Pasa que anoche soñé con un compañero de colegio al que no veo desde que salimos de 4° medio.
Es extraño, pues no lo tengo en Facebook, no he hablado con nadie de esos tiempos y diría que no hay nada que pueda haber hecho que lo recordara de manera consciente.
Creo que ni siquiera soñé con él cuando estábamos en el mismo curso. Y es que la verdad, aunque me caía muy bien, porque él era muy simpático, no éramos especialmente cercanos.
En términos generales no me producía nada que ameritara el sueño digamos y escasamente recuerdo un par de anécdotas en las que coincidimos.
Pero bueno; en el sueño de la noche de anoche figurábamos muy guapos y elegantes en una fiesta gigante, en medio de un valle precioso y con un espectacular asado que llenaba la noche de chispas.
Él a cargo de la carne, el fuego y la comida y yo del vino.
Nos sorprendimos al vernos y nos sonreímos como los que reconocen en el otro su tiempo en común y al rato, cada uno con una copa en la mano hablábamos del pasado escolar, de los profes de esos tiempos, de los torpedos en los boletos de micro, del olor a fritanga con el que volvíamos a las clases de la tarde después de almorzar juntos en Peuca’s, de los fogones en los que nos las dábamos de cantantes, bailarines o actores, de los intentos fallidos por aprender a fumar en el baño, de esos romances “para siempre” que llenaban de besos y envidia los patios del colegio y que no fueron exactamente para siempre y todos esos muchos momentos que se atesoran de los años de la enseñanza media.
El tema es que una cosa llevaba a la otra y al rato yo ponía aceitunas en su boca (??) (Que puedo decir, era un sueño, no es que yo vaya por la vida poniendo aceitunas en la boca de la gente) (¡!) pero la cosa es que de pronto alguien puso música de Europe y Bon Jovi y juntos tarareábamos Tus viejas cartas de los Enanitos Verdes, cuando casi sin darnos cuenta terminamos; sus manos en mi cintura, mis brazos en su cuello, bailando lento…
Algo mareados ya, nos reíamos cada vez más fuerte de cada vez más grandes estupideces. “Del rapto de los profes” como llamábamos al día en que simulábamos un ataque y secuestro al colegio, con humo, gritos y disparos, impidiendo el desarrollo de las clases y llevándonos a los profes al campo a comer asado. (Era menos malo y más inocente de lo que suena, créanme. Además, en el Colegio estaban sobre aviso. Pero reconozco que si pasa hoy me muero)
O como aquella vez en que el grupo de los hombres dejó en mitad del patio a cierto compañero con los pantalones abajo en lo que supuestamente era una prueba de confianza. (No lo hagan en sus casas niños… No hay forma en que eso resulte bien)
Recordábamos también a Don Luis el señor del quiosco, que nos fiaba dulces confiadísimo a principios de mes y que nos perseguía indignado a finales de la quincena con los nombres de varios de nosotros en su lista negra.
Todo nice, todo happy hasta que sospechosamente su respiración comienza a acercarse a mi oído derecho y susurrante me dice: “Jane, me gustas desde el Colegio, estoy separado (ni idea si es así), sé que tú también (yo no lo estoy), quiero que te vengas a vivir conmigo. Yo tengo tres hijos, tú tienes cuatro, armemos una tremenda familia y démonos una oportunidad”
Juro por mi madre que nunca se me pasó por la cabeza, ni antes ni ahora tener algo con él, peeeero; toda sonriente y mirándolo fijo a los ojos le dije: «Si, que podría salir mal”.
Lo siguiente que recuerdo es un ruido o un gruñido de Don Este que tipo 4 de la mañana, me saca de mi sueño con un: “amor nos entraron a robar”.
Jane Doe