La tasa de desempleo en Chile alcanzó un 8,9% en el trimestre móvil terminado en julio de 2025, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Esta cifra, aunque estable respecto al mes anterior, representa un aumento de 0,6 puntos porcentuales en comparación con el mismo período de 2024. Más alarmante aún es el desempleo femenino, que se elevó a 10,1%, consolidando una brecha de género que persiste y se amplifica en contextos de desaceleración económica.
En total, más de 900 mil personas se encuentran desempleadas en el país, de las cuales más de 450 mil son mujeres. El desempleo juvenil femenino supera el 24%, y el 15,9% de las mujeres desempleadas lleva más de un año buscando trabajo. Estas cifras no solo reflejan una coyuntura crítica, sino que revelan fallas estructurales que el modelo económico chileno aún no logra resolver.
El estancamiento del mercado laboral chileno responde a una combinación de factores coyunturales y estructurales. Por un lado, el crecimiento económico débil —con un PIB que apenas bordea el 1,2% interanual— limita la creación de empleo. La inversión privada sigue contenida por la incertidumbre regulatoria, la permisología excesiva y la baja productividad en sectores intensivos en mano de obra.
Por otro lado, la destrucción de empleo informal, que cayó un 7,8% en 12 meses, ha dejado a miles sin alternativas laborales. El empleo formal, aunque más estable, no ha logrado absorber el aumento de la fuerza laboral, que creció un 0,8% mientras el número de ocupados solo aumentó un 0,2%.
En el caso de las mujeres, el problema se agrava. La sobrecarga de cuidados, la concentración en sectores vulnerables como comercio y servicios personales, y la falta de políticas efectivas de conciliación laboral y familiar generan una exclusión sistemática. Las mujeres proveedoras del hogar, especialmente aquellas con menor escolaridad, enfrentan mayores dificultades para acceder a empleos formales y estables.
Además, la transformación tecnológica y el avance del teletrabajo han creado nuevas oportunidades, pero estas no han sido inclusivas. Las brechas digitales, educativas y de acceso a redes laborales siguen dejando a muchas mujeres al margen de la economía emergente.
El desempleo en Chile no es solo una cifra: es el reflejo de una economía que no logra incluir a todos sus actores. Para revertir esta tendencia, se requieren medidas estructurales y urgentes.
Reforma profunda en políticas de empleo: Incentivos a la contratación femenina, subsidios a empresas que promuevan la equidad de género y programas de reconversión laboral con enfoque territorial. Inversión en cuidados: Crear una red nacional de servicios de cuidado permitiría liberar tiempo para que más mujeres puedan integrarse al mercado laboral. Educación y digitalización inclusiva: Programas de formación técnica y digital dirigidos a mujeres, especialmente en regiones, para cerrar la brecha de acceso a empleos emergentes. Flexibilidad laboral con protección social: Promover esquemas de trabajo flexible que no sacrifiquen derechos laborales ni seguridad previsional.
Chile enfrenta un momento decisivo: o profundiza su modelo de exclusión laboral, o avanza hacia una economía más inclusiva, resiliente y equitativa. El desafío no es solo económico, sino ético y político. No hay tiempo que perder.
Edwin Pelayo
Académico Facultad Administración y Negocios
Universidad Autónoma de Chile
Talca