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El anuncio del matrimonio

Aquellos que creían que las Cuentas Públicas presidenciales eran aburridas, al menos de su versión 2021 no podrán decirlo.

Estos larguísimos discursos, llenos de cifras e inauguraciones, largos listados de promesas cumplidas y ofertas por cumplir, así como de referencias históricas y exhortaciones a caminar unidos hacia el futuro esplendor, atraían cada vez menos audiencia. Hasta ahora.  Puede que por eso, y porque el horario asignado al discurso presidencial no aseguraba rating, el Mandatario quiso dar un golpe de efecto que, presumió él, obligaría a todos a comentar sus dichos. Y eso, presumo yo, al Presidente le agrada.  Fue por eso que incluyó, sin informarlo más allá de su estrecho círculo de redactores, un anuncio que resultó trascendental, sorprendente y polémico: El gobierno, a fin de apresurar su tramitación, asignaría suma urgencia al proyecto de Ley de Matrimonio Igualitario, actualmente en discusión legislativa.

El primer efecto, la trascendencia, no requiere de muchas explicaciones. Cambiar la legislación siempre es posible, más aún cuando se quiere adaptar las normas a los nuevos tiempos. Así ocurre, y es aconsejable, con la normativa técnica o reglamentaria, que frecuentemente se queda atrás. Pero, cuando la reforma afecta a instituciones sustanciales, fundantes de la estructura social como son las normas de familia, al menos hay que considerarlo como un cambio trascendental.

La sorpresa, el segundo efecto del anuncio, es explicable si atendemos a que no estaba en ninguna de las previsiones de opositores ni partidarios. El matrimonio entre personas del mismo sexo (o género, como se dice ahora) no estaba entre los asuntos de la contingencia, fuera sanitaria, económica o política. Fue, verdaderamente, un conejo o coneja (¿coneje?) que el Presidente sacó de debajo de su manga, para sorpresa de todos. Pero los aplausos que casi siempre siguen a los trucos de este tipo y que, es posible, el Mandatario esperaba que llegasen, no llegaron.

La polémica, el tercer efecto del anuncio, ahuyentó los aplausos. Sea porque algunos consideran que los elogios debieran dirigirse a quien originó el proyecto, la Presidenta Bachelet, sea porque esta iniciativa no estaba en el programa del actual Mandatario, sea porque él, reiteradamente en su campaña, señaló no adherir a esta reforma. Lo cierto es que aplausos no hubo. Pero polémica sí.

Si dejamos de lado, por ahora, el contenido y atendemos sólo al anuncio en cuestión ¿fue necesario, oportuno o consecuente? Analizándolo desde un prisma político, porque la decisión ciertamente lo fue, se puede considerar como una determinación desafortunada. Provocó la crítica de un sector considerable de quienes aún apoyan al gobierno, que no son tantos, el desencanto definitivo de sectores cristianos, evangélicos, que votaron por Piñera cuando, en campaña, este les aseguró su rechazo a tal proyecto y, por último, deja en aprietos a Lavín, que deberá hacer contorsiones para conciliar sus valores con su conveniencia electoral.  ¿Puede un Presidente cambiar de opinión? Si bien cualquiera de nosotros puede hacerlo, cuando se trata de asuntos de tamaña importancia, sería esperable que la certeza valórica que conforma a un líder sea de aquellas suficientemente sólidas como para resistir la tentación de la contingencia o del cálculo político. Con el anuncio, el Mandatario no logró aplausos, generó críticas, dividió a sus partidarios y, más importante, sacrificó un principio que, queremos creer, era parte de su íntima convicción.

Fue triste haber recordado, a propósito del anuncio, la frase que se atribuye a Groucho Marx, que decía: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros.

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