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DE GUSTOS Y ACOSO CALLEJERO por Jane Doe

Dicen los que saben que en gustos no hay nada escrito y no sé Usted, pero yo tengo claro para donde van los míos. A mí me gusta el hombre grande. El caballero que le dicen. Inteligente, con onda. Culto. Que se le nota que viene de vuelta.

Lo mío no va por el jovencito de la película ni menos me anima el estilo “toy boy”.

Digamos que me gusta la “experiencia”, para que no sienta el Lucho que sutilmente le estoy tratando de adulto mayor.

Lo bueno es que, por fortuna, parece que yo también soy gusto de ese target. “Es que tú eres gusto de viejo”, me dijo alguien una vez, aseverando que con los años a la gente parece que se le “engorda” el gusto y si lo de uno era a los 15 el “flaquismo leninismo”, con el tiempo se valora la curva. Y de esas, digámoslo tengo un par.

La cosa es que caminaba yo por la calle hace unos días (como camino yo por la calle) cuando de la nada se me acerca un señor de unos bien cuidados 70, muy bien vestido, (algo a la antigua la verdad) con un bello traje gris claro, corbata, chaqué y sombrero) que me pregunta:

«¿Señorita: puedo hacerle una consulta?»

Por supuesto caballero; dígame. Le contesté

“¿Qué opina Usted del acoso callejero?»

La verdad, le dije me parece una estupidez

«Me alegro, dijo, puedo hacerle entonces un comentario»

Siiiii (respondí algo dudosa)

«He tenido la suerte, de coincidir con Usted y caminar tras sus pasos las últimas dos cuadras, y pude observar algo que no es nada habitual; no sólo tiene usted un par de hermosas piernas, unos preciosos tobillos y una estampa de diosa griega, además camina como no he visto caminar en años, ¿puedo decirle un poema?»

Ok dijele con risa nerviosa …

Del resto la verdad no me acuerdo mucho, pero me recitó en ruso, en alemán y en portugués; habló de mi piel de mármol travertino, de mis brazos de marfil, de cómo mis piernas parecían columnas Dóricas, Jónicas o Corintias, del bromuro de mis labios (¿) y de la suerte del hombre que «disfruta de su gracia».

Dijo que era vasco, que disculpara la sinceridad pero que no estaba en edad de dejar de decir lo que pensaba o sentía…

Y como a mis cuarenta y siempre pienso exactamente lo mismo, me reí como hace rato no me reía, le di las gracias por ser tan gentil y disfruté profundamente de su encantadora compañía.

Caminé con el señor del brazo un par de cuadras, se despidió de mí con un beso en la mano y me fui…

¡Ah! «al hombre que disfruta de mi gracia», no le pareció gracioso.

Jane Doe

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