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Talca

Dar jugo

Por Ciudadano Kein

No todas las naranjas dan jugo. No todas las naranjas son dulces. A veces, solo a veces, son dulces. Mi papá, por ejemplo, decía que sentir el aroma que se desprende al pelarlas le daba dolor de cabeza. Lo aseguraba arrugando la frente y levantándose de la silla para ir a dormir la siesta.

La vez que te escribí esa carta, ¿te acuerdas? Una carta larguísima, escrita por ambos lados en cinco hojas eternas. A mano, con mi letra fea. Si yo hubiese sido tú no la habría leído. La habría roto en mil pedazos. No me habría quedado ni siquiera la culpa o la inquietud de saber qué decía. Pero la leíste. Leíste ese párrafo kilométrico, esa cuadra sin esquinas, esa carretera sin peajes. Te decía que eras injusta, tanto como quererte y creer que me querías, una gran y estúpida injusticia. Recordaba esa tarde en el Forestal cuando nos conocimos, la marca de tu jugo favorito, la mueca que hacías cuando sonreías, el color de tu polera el día que fuimos por primera vez al Normandie, el mensaje que te escribí en la servilleta de la Fuente Alemana, las caminatas conejeando al Santa Lucía. Con detalles espeluznantes como la cantidad de pasos entre el Normandie y el Forestal, como la frase que se leía en tu camiseta la tarde del beso con lengua. Te decía que me gustaría volver a hacer el amor en una fiesta de cumpleaños, a media luz, escuchando a Sondre Lerche, oliendo a cerveza y pizza. Te describía el libro de Zambra. Te cambiaba el nombre. Te llamaba Emilia. Te mentía como le mentía Julio a Emilia. Asegurándote que había leído a García Márquez. Contándote de mi viaje a Cartagena, de mis paseos por Tumbamuertos o Amargura, por esas calles tan angostas, tan distintas al centro de Santiago. Bromeaba con volvernos a ver después de 20 años, viejos, bueno, yo viejo, tú igual que siempre, tal vez con hijos, y uno de ellos, el mío, claro, la regalona, con tu nombre. Yo alargaba las letras con la esperanza de que tanta palabra te emborrachara y terminaras por volver.

Di jugo, chorreando, mi boca anaranjada.

Y resultó. Volvimos. Celebramos el triunfo. Escribimos titulares. Nos entrevistaron nuestros amigos incrédulos ante tanta felicidad. Pero, ahora lo sé, todo triunfo es pasajero. Nada detiene el tiempo. El jugo se seca dejando la manos eternamente pegajosas. No hay agua que las limpie. Dar jugo no es gratis.

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