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AMPARO DE LOS ZORZALES por Franco Caballero Vásquez

El crudo embudo de la soledad nos succiona hacia un abismo, en el núcleo del interior de nosotros, en la oscuridad de la noche y la mudez de la brisa. La soledad como un torbellino nos arrincona sin rescate en el interior de las vísceras, nos deja desnudos de Dios y del mundo, tan solitarios como el pequeño zorzal pichón que cae del nido en el patio inmenso donde reina la afonía de las núbiles gatas acechantes de mañanas. ¿No hay acaso ya suficiente dolor en los días como para dejar piar a la soledad desesperada? No lo tolero, con la hiperconectada actividad de hoy, no lo acepto, en ningún espacio donde se reúnan personas cotidianamente y conformen un grupo, no es aceptable sucumbir ante la salvaje desidia de la naturaleza ahora que la hemos puesto a nuestros pies con tecnologías y demases. Mucho menos lo tolero en el ámbito escolar, donde tenemos todo para diseñar, planificar y supervisar las relaciones sociales del microcosmos educativo. Las relaciones son un aliciente de la participación estudiantil, desde hablar en la clase hasta los deseos de asistir a ella, por tanto son estímulo fundamental del aprendizaje.

Los efímeros gorriones vuelan raudos a media altura y chocan con la ventana, devolviéndose confusos ante el inexplicable paradigma. Así como rebotan quienes cierran los círculos, dejando fuera a otros, ya sea por poder, vanidad o conveniencia. En el trabajo nos juega en contra enclaustrar las relaciones debido a la variabilidad de las funciones. En gobernatura es un error antidemocrático, un desliz molesto cuando se hacen anillos concéntricos para dar leche primero al partido, luego a las alianzas y después al resto; gesto clásico de resentimiento. Se extrañan en ese aspecto los gestos republicanos (qué difícil mencionar este valor del Estado moderno ahora) de antaño, donde incluso los presidentes renunciaban a sus partidos para abrirse a todas las veredas y ser propios de la inmensidad nacional. Es que no tolero las fiestas donde se invitan a unos y no a otros; de niño, el compartir organizado era para todo el curso, sin excepción de nadie, escribiendo la dirección en la pizarra para hacer lo mismo que a diario, pero en otro contexto, libres de profesores e inspectores. No basta con llevarse bien con todos, o ser “dialogante” para eso Los Prisioneros tienen su canción “Nunca quedas mal con nadie”, así la democracia se torna tan liviana que terminas solventando el statu quo.

La naturaleza de una gata joven que no oye el clamor desesperado de los padres zorzales que entre el níspero y el limonero se arrebatan las garras de impotencia nos muestra parte de la crudeza animal. En el mundo laboral al menos existe Recursos Humanos, que ha crecido bastante desde sus tímidos inicios. Pero en la escuela Convivencia Escolar parece aun estar al debe en el jardín de los instintos imberbes para condicionar pedagógica, preventiva y propositivamente el bienestar de nuestros pichones.

Los grupos, los equipos, los cursos debiesen buscar ser uno solo, y juntos formar parte de la frondosa unidad para expandir la diversión, enanchar la experiencia y que el bienestar sea generalizado absolutamente. Es preciso cuestionar todo aquello que nos separe, como los objetivos grupales, por ejemplo, que podrían ser distanciadores sociales si la competencia dimana la hegemonía de los talentos visibles. El caso viral del colegio talquino ha vuelto a traer a la palestra este cáncer que debemos combatirle a la naturaleza, sobre todo cuando podemos supervisar el patio educativo para reñir el salvajismo de los gatos que acechan a los zorzales que solo comen semillas en la tierra. Pero también aboga por la inclusión en general, para no desintegrar las unidades sociales de cualquier ambiente.

Las medidas debemos hallarlas también en el currículo para comenzar a formar personas sintientes además de racionales, así al menos propenderemos a evitar el silencioso horror de la madrugada cuando un solo zarpazo ahoga el piar desenfrenado de los zorzales en el techo.

Franco Caballero Vásquez

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