Revisaba trabajos de mis estudiantes de pregrado hace unos días. Tenían que hacer una pequeña semblanza de sí mismos, tipo currículum, con sus fortalezas, debilidades y aspectos a mejorar. Un clásico.
Todo bien. Todo normal. Pocas palabras, varios lugares comunes, harta falta de ortografía, redacciones del terror. Lo que se podría esperar de estudiantes de primero en la U, con varios años de paros y tomas en el cuerpo, más los dos de pandemia.
Hasta que de pronto leo como principal atributo de cierto Brayatan: “soy joven”.
¿What the fuck?? ¿Ser joven es una fortaleza?
Y ahí me vi a mí misma con mis cuarenta y muchos, dejando de ser joven y de tener lo que mi estudiante considera una fortaleza, para pasar a tener la debilidad de ser vieja.
¿En qué momento preciso de mis 47 dejé de ser último modelo para pasar a convertirme en una chatarra más o menos bien cuidada que aspira a ser un clásico?
¿Será que ya fui? ¿Puede ser una cualidad tener cuarenta y siempre? Después de todo Arjona dice que soy “la amalgama perfecta entre experiencia y juventud”.
No es que le crea al que considero el peor letrista del mundo mundial, ni tampoco es que me esté cayendo a pedazos, pero creo que hay pistas que me indican que debo empezar a preocuparme.
¿Ejemplo? Ya llegué a la edad en la que le hablo a la tele. Tengo claro que no me escucha, pero crecientemente tengo cierta necesidad biológica de corregir a los periodistas.
De reírme de su “dantesco” incendio como si no hubiera más sinónimos para descubrir su dramatismo, o de decirles que no “hubieron” sino que hubo. De criticar sus explicaciones negligentes de la guerra, su desconocimiento galopante de la historia o sus constantes “demasiado”.
Y aquí toda vieja, cansada de hablarle a la tele que no me escuchar, he descubierto que no hay mejor oasis que REC Tv, cierto canal de cable donde la consigna parece ser que todo tiempo pasado fue mejor, con periodistas no flaites que usaban corbata, aparecían peinaditos y hacían notas con trasfondo. Incluso la gente a la que entrevistaban en la calle parece que hablaba mejor.
Y ahí está Hernán Olguín llevando la ciencia y la tecnología a nuestras casas, en vez de Pancho Saavedra y su risa insoportable. Y Javier Miranda siempre tan correcto y tan culto en MaravilloZooooo, en vez de Rafael Araneda y su publicidad gritona contra el hongo de la caspa.
Y de ahí, a un paso de considerar a Don Francisco el mejor comunicador del mundo mundial y recordar con profunda nostalgia las tardes eternas del sábado esperando ver la cámara viajera.
Estúpido Don Este sus predicciones maleteras y su tango: “Fiera venganza la del tiempo, que hace ver desecho lo que uno amó” Oficialmente soy vieja.
Jane Doe