocupan en suponer qué pasa por la cabeza del pescado, la mayoría se inquieta al ver qué pasa en la cabeza de ciertos representantes.

De no haberse difundido la indicación comentada ¿se le habría incluido en la nueva Ley de Pesca? De haber sido así, imaginemos por un momento el surrealista panorama que se habría configurado.  El Estado, para empezar, habría tenido el deber de establecer los mecanismos necesarios para garantizar el respeto del estado físico y mental de los animales marinos, prohibiendo estrictamente generarles estrés.  ¿Y cómo se haría esto? ¿Cuáles serían los mecanismos para evitar, por ejemplo, que un pez “sienta” estrés cuando muerde un anzuelo o cae en una red? Y si no se lograra, es decir si el Estado fracasara en su obligación legal y los peces se angustian, ¿tendría que indemnizar a alguien? ¿Quién representaría los intereses de los animales marinos con severo daño psicológico? ¿Habría una suerte de “defensor público de los peces, moluscos y crustáceos”? El Estado ¿tendría que crear clínicas submarinas, para tratar el daño físico o psíquico, provocado de manera inmisericorde a tanta reineta que comen los chilenos últimamente?  Por otra parte, el deber del Estado ¿se agotaría en la implementación de mecanismos de protección frente a la perversidad humana, solamente? ¿No se castigaría, severamente, a las focas y ballenas que comen toneladas de krill en cada almuerzo, angustiándolos? Y los tiburones, que comen casi todo lo que se mueve, ¿serían castigados, o al menos reprendidos, por su inconsciencia (deben tenerla, seguramente) malévola? Pienso en las pirañas y su conducta casi psicopática. En las anguilas, que hasta usan “tecnología” para depredar gusanos, peces y crustáceos. ¿Y cómo se castigaría a las gaviotas o a los pingüinos, que no son vegetarianos precisamente, y engullen peces y crustáceos vivos?

Temo que aparezca alguna nueva indicación parlamentaria que nos enseñe qué sienten los ajos cuando los picamos; cómo se angustian las papas cuando las cocemos, desnudas; se estresan las alcachofas cuando desprendemos una por una sus hojas; o cuando arteramente, comemos un loco, con mayonesa de verdad, aliñado con un sufriente limón y un estresado perejil.

Juan Carlos Pérez de La Maza

Licenciado en Historia

Egresado de Derecho

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