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DEPORTE URBANO: Parkour o siempre en movimiento

Pero no es solo moverse. Para eso camino, corro o juego fútbol. El parkour, una disciplina libre y desafiante, requiere habilidad física, es cierto, pero también concentración y perseverancia. Intentar, caerse, aprender y volver a intentarlo (texto y fotografías: Rodrigo Contreras Vergara)

Diego Bastías llegó de Santiago hace dos años con su pareja e hija.

Hasta una simple rueda me sale chueca, deforme, con las piernas torcidas. En el colegio, en gimnasia, apenas podía subirme al cajón. Jamás logré saltar pasando las piernas entre los brazos. ¿La invertida? Con ayuda y sería…Definitivamente, hay que tener mínimas habilidades motrices para hacer piruetas. Y una buena cuota de valentía. Quizás era eso. Soy un cobarde.

Pensaba en todo eso mientras observaba a unos tipos flacos como tabla hacer mortales hacia delante, rebotando en un neumático y cayendo sobre un colchón viejo.

Unos diez jóvenes, aunque en los días buenos pueden llegar hasta 20, se entrenan a diario en el “sport” (así le llaman al lugar donde se ejercitan) especialmente habilitado en el parque Costanera para quienes practican parkour.

El apodo de Martín Urrutia es “Shinobi”, palabra japonesa que significa ninja.

¿Parkour? Si, parkour, una disciplina que se caracteriza por la realización de piruetas en espacios abiertos, sean circuitos o mobiliario público. Muros, escaleras, rejas, lo que sirva como apoyo para piernas, brazos y manos. Saltos y volteretas. Adrenalina pura.

Traceur es el que practica parkour. Todo muy francés, remitiendo al origen de la disciplina. Diego Bastías es un traceur. Llegó de Santiago hace dos años con su pareja e hija. Tiene 30 años y debe ser el más “viejo” del grupo. A todo esto, se agrupan en el club Desplazarte Talca. Diego llegó a la aventura, muy al estilo parkour, sin conocer a nadie, sin haber estado nunca en Talca. Un día, paseando con su hija, vio a unos jóvenes ejercitando en la Alameda, se acercó y les comentó que él había practicado parkour en Santiago, en el parque O’Higgins, en la plaza Pedro de Valdivia. Se integró rápidamente al grupo.

Las habilidades de Steven Hernández para el parkour las complementa con su afición a las artes marciales.

El parkour, dice, es una disciplina con cuerpo y alma, que ayuda a superarse a sí mismo. Y aunque hay una veta competitiva con torneos que se hacen en distintas ciudades, en los que alguna vez participó, cuenta que lo suyo va más por un tema de crecimiento personal. Ayuda, acota, a controlar la ansiedad. Le pregunto si otras cosas unen a los traceur, como la música. Pero responde que no, que cada cual tiene sus gustos. Él prefiere, por ejemplo, el rock pesado, el metal. Otros optan por el reguetón o el trap. De eso justamente se trata, define Diego, también conocido como “Kaito”, el parkour une más allá de la diferencias, “es moverse, y el movimiento une, invita a compartir experiencias y conocimientos”.

El básquetbol le aportó a Martín la capacidad de saltar.

Martín Urrutia tiene la mitad de edad que Diego. Su apodo es “Shinobi”, palabra que hace referencia al ninja, ese guerrero japonés mitificado por el cine. Hace tres años que practica parkour. Lo conoció a través de un vecino, Cristofer, que iba al mismo colegio que él. No fue complicado aprender los ejercicios. Jugar básquetbol le ayudó con la parte de los saltos. Pero el parkour es totalmente distinto a esos deportes de equipo o individuales donde se utiliza un elemento externo, una pelota, una raqueta. El parkour usa solo el cuerpo, nada más. Bueno, apoyándose en elementos como una valla o un muro que sirven para hacer distintos movimientos. La destreza, precisa en tono adulto pese a sus escasos 15 años, se logra sumando experiencia.

Diego realizando un salto bajo la atenta mirada de Diego. En el parkour el aprendizaje es constante.

Steven Hernández tiene 20 años. Es del barrio Oriente. Trabaja para ayudar a su mamá. No siguió estudiando de puro flojo. Prefiere leer libros de historia, de política. A los 8 años comenzó a saltar en solitario. Recién el 2017 se acercó a gente que practicaba parkour y pudo aprender más. En paralelo hace artes marciales. Tiene sentido. Ambas disciplinas comparten algunas habilidades. La elasticidad, por ejemplo, dice y posa para la foto extendiendo sus piernas que levitan apoyadas en dos muros.

No se preocupe. El salto terminó bien. Steven se paró sano y salvo.

La práctica hace al traceur. Una y otra vez y otra vez, hasta que el movimiento sale y vuelve a salir. Después los porrazos pasan a ser parte de todo, como las patadas en el fútbol o las caídas en bicicleta bajando cerros. El traceur, en todo caso, no usa casco, ni rodilleras, ninguna protección. Caerse es solo un detalle.

Al espacio especialmente habilitado en el parque Costanera llegan los integrantes del club Desplazarte Talca a practicar.

Lo sabe bien Steven. Una vez repetía un mortal desde 4 metros. Ya llevaba varios intentos. Supone que estaba cansado, cae mal y se dobla el cuello. Pudo ser grave, pero no pasó nada. Le quita dramatismo. Ha visto un montón de caídas, raspones y esguinces. En otra oportunidad, practicando afuera de su casa, hizo mal, a mucha velocidad, un doble be-twist, se sacó cresta y media y se azotó la cabeza en el piso. Se rompió la ceja y lo llevaron al Sapu.

Martín y Diego también tienen sus heridas de guerra. Pero no pasa nada. Siguen saltando de un muro a otro, dando volteretas, una y otra vez, intentando, aprendiendo, hasta que sale…En movimiento. Siempre en movimiento.

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