Escena 2
Verano de 2014 en el marco de la Semana de la Independencia, a eso de las 23:00 horas.
Toma 1. Plano general aéreo largo con drone, desde el puente hasta donde termina el escenario y sigue la intemperie y el río en soledad. Mostrando el hormigueo de la gente, las luces y el caos, junto al cauce fluvial, sonido ambiente hasta que se acaba la muchedumbre y el escenario, el lector-espectador acompaña al río en silencio. Una misteriosa voz rompe esa tranquilidad.
Voz en off masculina con tono profético: “Soy el rey del mundo y moriré ahogado en este río”.
Toma 2. Plano secuencia con cámara GoPro en la cabeza, metido entre el gentío, sonido ambiente.
Camino abriéndome paso en un lago de seres humanos, bajo la mirada de la Virgen, en las faldas del último cerro de la Cordillera de la Costa, donde antes los aborígenes sacrificaban españoles homicidas.
Entre el cuchicheo de una fiesta televisiva y el circo de un alcalde que sabe cómo hacerla suenan Los Auténticos Decadentes. Entro a unos stands con artesanías y comida.
De pronto fijo mi atención en uno que tiene fotografías antiguas de la ciudad y me acerco. Lo primero que se viene a mi mente es preguntarme si alguna de esas personas retratadas en sepia y blanco y negro logró cumplir sus sueños y morir tranquilo… si es que murió.
Al ver las fotografías con atención me detengo en una del balneario en el que estoy ahora, es de 1964 y la imagen presenta un plano general del puente, el río y sus dos orillas, con mucha gente.
Está tomada desde la ribera poniente, desde un alto que no logro identificar, en las faldas del cerro. Ojalá un historiador fascista nunca escriba sobre la vida de esas personas ni la historia de esta ciudad. Cada vez me aproximo más a la fotografía, mientras en el ambiente suena “Te vi llegar del brazo de un amigo cuando entraste al bar…”. Casi con mis narices en la fotografía siento un sopor, calor y luego una brisa que me transporta al interior de la imagen.
Toma 3. Flashback a 1964, al lugar y momento de la fotografía. Travelling largo y continuo desde una embarcación de madera que está navegando el río. Plano general a las personas que están en la orilla, en un blanco y negro en tono expresionista, cámara lenta. La música que suena es el tema “Haitian Fight Song”, de Charles Mingus.
El sonido del contrabajo rebota en el agua limpia del río mientras una multitud entre camiones, carretas, bicicletas y caballos ha llegado a la ribera a celebrar el Dieciocho, ese río en el que no pueden bañarse dos veces. Una mujer toca la guitarra arriba de un camión, un adolescente arregla su sombrero y toma la mano de su acompañante, se besan, cubiertos entre unos aromos, sin saber que 10 años más tarde él morirá torturado por militares.
Unos niños chapotean en el agua, en sus rostros la inocencia del siglo XX. El espectador-lector se mueve con la corriente, como si fuera parte de ella; una niña de dos años camina junto a su padre, por el borde, muy cerca del agua, sin saber que 56 años más adelante leerá estas palabras. Veo esos rostros y pienso en que ellos no saben todo el mal que un dictador mameluco le hará a nuestras vidas.
Un hincha de Rangers narra la hazaña de su equipo a unos adolescentes que escuchan con atención, sin imaginar que hasta ahora nunca han sido campeones de primera división.
Desde una radio suena un tango que dice: “Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé… ¡En el quinientos seis y en el dos mil también! Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos”. Una señora choca su cuerpo contra el mío, en ese momento reacciono, mientras ella grita “A mí me volvió loco tu forma de ser. Tu egoísmo y tu soledad son estrellas en la noche de la mediocridad”.
Aún confundido y medio mareado por el traspaso en el tiempo vuelvo a observar la fotografía distinguiendo en el río una nueva embarcación con un tipo y una cámara en su cabeza.