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DESPUÉS DE LOS SESENTA EN CHILE por Rosa Orellana

Chile es actualmente uno de los países más envejecidos de América Latina. Tal como lo advierte en Instituto Nacional de Estadísticas (INE) a partir del último censo de población, se estima que en el año 2022 el grupo de personas de 60 años y más, representó el 18,1% de la población, y que para el año 2050 se espera que este grupo represente el 32,1%.

El aumento de la esperanza de vida en Chile significa años de vida adicionales en el que las personas pueden emprender nuevas actividades, como continuar los estudios, iniciar una nueva profesión o relación de pareja, así como también retomar otros proyectos personales que fueron postergados tanto por las exigencias productivas -del trabajo remunerado- o reproductivas -familia y cuidado-.

Sin embargo, esta extensión no ha sido necesariamente acompañada por un proceso de cambio cultural que reconozca esta etapa de la vida como una en la cual las personas comiencen nuevos proyectos, sino que culturalmente tiende a vérsela como un momento más bien de culminación o “cierre” de lo realizado en otras etapas de la vida.

Si bien el envejecimiento es un proceso biológico, tiene una dimensión social importante, tanto por la forma en que se interpretan culturalmente los cambios fisiológicos, como por las posibilidades y limitaciones estructurales que pose esta etapa de la vida. Cambios que no son lineales ni uniformes. La diversidad que se aprecia en la vejez no es una cuestión de azar, sino que suele estar asociada a la forma en que las sociedades interpretan y valoran este proceso, como a los límites y oportunidades que se dan a los individuos para cuidar de su salud física y mental, cultivar talentos, desarrollar nuevas habilidades y mantener o expandir sus redes de apoyo y afectos, entre otras acciones.

En palabras de Gulette (1997), “la cultura nos envejece”, asignado a cada grupo etario una cierta valoración social que tiene un impacto importante en las oportunidades de vida. Desde esta perspectiva, el edadismo (ageism) -término originalmente acuñado por Butler en 1969 y que se refiere a los prejuicios que un grupo etario mantiene sobre otro-, es un obstáculo importante para el desarrollo de proyectos vitales después de los 60 años.

En Chile, existe evidencia de la presencia de un número importante de estereotipos negativos respecto a la vejez: una visión del adulto mayor asociada a la decadencia física y mental, la enfermedad y la pérdida del atractivo y las capacidades sexuales. El edadismo se manifiesta en actitudes, conductas y arreglos institucionales que reducen su calidad de vida.

Frente a esto las políticas públicas deben considerar que los adultos mayores requieren de nuevos aprendizajes, habilidades y competencias, que van más allá de proyectos alfabetizadores y de entrenamiento funcional. Son variados los organismos internacionales que están incentivado la actualización permanente de las personas a lo largo de su ciclo vital, porque todas las personas, con independencia de su edad, puedan prepararse para vivir en una sociedad y en contextos que aún no existen, es decir, proyectar y proyectarse al futuro.

Dra. Rosa Orellana

Investigadora Facultad de Educación

Universidad Autónoma de Chile

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