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CÓDIGO DE REFORMA: LA NUEVA CÁRCEL DE TALCA por Franco Caballero Vásquez

Complejo de Educación y Trabajo La Laguna de Talca, así se llama el proyecto donde se instalará la nueva cárcel de hombres en Panguilemo, al norte de la capital maulina. Educación y trabajo, fíjese nada más, sin duda un proyecto carcelario muy moderno donde se incluirán nuevas estrategias hasta el momento novedosas para las cárceles del país y de Latinoamérica, tanto por combatir el crimen organizado como por la reinserción social. Nuevas tecnologías se implementarán en televigilancia para desarticular los crímenes articulados al interior del recinto, por ejemplo, como también se contará con una infraestructura que permita una mejor “sanación” del privado de libertad. El Ministerio de Justicia y de Derechos Humanos -agregado el título de DDHH desde el año 2016- han financiado este proyecto del cual destaco la humanización para con los reos que han pervivido por tanto tiempo condiciones de barbarie, potenciando aún más el aprendizaje delictual, generando redes que nos permiten pensar en los delincuentes como otra clase social más. Esta nueva cárcel incluirá un Liceo Técnico Profesional con capacidad para 700 estudiantes, mucho más grande que los espacios modulares de educación que tiene el recinto actual; además de incluir una sala de Artes y otra de computación. Con 60.000 mts² de construcción el mejoramiento de celdas acabaría con los colectivos de veinte personas aprox. todas aglutinadas a la deriva de la ley del más fuerte. Los nuevos cambios ayudan a segregar y establecer mayor tranquilidad dentro del penal, que gracias a sus 40 ha. gimnasio, espacio para talleres y otros permitirá cultivar la reformación de los prisioneros. Sin duda un nuevo y mejorado recinto, con mucho más espacio, y con el enfoque puesto en el trabajo y la educación lo que me parece habla muy bien de un país que progresa, porque si usted piensa que el castigo es el que reforma déjeme rebatirle.

“Piensa cuando te hiera una mano homicida, que si una mano hiere es porque ella está herida; que por eso el más justo modo de castigarla, es tomarla en las tuyas, dulcemente y curarla”, dijo el poeta castellano Ricardo Pérez Alfonseca. Quizás le suene esto muy meloso para tiempos donde la delincuencia es un tema recurrente de los medios, o de quienes buscan en la seguridad y el control la salvación, pero si un Estado no le toma la mano dulcemente a quienes viven en la herida, esta seguirá abriéndose para caer en la constante del tan poco virtuoso círculo vicioso. El argumento es sencillo, todos nacemos con la misma gracia de la existencia, las acciones que realicemos después son responsabilidad de la sociedad que las convoca. Para los más creyentes podremos traducir en que todos tenemos la gracia divina en nosotros, así como la higuera existe dentro del higo.

El problema es que hasta el momento hemos procurado legislar para castigar, olvidándonos de las causas que han provocado las acciones, por lo tanto, no hay reforma. No es que corresponda a los jueces ir en busca de las causas, pero hemos dejado aislado el proceso delictual y nos hemos ocupado en imputar a quienes delinquen, sin que existan organismos complementarios que permitan reformar; como por ejemplo, acercar el carácter pedagógico que creo debe estar presente en toda ocupación estatal. De esta manera podríamos ver al delincuente como un caso clínico más que un caso criminal. En una escuela, si existen alumnos mal portados el error es de la escuela, no del alumno, una frase muy impopular. Es más fácil expulsar estudiantes para que vayan a mal portarse a otros establecimientos, sacándonos el problema de encima, velando por la integridad de mi colegio, pero el chico problema queda sin solución. La delincuencia nos refleja nuestros defectos como sociedad, y si seguimos cortando por lo sano, es decir, castigando y aislando a los infractores jamás podremos descubrir cuáles son estos defectos. Una manera de contribuir a la reformación del sujeto, o sanación de este, es institucionalizar la compasión, no me refiero a los indultos, sino que a inundar estas especies de campos de concentración que tenemos, en belleza y virtudes de nuestra cultura para que el arte, el amor y la bondad permitan suturar las heridas. Si en el siglo XX había que educar como en la película “El chacal de Nahueltoro” de Miguel Littín, hoy hay que subsanar desde la emoción, porque ya no se trata de saber o no lo que significa un delito, sino que saber la actitud por la cual se realiza el delito. El dolor, la rabia, el enojo, la poca empatía, el desinterés social y la prevalencia del yo por sobre el conjunto, todas estas actitudes son propias de emociones que han sido cultivadas desde la no sociedad producto de la marginación económica y social que impera en las naciones actuales. Si éstas no fueran tan excluyentes nos podríamos acercar un poco más a pensar la sociedad como la cantidad de personas que habitamos una región desde la igualdad de derechos. Pero bueno, nosotros, que somos la sociedad actual podemos buscar cambiar estos parámetros si al menos recordamos el verso del poeta Robert Burns: “De cualquier modo que actúe un hombre, sigue siendo siempre un hombre”, de esta manera podremos atender al ser humano como tal y eliminar, como dicen en los centros penitenciarios de Holanda, ya casi vacíos, aquello que los llevó a delinquir.

Franco Caballero Vásquez

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