Las campañas electorales de segunda vuelta, siempre, son diferentes a las de la primera. Los candidatos se comportan diferente, a veces visten distinto, se desdicen de aquello que afirmaron y proponen ideas que, antes, nunca hicieron. Todo esto, y más, es un hecho comprobado por la ciencia política y por la simple observación ciudadana. Los candidatos, pareciera, ya no son los mismos. Y si bien lo anterior es frecuente y está dentro de lo esperable, hay veces en que la mutación es demasiado profunda. Y cuando el vuelco es de tal magnitud que huele a disfraz y simple táctica, puede llegar a ser desfavorable. No siempre quemar lo que se adoró y adorar lo que antes se quemó, produce el resultado esperado. Los electores no se tragan todo y la ciudadanía, a veces, rechaza estos intentos de aligerar los programas. Descafeinar las propuestas puede ser perjudicial si se advierte un sabor a hipocresía, fingimiento y disimulo.
Todo esto pareciera estar ocurriendo con la renovada campaña del candidato de ultra izquierda. El Lector debe haber quedado sorprendido cuando, sin advertencia, le escuchó decir que los delincuentes que quemaron iglesias, dañaron pymes o saquearon supermercados, no debieran ser indultados. Quienes le escuchamos tamaña declaración no quedamos atónitos, nada más porque sabemos de lo que, algunos, son capaces de hacer por unos votos. Lo señalado por el candidato del Partido Comunista es, exactamente, lo contrario a lo que afirmaba hace pocas semanas. Es más, sin que se le notara el impudor, se manifestó preocupado por los vecinos de aquellos sectores céntricos de Santiago, a quienes la vida se les transforma en un infierno inaceptable cuando ocurren los desmanes y saqueos. Al final, unos dichos que están en el extremo opuesto de lo que decía hace poco: “a quienes creen que saqueando, quemando o haciendo de un enfrentamiento permanente entre las fuerzas policiales y un grupo pequeño manifestante se logra algo, nosotros les vamos a decir que no.“ Eso dijo, nada menos.
¿Dónde quedaron las convocatorias furibundas, esas imágenes del candidato increpando a las fuerzas policiales, los llamados a liberar a los “presos de la revuelta” y diatribas semejantes? ¿Dónde queda lo escrito por el candidato el 30 de noviembre del año pasado, cuando pedía la libertad de Manuel Mandujano, condenado por quemar la AFP Habitat, en Punta Arenas? Eso sí, el descaro no es exclusivo del candidato. La diputada comunista Karol Cariola señaló que su abanderado presidencial “dijo lo que hemos dicho siempre”, olvidando que otro prócer de su partido, Daniel Jadue, había señalado que el actual candidato “permitió con su voto, en la aprobación de la Ley Antibarricadas, que hoy día tengamos muchos presos políticos en nuestro país gracias a él y a su conglomerado”. Tan preocupante como la desvergüenza anterior, es lo señalado por el candidato a propósito de los Tribunales y nuestro sistema de justicia. Este jueves dijo “quienes están condenados tienen que hacerse cargo de esa responsabilidad, no vamos a cuestionar a la justicia en ese sentido”. Pero hace algunos meses decía algo diferente, cuando declaraba que iba a “conversar” con los Tribunales la situación de los procesados y condenados por hechos ocurridos durante los saqueos y desmanes de 2019. Esa “conversación” es demasiado cercana a pretender ejercer presión sobre ellos, lo cual no sólo es un delito, sino que se parece demasiado a una manifiesta intimidación.
En otro plano, el de la seguridad pública, el orden y la paz que la ciudadanía exige a las autoridades, también se aprecia estas acrobacias dialécticas y programáticas. Así, el candidato de la ultra izquierda, que en febrero pedía furibundo: “Refundar Carabineros ahora. Lo hemos exigido hace más de un año”, este lunes dijo “no basta con decir vamos a reformar las policías, tenemos que mejorar la seguridad en los barrios”, y el martes declaró que debemos “tener más comisarías en los lugares donde más se necesitan”. ¿Puede Ud. creerlo?
Sólo queda esperar y observar qué otras áreas de su programa tendrán que ser lijadas y suavizadas, omitiendo u ocultando el dogmatismo intolerante y la soberbia fanática de quien se cree dueño de la verdad y busca obtener los votos suficientes para, después, volver a ser el exaltado que siempre ha sido.