Siempre le escribía cartas a Lucía. Cuando la vi por primera vez en el parque. Cuando le pedí pololeo. Cuando terminamos. Cuando volvimos. Cuando le dije que nos casáramos. Cuando fuimos a firmar el divorcio. Cuando me vine a Talca.
Me gusta pensar que las va guardando en una caja que esconde en el closet. Que las lee de vez en cuando. Que me recuerda.
Ahora le escribo una vez más. Le digo: A mí, Lu, que me cremen y me suelten debajo de un palto. También pensé en un nogal, en un damasco. Pero me gustó la idea de que tú y lo niños descuelguen una palta madura y se la coman, sin sal, sin pan, solo con una pizca de aceite de oliva. Y yo mirándolos, saboreándolos, como cuando se metían en nuestra cama los domingos.
Y si es un nogal, que se suban a sus ramas robustas en época de cosecha y se pinten las manos de negro descascarando la primera capa. Que corran y se bombardeen y al final del día me lleven en una bolsa llena de nueces a la casa.
Y si es un damasco, Lu, que a fines de diciembre hagas mermelada en un tarro viejo y tiznado, al calor de un fuego avidado con leña recolectada en los potreros. Y que raspen el tarro aún tibio y después se besen con los labios azucarados.
Te juro que no estoy enfermo. Que la pandemia me tiene nostálgico. Que las nueces que compro donde el casero salen demasiado duras. Que las mermeladas del supermercado se escurren como el agua. Y las paltas, Lu, que quieres que te diga, por las nubes, como si los paltos crecieran kilométricos.
Y tú nunca respondes, Lu, pero esta vez -muy en tu estilo electrónico, siempre terrenal y directo- me dices: ¿No sabes que para producir un kilo de paltas se usan entre 600 y 700 litros de agua? ¿Y que el consumo promedio de agua de un chileno es de 170 litros al día? ¿Sabes cuánta agua necesita un nogal? ¿Sabes cuánta agua necesitta un damasco? ¿No sabes del cambio climático? ¿No te has enterado que estamos en sequía y que empeorará año tras año? No, tú no tienes idea. Tú solo escribes cartas.
Tienes razón, Lu. Solo sé escribir cartas.
Querida Lucía…