Imposible en estos tiempos no hacer una “Breves” sobre seguridad. Hay evidencias de un cambio cualitativo en los tipos de delito y de un avance del crimen organizado. La clase política, los medios de comunicación e incluso, ciudadanos “de a pie”, demandan mejor inteligencia policial, más coordinación institucional, mayor dotación de recursos y personal, una persecución judicial más eficiente, etc. Algunos incluso ya hablan de “mano dura”.
Bien sabemos, sin embargo, que pese a la importancia que tiene todo aquello, hay factores estructurales que influyen en el incremento del delito y el temor: la desigualdad, la concentración de la riqueza, la segregación urbana, la mala calidad de la educación, la precarización laboral, entre otras muchas. Lo que dicen los expertos es que es necesario “caminar y mascar chicle”, es decir, hacer buen trabajo preventivo y persecutorio, pero al mismo tiempo, generar mejores condiciones vida. Esto no lo podemos perder de vista, por más miedo que tengamos.
Pero mientras avanzamos hacia cambios sociales estructurales, o mejoramos nuestros sistemas de persecución penal, ¿podemos nosotros desde nuestras villas y poblaciones hacer algo? Claro que sí.
Una vida comunitaria más activa es un factor protector. Redes sociales más amplias o mayores niveles de confianza, reciprocidad y conocimiento mutuo están relacionados con una percepción de mejor prevención y menos temor. Espacios más usados y apropiados por los vecinos y vecinas tienden a ser más seguros.
El problema es que la mayoría de nuestras calles y pasajes están vacíos. Tenemos miedo de que los niños jueguen fuera. Llegamos a casa desde el trabajo o desde el supermercado, cansados, nos encerramos a mirar series. Dejamos el espacio público vacío.
Recuerdo que cuando niño pasábamos horas jugando en la plaza o en la vereda. Al caer la tarde mis abuelos sacaban sus sillas y se sentaban a saludar a quienes paseaban o iban de compras al almacén de la esquina. El espacio común era ocupado permanentemente y controlado por una intensa vida vecinal. Hoy todo aquello es la excepción. Nos hemos acostumbrado a pensar que esos tiempos no volverán. Que la sociedad ha ido en una dirección distinta y asumimos que eso es “lo natural”. Pero los seres humanos, y las relaciones que establecemos, tiene poder para transformar el curso de los hechos.
En medio del temor que nos inunda, permitámonos utilizar nuestro poder de producir lo social: saludemos, conversemos con el vecino, sepamos quién es, salgamos a pasear por la población, organicemos algo, participemos, limpiemos la plaza, saquemos la silla a la vereda. Copemos el espacio público con cosas sencillas. Como el pan con mantequilla.
Francisco Letelier Troncoso
Sociología-CEUT UCM