Después de los “inesperados” resultados electorales del fin de semana pasado, digo inesperado porque la señal de crisis y desafección ciudadana con los partidos políticos tradicionales se viene apreciando en los últimos procesos eleccionarios desde finales del 2000, tal es así que el año 2017 se debió actualizar el padrón electoral de cada conglomerado o afiliación a estos, con cifras alarmantes, donde tan sólo se registraron cerca de 549 mil afiliados y más de 720 mil que suspendieron su militancia política, fenómeno que ha provocado una sería crisis de legitimidad en el acontecer político del último tiempo, en la medida que los partidos políticos no estarían siendo una representación global de la ciudadanía.
Por tanto, el desapego de la ciudadanía con los partidos políticos, se veía venir y las recientes elecciones generales y municipales quedó de manifiesto. Por tanto, hemos escuchados en estos días distintos mea culpa: desde que no estamos “sintonizados”, o que requerimos una “reconexión”, “renovación” de la forma de hacer política, o bien que esto es culpa de la mala política pública. Son algunas de las frases que han marcado la pauta de discusión post elecciones.
Lo cierto es que, los partidos políticos en su conjunto se han visto afectados porque el electorado ha dejado de serle fiel a conglomerados tradicionales que a juicio de la ciudadanía no les representan, haciendo un coercitivo tamizado político, y con ello se aprecia el vigoroso surgimiento de una nueva fuerza colectiva, hoy reconocido como el “mundo independiente”.
Este nuevo bloque, supone ser “apolítico” para algunos, o representantes del pueblo para otros, en hora buena participarán de este nuevo Chile que se espera construir. Sin embargo, debemos preguntarnos, es posible ¿Construir una democracia sin partidos políticos?, a priori, me parece que no. Los momentos más relevantes del Chile en el siglo XX han sido encabezados por los partidos políticos, como también las grandes crisis, las grandes transformaciones económicas y sociales de las primeras décadas del siglo, donde los movimientos sociales jugaron un rol preponderantes unidos a partidos como el socialista obrero, o el rol social del mundo radical en la década del ’30 con Pedro Aguirre Cerda, o bien las reformas de revolución en libertad encabezada por la falange nacional y posteriormente la democracia Cristiana, o los cambios establecidos como la nacionalización del cobre en tiempos de Salvador Allende, evidencia que los partidos fueron actores políticos trascendentes para los cambios; la Concertación de partidos por el retorno a la democracia, cuestionada en estos días por haber continuado con el proyecto liberal-económico sin contrapeso; sin embargo, falta aquilatar los juicios sobre la extinta concertación en la forma, pero no en el fondo, pues este conglomerado político hizo posible el fin al “antiguo Régimen” dictatorial.
Los partidos políticos en cualquier democracia sana y vigorosa, tienen un rol preponderante en su defensa y construcción permanente, son los grandes artífices de la conservación de la institucionalidad política que enmarcan las formas civilizadas de convivencia cívica, representan la pluralidad de las ideas, y son soporte para la convergencia ciudadana. Hoy en Chile, queda la sensación de que el descrédito de la clase política que dan vida a los partidos viven un desfondamiento continuo, y que lo único ortodoxo es la emancipación de aquellos.
Resulta conveniente demonizar a las colectividades de derecha e izquierda tradicional, y así lo ha visto la ciudadanía, pero ¿en qué medida es peligroso este fenómeno? Partidos políticos sólidos y enraizados en la ciudadanía y no solo en las élites, se pueden transformar en guardianes de la democracia impidiendo el surgimiento de líderes autoritarios, como sostenía el politólogo Juan Linz quien observaba que la llegada de Hitler y Franco al poder, en parte se debió a la debilidad de los partidos de su época incapaz de percibir como un advenedizo político dominaba las esferas ciudadanas convenciendo a la masa de la necesidad de ceder el poder.
El nuevo arco iris de los “independientes” para la Asamblea Constituyente, abrazan la esperanza de recoger los llamados ciudadanos, evidencian la necesidad de enarbolar nuevas banderas diversas y no atomizadas, aquellas en la que los partidos políticos no fueron capaces de hacerse cargo, pero se requiere estar alerta. Con todo, los partidos políticos requieren una re-ingeniería política de base, donde la base sean los ciudadanos, donde asuman su rol histórico, evitando liderazgos y populismos desenfrenados que nos lleven a la cornisa de autoritarismos estatales o individuales, los partidos deben ser capaces de actuar de filtro para frente a cualquier líder con sesgos autoritarios, venga de donde venga, Chile no necesita extremos, siempre y cuando los partidos políticos se vuelvan a conectar con los ciudadanos, en ellos radica la soberanía.