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CRÓNICA ELECCIONES: Y aquí estamos de nuevo…

No tengo idea por quién voy a votar. No he hecho ningún cálculo. Ni he pensado qué va a pasar mañana. Esperaré una señal hasta el último minuto. Aunque lo más seguro es que me quede en blanco (Rodrigo Contreras Vergara)

Y aquí estamos de nuevo. En el mismo punto de partida, como si no hubiese pasado el tiempo. Como si fuera tan fácil hacer promesas. Y mentir. Y que nadie llore en el hemiciclo. Como si hubiera otra forma de hacer política. ¿La hay? No. Si esto pasó y seguirá pasando. La política sin conflicto no sería política. Y aquí estamos, en fin. Como si nos bastara solo con la ilusión. Vivir con la ilusión de algo mejor.

Está bien, lo admito, no soy optimista. No me va la teoría política de pasillo, de almuerzo dominical, de oficina. Trato de seguir el consejo que le doy a mi madre. Mamá, no veas las noticias, no creas todo lo que te cuentan los vecinos. No todos los chilenos roban. Pero soy periodista y no me queda otra que ver noticias. Y eso que, como ella, no tengo redes sociales.

Me alcanzó para votar, obligado, el 4 de septiembre. Y como que me ilusioné, dejando de lado la bulla, los fuegos de artificio, pensé que había que darle la oportunidad a los cabros chicos. Pero fue mucho el ruido y la soberbia se impuso.

Leo a Franco Caballero en su columna de la pasada edición de Diario Talca. Con un título revelador (Elecciones con sabor a nada), que da sentido a argumentos prestados de la filosofía, Franco declara su escepticismo con el actual proceso constitucional. Junto con citar a Laclau, Mouffe, Spinoza, Negri, Rancierre, Derrida y Focault, advierte que con la victoria del rechazo, la potencia social y orgánica de octubre del 2019, “se vio asfixiada por la pesada capa del Estado trascendente, prefijado, condicionado y finito”.

Luego, acota que “la historia sigue transcurriendo, y por ahora estas reflexiones solo son filosofía, continuamos en la racionalidad del Estado que resta potencia al verdadero anhelo de la clase social que ha vuelto a dormirse”.

En el epílogo, el columnista señala que “el pesimismo dirá que se acabaron las revoluciones, que la vida es fija y estacionaria; el optimismo dirá que para saltar lejos hay que tensionar a la inversa”.

No me queda muy claro a qué se refiere con tensionar a la inversa. ¿Será lo que está haciendo el Presidente al retroceder y avanzar al mismo tiempo, como si eso fuera posible? ¿O será a lo que se refería Gustavo Petro en Colombia cuando dijo que “el intento de coartar las reformas puede llevar a una revolución”?

No lo sé. Tal vez estoy malinterpretando a Franco. La verdad es que muchas certezas no tengo. Mi familia, quizás un buen libro o una buena columna, incluso una película o una canción. Y todo tamizado por mi subjetividad, siempre, aunque me autoengañe pensando que esas mismas certezas me ayudarán a empatizar con el enemigo.

En otras palabras, siempre es bueno leer otros puntos de vista. Se entiende, se aprende. Y necesitamos, en esta sociedad incierta, percibir que la vida tiene sentido. Pese al aparente caos, al torbellino, a la velocidad, queremos que las cosas mejoren.

Siempre me ha gustado el punto de vista de algunos pensadores como Humberto Maturana. Gente que asume una mirada más humana, más reposada, que intenta explicar la realidad y proyectarla con empatía, que habla de percepción, de lenguaje, de cómo coordinarnos, de educación para la convivencia.

Lamentablemente, en general, ese punto de vista se reduce a minorías, no se promueve a nivel de sistema educativo, o si se hace es solo para ocupar espacio con notas y asistencia.

Entonces, repetimos los errores, como si todo fuera nuevo y no existiera el pasado, en un juego estúpido de avanzar, porque avanzamos, sin duda, pero sin movernos un centímetro de nuestros prejuicios y soberbia de creernos dueños de la verdad. La serpiente devorándose la cola. Todo es cíclico, todo es eterno.

Y aquí estamos de nuevo. Y no tengo idea por quién voy a votar. No he hecho ningún cálculo. Ni he pensado qué va a pasar mañana. ¿Cambiar todo para que nada cambie? En una de esas, espero un milagro, como cuando llegaba a la prueba de Historia sin haber estudiado en todo el fin de semana, sin haber preparado un torpedo, apostando todo a que mi compañero de banco me sople sin que el profesor se de cuenta. Esperaré una señal hasta el último minuto. Una luz en un mediodía de otoño. Aunque lo más seguro es que me quede en blanco, sin respuesta, sin nada que decir.

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