En “De Papudo al infierno”, Verónica Estay Stange le da voz al ex agente del Comando Conjunto, Andrés Valenzuela, para referirse a hechos que conmovieron a la sociedad chilena. La confesión de Valenzuela en 1984 permitió conocer uno de los engranajes más brutales de la represión durante la dictadura militar (por Mario Rodríguez Órdenes)
Escribe Verónica: “Verónica Liliana Estay Stange fue el único agente que estando en servicio activo, desertó tras haber entregado a la Vicaría de la Solidaridad informaciones sobre la estructura y las prácticas de exterminio implementadas por la organización secreta de la cual formaba parte”.
“De Papudo al infierno / autobiografía de Andrés Valenzuela Morales” (LOM Ediciones, 2024) es un libro que debería hacer reflexionar a la sociedad chilena, porque las heridas de ese pasado doloroso y brutal no están sanadas.
Verónica Liliana Estay Stange nació en México en 1980, luego del exilio político de sus padres. Está radicada en Francia desde hace veinte años. Doctora en Lengua y Literatura francesa con especialidad en semiótica, es docente en el Instituto de Estudios Políticos de París.
Ha dirigido quince publicaciones colectivas y es autora de más de cincuenta artículos, dos libros de corte académico y un libro de auto ficción “La resaca de la memoria” (LOM, 2023). De paso en Chile conversó con Diario Talca.
Verónica, ¿cómo surge su interés en escribir de “Papudo al Infierno”?
“Andrés Valenzuela Morales fue colega del ‘Fanta’, Miguel Estay Reyno, mi tío, condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Al mismo tiempo, fue guardia de la prisión donde estuvieron detenidos mis padres. Mi interés primero no fue escribir un libro, sino entender lo que había ocurrido, conocer todas las versiones. Fue por eso que tomé contacto con él, esperando acceder a otros puntos de vista”.
Es una tragedia para la familia, que está inmersa en una tragedia colectiva. ¿Quién era Andrés Valenzuela hacia 1973?
“En esa época, Andrés Valenzuela era un joven que tenía que hacer su servicio militar. Venía de Papudo, y llegó a Santiago para cumplir con esa tarea porque no tenía otra opción”.
¿Qué circunstancias lo llevan al Comando Conjunto?
“Primero, cumplió con los deberes que exigía su servicio militar. Luego, firmó su contrato para ser funcionario de la Fuerza Aérea, y poco a poco se fue implicando en la represión, en tanto subordinado. El Comando Conjunto no existía como tal, pero fue un grupo represivo de suma importancia, que se constituyó al margen de la DINA, bajo las órdenes de Gustavo Leigh. Las circunstancias que llevan a Andrés Valenzuela a formar parte de ese Comando parecen casi azarosas, e incluso inexplicables. Una serie de sucesos que hoy en día parecerían incomprensibles, pero que en esa época se presentaban como la continuidad natural de alguien que quería ascender”.
En 1984, Andrés decide conversar con la periodista Mónica González, de la revista Cauce, para contarle lo que sucedía desde adentro en las torturas, ejecuciones y desapariciones del Comando Conjunto. ¿Que lo lleva a hacerlo?
“Es difícil determinar lo que hizo que Andrés Valenzuela desertara. Pero todo parece indicar que lo que gatilló ese acto fue el hecho de presenciar la ejecución de un militante en el operativo de Fuente Ovejuna”.
¿Por qué fue tan relevante la confesión de Andrés?
“Fue muy relevante porque se trataba de la única confesión de un represor entregada en plena dictadura. Además, revelaba la existencia de un comando hasta entonces desconocido. Por otra parte, la publicación imprevista de sus declaraciones condujo al asesinato sangriento de Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Nattino, quienes estaban profundizando en las informaciones por él entregadas”.
En el relato, Verónica explica cómo comprender el actuar de los torturadores. Se refiere al mecanismo del clivaje. “Françoise Sironi –explica Verónica en la introducción– fue un sicoanalista que efectuó el peritaje psiquiátrico de Duch, jefe de un campo de exterminación durante el genocidio de los jémeres rojos en Camboya. En ese marco, Sironi observa que los torturadores y sus secuaces deben activar distintos mecanismos psíquicos para hacer frente a la situación extrema que ellos mismos están viviendo. Mecanismos entre los cuales se encuentra el clivaje, definido como la disociación de un individuo en dos entidades distintas – por ejemplo, el padre y el represor-. En el relato que aquí presento, el prototipo por excelencia es el Wally, que podía torturar y luego ir a jugar fútbol con sus colegas como si nada hubiera pasado. En Andrés Valenzuela, el clivaje no funcionó, por suerte”.
