Este filosofo contemporáneo, coreano-alemán, en su libro “Vida Contemplativa”, nos insta a abandonar el incansable quehacer, lo que denomina “la vida hiperactiva”, con el único objetivo de “recuperar el sentido de nuestras vidas, el equilibrio y la riqueza interior”.
Me hizo sentido el libro, toda vez que hace de seis meses que jubilé, dejando el estrado que me cobijó por tantos años; cuando me preparaba para aquello, imaginándome que, a partir de ese día, el primero de mi nueva vida, haría realidad lo que pregonan los españoles, nada; mi vida sería entonces, un constate ocio, sin embargo, tengo más actividad que antes, jocosamente digo, estoy siendo explotado por mí, no por otros.
En verdad, no somos un país bananero, pero por lo menos curioso, elevando a la categoría de virtud el rendimiento. Es así, que al inicio de cada año, cuando la prensa anuncia los días feriados que tendremos, saltan voces resaltando que esos días de descanso afectarán la productividad y el rendimiento laboral, para nada se le asigna valor al reposo que el feriado conlleva. Paradójicamente, paralelo a ello, se inventan días de cualquier cosa y se les elevan a festivo; en ese escenario espero que se cree “el día del llavero”, empieza a ser recurrente olvidar donde lo dejé.
La vida la circunscribimos al rendimiento, y como dice el filósofo “estamos perdiendo nuestra capacidad de no hacer nada”; incluso en la educación se impone a infantes que den examen para ingresar al jardín infantil, comenzando una competencia desatada. En Finlandia, espejo en que queremos vernos, se enseña a leer a partir de los 7 años de edad, antes de se aprende a vivir.
Reitero, somos un pueblo curioso, con quien me encuentro me preguntan si estoy cansado de no hacer nada, pocos me felicitan por estar haciendo nada. Y, en verdad, estoy haciendo mucho, cuando les señaló que sigo haciendo clases y que me he iniciado en el ejercicio de la profesión como abogado litigante, algunos me miran un tanto incrédulos, quizás pensando que estoy muy viejo para ese ritmo de vida.
Rememoro mis tiempos de niño en Concepción y veo a los jubilados de antes, sentados en la plaza de armas o tomando un café, conversando con sus amigos y mirando de reojo a una mujer hermosa, sin imaginarse que, en el futuro, para las nuevas religiones, sería un pecado capital.
Byung-Chul Han nos asegura que la ociosidad “nos trae beneficios, esplendor y magia” y nos insta a diseñar una nueva forma de vida, que incluya momentos contemplativos, para afrontar la crisis actual de nuestra sociedad y frenar nuestra propia explotación y la destrucción de la naturaleza.
En mi caso, relaciono los momentos de contemplación a que nos llama Han, con Aristóteles al decir: “que es mejor filosofar que enriquecerse, más para el que padece necesidad es mejor conseguir dinero”; y debo reconocer, como el Aquinate, “que en determinados momentos es preferible la vida activa a causa de las exigencias de la vida presente”.
Y, es claro, los pensionados debiéramos anhelar momentos persistentes de contemplación, de ocio, de no hacer nada, pero la realidad nos obliga a seguir en actividad para seguir viviendo. Sin embargo, la inteligencia artificial que llevamos dentro de nuestra mente y corazón, nos indica que debemos conjugar el deleite de no hacer nada con la imperiosa necesidad de hacer algo, yendo poco a poco dándole preeminencia a los momentos contemplativos, al descanso, al reposo, al ocio, dejando de dar preeminencia a las cosas materiales.
Dice nuestro filósofo referente, que nos asemejamos “a esas personas activas que ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica…”, agregando que se ha perdido la magia y la temporalidad de la inactividad, proponiendo rescatar el tiempo realmente libre. Hasta ahí pudiéramos creer que censura totalmente a la actividad, pero no es así, sosteniendo que debe haber una colaboración entre la “vita activa” y “la vita contemplativa”.
Termina el libro que les comento, diciendo: “En el reino de paz por venir se reconciliarán el ser humano y la naturaleza. El ser humano ya no será más que un conciudadano de una república de seres vivos a la cual pertenecerán las plantas, los animales, las piedras, las nubes y las estrellas”, difícil que tenga tiempo para llegar a vivir en esa república, mientras tanto debo conjugar mi tiempo entre actividad y contemplación, espero que la última vaya prevaleciendo; mi mujer no me cree.
Rodrigo Biel Melgarejo
Abogado
Docente de la Universidad de Talca