Frente a un psicoanálisis colectivo los chilenos no saldríamos muy bien parados: parecemos transitar permanentemente entre la niñez y la adolescencia, sin llegar nunca a la adultez.
La niñez es el periodo en que vemos a nuestros progenitores como protectores, héroes, siempre poseedores de la verdad y un modelo a seguir. ¿Cuántas veces no hemos dado atributos paternos o maternos a nuestros líderes? ¿Cuántas, cual niños frágiles, no hemos puesto todas nuestras esperanzas en el Estado o creído ciegamente en las promesas del mercado? ¿Cuántas veces no hemos repetido irreflexivamente discursos, un día contra el Estado y otro demandando su “mano dura”? ¿Cuántas veces, como niños, no hemos actuado desde el puro miedo?
En la adolescencia, la admiración y el miedo se terminan. Viene la rebeldía, el afán por separarse y diferenciarse de los creadores. El Estado se vuelve el intruso que se inmiscuye en la vida personal y coarta la libertad o abandona. El mercado, o engaña o excluye. Viene entonces la rabia que quiere tumbarlo todo. Pero después, volvemos a la niñez, a la esperanza ciega y a la admiración. No avanzamos.
La adultez es la etapa donde, para realizarnos, ya no necesitamos ni a héroes ni a protectores y tampoco enemigos a quienes confrontar. Sabemos quiénes somos y nos hacemos responsables de nosotros mismos. Nos relacionamos con el mundo de manera autónoma. No somos ni dependientes, ni nos hacemos ilusiones. Caminamos por la vida con realismo.
La sociedad chilena debe madurar. Debe salir del ciclo eterno de la niñez-adolescencia. Para hacerlo debe encontrarse consigo misma. Dejar de mirar solo hacia arriba y mirar más hacia al lado y hacia abajo. Allí está lo que denominamos “lo comunitario”. Los vínculos y relaciones que cotidianamente nos sostienen. Nuestras luchas y empeños por mejorar nuestros barrios y ciudades. Nuestra capacidad de crear prácticas e instituciones comunitarias, no estatales, no mercantiles. No se trata de negar al Estado, sino de no ser Estado-céntricos. No se trata de negar el mercado, pero sí el espejismo de que puede resolverlo todo.
Una sociedad madura, es una sociedad con una esfera comunitaria fuerte, con redes densas y capaz de actuar con autonomía y de dialogar con los otros actores. La chilena, lamentablemente, está fragmentada y ensimismada, recluida en lo privado. Desde allí mira al Estado y al mercado hacia arriba. A veces para pedir, a veces para reclamar, pero rara vez para construir agenda y mandato autónomo.
Francisco Letelier Troncoso
Sociología UCM