“Después de tres años el alcalde me regaló estas muletas” dijo en una reunión un dirigente vecinal levantando y mostrando el adminículo. Por supuesto su tono era irónico. Cuando ya casi había olvidado la solicitud hecha, lo llama un funcionario municipal para decirle: “el señor alcalde le quiere regalar unas muletas”. “¿Creen que después de tres años debería recibirlas?” nos preguntó el hombre. Obvio, dijo otro dirigente “a muletas regaladas no se le miran los dientes”. Todos reímos.
No tengo manera de corroborar si el relato es verídico, pero tampoco tengo razón para dudar de él. Llevo bastante tiempo trabajando con organizaciones comunitarias para saber que conductas de este tipo y otras, como la contratación de dirigentes y dirigentas que tienen situaciones socioeconómicas precarias, o la utilización de viajes a la playa con fines electorales, son usuales.
En todo caso, no creo que las personas se dejen engatusar fácilmente. Entre los líderes comunitarios está bien instalada la idea de que hay que trabajar con todos/as y a veces, hacerles creer a unos y a otros que cuentan con el apoyo de la comunidad es una estrategia necesaria.
Pero que la gente no sea ingenua, no justifica que las autoridades, y aquellos a quienes estas mandatan para que hablen en su nombre, actúen de este modo. Los organismos públicos y sus personeros deben cumplir altos estándares éticos. No solo porque se los establece la ley, sino porque en su actuación está implícita una función pedagógica: son agentes privilegiados en la producción de culturas políticas.
Las muletas regaladas encierran además otro problema ético: la relación entre la autoridad y los funcionarios. A veces cuidar la pega (o conservarla) implica realizar llamados como el que hemos descrito y mucho más. Se denigra de este modo la propia función pública y se naturalizan malas prácticas, asumiéndolas como formas de “ponerse la camiseta”.
Todo esto me lleva a pensar en la forma en que usualmente entendemos la institución municipal. En general asumimos que la municipalidad es el Estado en la comuna, su eslabón más cercano a las personas. Una institucionalidad que se instala de arriba hacia abajo, que aterriza como una nave en un territorio pre existente. Pero las municipalidades pueden entenderse de otro modo. Según la Real Academia (hago esta referencia para darle pompa al argumento) municipio es una entidad local formada por los vecinos de un determinado territorio para gestionar autónomamente sus intereses comunes. Mientras que municipalidad es la institución que los vecinos se dan para gobernarse.
Entender las cosas de esta manera implica asumir que son los vecinos y las vecinas de la comuna (municipio) quienes mandatan a la municipalidad para realizar un conjunto de gestiones. En este contexto, que un funcionario le diga a un vecino que el alcalde le regala unas muletas, es un sin sentido, y más aún, una ridiculez. ¿Cómo podría regalarle algo un señor que es su mandatado?
En esta manera de entender municipio y municipalidad, el llamado con el que partimos esta columna debió haber sido distinto: “Buenos días. Usted realizó la solicitud de unas muletas hace tres años. Lamentablemente los recursos disponibles no nos han permitido cumplir con entregárselas antes. Le pedimos disculpas por no habernos comunicado con anterioridad. Las muletas ahora están disponibles”. Punto. Sin alusiones al alcalde, sin alusiones al regalo.
No podemos naturalizar prácticas que transgredan los principios democráticos y las autonomías de las organizaciones y de las personas. Necesitamos fortalecer nuestra institucionalidad local y esta es una tarea de largo plazo que convoca a comunidades, autoridades y funcionarios. En este desafío, instrumentos como las ordenanzas de participación ciudadana pueden ayudar a dar marcos de política local que obliguen a resguardar una convivencia respetuosa. Pero para que sean efectivas, estas deben surgir desde los propios actores comunitarios, desde los vecinos y vecinas del municipio. Solo de este modo podrán las ordenanzas constituirse en un mandato que establezca un marco de convivencia política para el espacio local.
En Talca, un grupo de personas y organizaciones articulados en la red Talca Participa ya está en este camino. Hace algunas semanas organizaron un seminario en el cual participaron expertos y expertas en participación local. Una de las experiencias que se presentó fue la Ordenanza de Participación Ciudadana, Civismo y Corresponsabilidad de la comuna de Peñalolén[1]. Un buen ejemplo que podría inspirar la creación de nuevas ordenanzas para las comunas del Maule.
Francisco Letelier Troncoso
Sociología UCM
[1] https://www.penalolen.cl/transparencia/informes/mecanismos%20de%20participacion/Mecanismos.pdf