¿Qué relevancia tienen estas confesiones 40 años después?
“40 años después, estas declaraciones me parecen importantes porque permiten conocer el funcionamiento interno del Comando Conjunto, pero también de las personas que participaron en él”.
¿Por qué después de 40 años Andrés decide escribir este libro?
“No lo escribió él, sino que lo escribí yo. Decidió confiarme a mí esta tarea porque establecimos un vínculo de confianza, considerando el entrelazamiento de nuestras historias respectivas”.
Usted escribe: «Es más que un testimonio, es un libro literario y escrito en primera persona, el narrador es él, pero como digo en el libro, nada de lo escrito es literal, pero nada es pura invención mía, simplemente es una mezcla de los dos». ¿Podría profundizar cuál fue la participación suya en el libro?
“Yo lo escribí, sobre la base de lo que él me confió. Y, como no soy periodista ni historiadora ni socióloga, decidí escribir una suerte de novela. Pero no sobre él, sino con él”.
¿Como se ganó la confianza de Andrés?
“Acercándome a él con preguntas genuinas, relacionadas con mi historia de familia. Escuchando y empatizando (a veces a pesar mío). Y contándole mi historia de familia”.
Usted lo conoció en tiempos difíciles en Chile, cuando estando detenida junto a su familia, en 1976, estaban bajo la vigilancia de Andrés Valenzuela. ¿Cómo llegó a tener confianza en él?
“Yo nací en 1980, por lo tanto, no viví la dictadura. Fueros mis padres los que estuvieron presos, y bajo su vigilancia. La confianza en él se forjó sobre la base de las declaraciones de su abogado de la Vicaría de la Solidaridad, de los jueces ante los cuales dio testimonio, y de las fuentes documentales que consulté y que concuerdan con su testimonio”.
Verónica, ¿en qué condiciones se exilia en Francia. ¿Y cómo arma su vida?
“Nací en México, durante el exilio de mis padres. Me fui a Francia a hacer mis estudios de maestría y doctorado”.
¿Cómo logró contactarse con Andrés Valenzuela?
“Por Facebook. Andrés Valenzuela se paseaba por las redes sociales a rostro descubierto, usando su verdadero nombre”.
Entiendo que conversaron más de 50 horas para trabajar el relato. ¿Qué le han significado en su propia vida?
“Este encuentro me permitió explorar lo que yo llamo las ‘zonas paradójicas’, sobre la base del concepto de ‘zonas grises’ de Primo Levi. He escrito algunos artículos al respecto”.
¿Es efectivo que él ha vivido pensando que lo pueden matar?
“Durante los primeros años sí, pero después no”.
¿Cómo es la vida de Andrés en Francia?
“Modesta, reservada, digna”.
¿Cuál es su estado de salud y qué sabe de su vida cotidiana?
“Eso debería responderlo él”.
Parece difícil que Andrés vuelva a vivir en Chile. ¿Lo tiene asumido?
“Sí, lo tiene asumido. El libro ‘De Papudo al infierno’ explica por qué”.
¿Cómo ayuda este libro para sanar las heridas del pasado reciente de Chile?
“No tengo respuesta para eso, pero pienso que es importante conocer por un lado los mecanismos que conducen al crimen, y por otro aquellos que conducen a la desobediencia. Si pudiéramos tener una mayor conciencia de todo ello, creo que podríamos educar para sanar”.
En una carta manuscrita de Andrés Valenzuela, inserta en “De Papudo al infierno” se lee: “Durante más de dos años, Verónica y yo sostuvimos un diálogo ininterrumpido, muy difícil para los dos, a lo largo del cual pude contar mi historia sin otro objetivo más que la rememoración de hechos ocurridos y la rememoración de los crímenes cometidos durante la dictadura militar, de los cuales fui testigo y partícipe. Dedico estas memorias a mis hijos, como también a Carmen y Sylvie por acompañarme algunos años y darme su apoyo. Como también a los compañeros y responsables de la comunidad Emaús donde vivo y trabajo. Y a las recientes y futuras generaciones. Por lo que conozco de la naturaleza humana, sé que los horrores del pasado se repiten y no dejarán de repetirse…”.