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Cristián Cuevas: la diferencia que mira al poder

El pasado jueves, Cristián Cuevas se convirtió en el pre-candidato presidencial de la “Lista del pueblo”. El hecho, a mi juicio, es de una resonancia política importante, pero, sobre todo, nos exige dar cuenta de algunas pocas consideraciones sobre esta figura notable.

Cristián Cuevas tiene una trayectoria política, en términos puramente electorales, marcada por las derrotas. En sus tres intentonas por ser diputado no le fue bien. En 2009 por el distrito 46 –Lota y la provincia de Arauco– no fue elegido (hay que decirlo, en gran parte, por la obscena y abyecta mediatización de su orientación sexual llevada adelante por del candidato UDI para influir en el mundo evangélico, muy significativo y presente en la zona). Lo mismo el 2013, cuando se postula por el distrito 3 en la región de Antofagasta y pierde. Finalmente, el 2017, obteniendo solo el 2% de los votos, no accede el escaño por el distrito 20 correspondiente a la región del Biobío.

¿Por qué habría que, de ser candidato, votar por Cristián Cuevas? o ¿por qué, viniendo de las entrañas del mundo sindical y representando, más bien, a la anti-institucionalidad política, él puede ser una alternativa real para ser presidente de la República? (Debe reunir las 33 mil firmas, pero seguro que eso no será un impedimento). No soy parte de la “Lista del Pueblo” ni estoy en campaña por Cuevas, este es, básicamente, un intento reflexivo por ver más allá del personaje conocido y, con las herramientas de las que dispongo, explorar lo que simboliza.

En primer lugar, si bien la carrera político-electoral de Cristián no ha sido precisamente existosa, su aventura como dirigente sindical ha sido extraordinaria. Nacido en Coronel en una familia de 12 hermanos/as, hijo de padre minero y de una madre evangélica y socialista, Cristián se crio al interior de un ecosistema donde las condiciones de trabajo pueden exceder la brutalidad y el trabajo mismo es sin sol, “subterra”. Sus juegos de infancia, probablemente y si los tuvo, no pudieron ser otros que el de inventarse y reinventarse aventuras y juguetes con el mineral. En este sentido es, desde su nacimiento, la “encarnación” del sindicalismo, su propia trayectoria vital así lo expresa y casi no necesita retórica para validarse como tal. “Si volviera a nacer, desearía volver a ser hijo del carbón y proletario”, declaró una vez y, ciertamente, no hay nada de populismo, falsedad o discurso auto-pauperizante en esta frase, es radical al tiempo que completa y profundamente honesta, en directa proporcionalidad con su bio-política.

De esta manera, progresivamente, se va transformando en un dirigente sindical poseedor de una gran inteligencia y habilidad, creando, en 1997, “Sodexo Chile División Andina” (Codelco). Posteriormente, en 2007, es electo presidente de la Confederación de Trabajadores del Cobre (CTC) y, en 2008, consejero de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Hay que decir, también, que coqueteó con la extinta Concertación cuando acepta ser agregado laboral en la misión diplomática de Chile en España durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet. Sin embargo, sale de este hábitat, para él, artificial, y renuncia a la agregaduría a propósito de la muerte del trabajador subcontratado Nelson Quichillao, asesinado por fuerzas policiales en el marco de la toma de la mina “El Salvador” en julio de 2015.

El 2008, en una entrevista con Alejandra Matus, cuenta abiertamente que es homosexual: “Hablo por primera y última vez, cansado de la amenaza constante de quienes quieren hacerme daño. La verdad libera”. En este punto quisiéramos detenernos para ensayar una muy sintética (y por lo mismo injusta) reflexión sobre la poderosa figura que es Cristian Cuevas y lo que puede representar su candidatura presidencial.

Es muy distinto, pienso, ser y vivir como homosexual en el cordón Lastarria-Parque Forestal, por ejemplo, donde cada vez es menos preciso, quiero creer, ocultar la orientación sexual, que serlo en el mundo sindical, donde el significante masculino es lo históricamente dominante; donde no hay espacio para las disidencias (o no lo había hasta antes de que este hombre valiente produjera la fractura). “La” mujer tampoco es considerada como un significante capaz de desplazar el imaginario masculino, y la homosexualidad era entendida como un atentado a las formas y diatribas dogmáticas, alejada sideralmente de esta zona típicamente heteronormada, en la que la tradición machista reservaba este “escaño” para un tipo de sujeto claramente delimitado en sus características: hombre, rudo, “macho”, fuerte, en fin. Los trabajadores hombres no son los culpables de esta saga de estigmas, ciertamente, siendo más bien los tristes herederos de una norma construida a lo largo de una historia entera que los excede por completo.

Pues bien, Cristian desactiva este imaginario, dando una pelea –tan real como simbólica, tan corajuda como ética– por abrirse paso desde su diferencia en un mundo tradicionalmente colonizado por rudimentarias y ortodoxas concepciones del “líder” o el “jefe”; y entonces gana la batalla; el mundo sindical lo reconoce, comienza a respetarlo y admirarlo, impresionándose de su enorme talento y habilidad negociadora de cara a las grandes transnacionales, las mismas que, en más de una ocasión, quisieron usar su homosexualidad para amedrentar su influencia en los trabajadores, como él mismo lo ha señalado. Entonces Cristian Cuevas se recupera en su identidad y no da más explicaciones porque, tal como lo dijo una vez con notable audacia y claridad: “Yo soy dirigente sindical, no soy un activista homosexual, pero desde mis posibilidades busco que todos los temas, identidad sexual, discriminación de género, VIH/SIDA, identidades de origen étnicos, formen parte de las agendas emancipadoras en su totalidad” (Rompiendo el Silencio Magazine, septiembre, 2010).

Ya para terminar, pienso, que la “Lista del pueblo” se rehabilita de manera contundente (después una serie de errores que comenzaban a sacarla del ruedo, desestimando el hecho de que son, probablemente, la más disruptiva y original fuerza política de los últimos 50 años en Chile) al definir a Cristián Cuevas como pre-candidato. Por otro lado, que duda cabe, Cuevas y su pre-candidatura es otro de los efectos de la revuelta de octubre de 2019; la que dispersó todas las certezas alojadas en un manipulado sentido común, así como las plataformas sociológicas y culturales en las que el antiguo Chile se sostenía. No es casualidad que tengamos, por primera vez en nuestra historia, una Convención Constituyente paritaria, a una mujer mapuche como presidenta de esta institucionalidad y, con Cristián Cuevas, al primer posible candidato homosexual a la presidencia de Chile. Sin duda, es obvio, vivimos el momento de una fractura inédita que desintegró décadas de atavismo neoliberal y desnudó, además, a una cultura del abuso que, por siglos, se naturalizó y comprendió como lo normal. La Revuelta ha radicalizado la democracia a tal punto que nos sorprende, una y otra vez: ella ha emancipado y extendido, en palabras de Jacques Rancière, Los bordes de lo político (2007).

Gabriel Boric tendrá una ardua tarea si Cuevas logra su candidatura presidencial; debe diferenciarse de este intenso Cristián al que su densidad ética, inteligencia y dignidad, lo ponen en un altísimo nivel.

¿Cómo te diferencias de la diferencia?

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