A propósito de la edad, en estos días, leí a una articulista quien, citando al filósofo Emilio Lledó, de 95 años, al decir que: “a él ya no le queda futuro, que solo le queda pasado”, concluyendo que de alguna manera Lledó nos avisa que lo mismo nos ocurrirá a todos, cuando el tiempo siga su recorrido, porque somos mortales, acotando la columnista que si queremos a un “viejo”, lo que él diga lo escucharemos con ternura, pero si lo detestamos lo oiremos sarcásticamente.
Cuánta sabiduría en esas palabras, diría el ministro Vicente Fodich; lo hemos visto y oído el último tiempo en todo orden de cosas, ninguneando, los que creen que hundieron la rueda de la fortuna, a los que han traspasado la curva de los 60 años.
Aún más, ella continúa diciendo, que si el opinante mayor expresa algo con lo cual el oyente está en absoluto desacuerdo, se usa el expediente de señalar que el hablante está en decadencia física y mental, es decir, de una plumada ni siquiera se dan el trabajo de razonar sobre los motivos por los cuales se discrepa. En definitiva, nos tratan como si fuéramos niños, asumiendo que tanto los viejos y los niños valen menos.
Hasta ahí concuerdo con la columnista, sin embargo, a reglón seguido cuando ella discrepa de lo que dicen dos octogenarios españoles, olvida el respeto que dice profesar por los mayores y, sin admitir, que pudieron mutar en sus apreciaciones de jóvenes, los ridiculiza, contradiciendo sus dichos, es decir, omite fundamentar las razones por la cual sostiene que esas personas están equivocadas.
Aun más, pretende que por ser octogenarios no deben opinar y que deben dejar que otros se equivoquen, porque sus errores no les pertenecen, aconsejándoles que hay: “que vivir liviano, vivir aligerando el ego”.
La que así opina es una mujer sesentona, en condiciones de pensionarse; entonces, me pregunto ¿estará ella dispuesta a vivir liviano y a aligerar su ego?
Por casualidad, no tan extrema, ya que como no veo televisión abierta soy un buscador insaciable en youtube, encontré, escuché y vi la entrega de los premios Princesa de Asturias del año 2022, oyendo entre otros, a tres hombres mayores de 60 años lúcidos, sabios, entregando sus enseñanzas de vida, que sirven a las generaciones actuales y venideras, entre ellos, el arqueólogo y antropólogo mexicano, Eduardo Matos Moctezuma.
El que sigue viviendo y no livianamente por cierto, es el insigne filósofo Lledó, quien no hace mucho escribió un libro llamado “Identidad y Amistad, palabras para un mundo posible”, en el que nos hace ver que la libertad de las personas guarda una estrecha relación con la libertad de las palabras, invitando a debatir, con la humanidad con que lo hicieron Aquiles y Príamo.
Sería mentiroso si sostuviera que soy un seguidor incondicional de Lledó, al mismo, le molestaría; en innumerables oportunidades he expresado, parafraseando a Santo Tomás, que no soy hombre de un solo libro, pero no puedo más que coincidir con ese gran filosofo, cuando explica que para que el mundo sea posible, basta una sola palabra: “Libertad. Libertad de pensar. De no tener prejuicios. El hombre no es lobo, es amor y amistad”; coincido también, en cuanto a profundizar el ejercicio de escuchar. Escuchar es el principio del diálogo, y éste nos da libertad.
Eso es lo que intentan las personas que pasaron la curva de los sesenta, que se les escuche y que dialoguen para aprender unos de otros; censurarnos y/o legislar colocando el énfasis en la edad, es no tomarnos en cuenta, es una discriminación y un prejuicio inaceptable.
Los prejuicios pueden volverse peligrosos si están ampliamente difundidos en periódicos, televisión, radio y redes sociales. Si las cosas negativas se repiten una y otra vez sobre un determinado grupo, entonces hay que tener cuidado, especialmente si no existe demasiada difusión de la opinión contraria.
Se sostiene que los prejuicios negativos pueden causar que grupos de personas se vean privados de algo o sean tratados de manera desigual, por ejemplo, a causa de su edad; a eso le llaman discriminación.
Justamente, el edadismo se produce cuando la edad se utiliza para categorizar y dividir a las personas provocando daños, desventajas e injusticias, derivando en “prejuicios, discriminación, políticas y prácticas institucionales que perpetúan creencias estereotipadas”, lo que provoca que a los discriminados les resulte difícil mantener una imagen positiva de sí mismos, apartándose y aislándose de la sociedad.
Rodrigo Biel Melgarejo
Abogad
Profesor de Derecho
Universidad de Talca