Continuando con la idea desarrollada en una anterior columna, en la que me refería a la muerte y la espiritualidad en pandemia, quiero profundizar respecto a cómo cuidarnos espiritualmente, lo que significa atender nuestra humanidad en su integridad. Es decir, atender nuestras necesidades físicas, emocionales, racionales y de sentido de la vida, sabiendo que esta última es la que define a las anteriores.
En la dimensión espiritual debemos atender y confiar primeramente en nosotros, en nuestras sensibilidades, intuiciones y creencias. Esto en concreto y en primer lugar implica darnos tiempo para nosotros, para detenernos y estar un momento con nosotros mismos, dejarnos interpelar por aquello que nos cuestiona o nos inquieta (a lo que le tememos), lo que nos gusta hacer, aquello que nos relaja y vincula con nosotros mismos.
En un segundo momento, debemos darnos el tiempo y el espacio para estar con otros, encontrarnos con los que vivimos, que sean momentos de calidad, aunque sean breves. Dejándonos interpelar por los otros, sus vidas, sus preguntas, sus problemas, sus sentimientos, sus pensamientos y sus creencias. Solo así crecerá en nosotros una dimensión que no podemos tocar ni ver, pero que es fuente de vida, me refiero al vínculo con los seres queridos y las demás personas.
Y un tercer momento, que también puede ser el primero, abrirnos a lo que no podemos entender, a lo diferente, a lo que nos sorprende, asusta y maravilla, a lo desconocido y absoluto, eso que contrasta con nuestra debilidad y finitud.
Como seres humanos buscamos conformar relaciones seguras, pero la realidad en que vivimos es incierta y cambiante, lo que complica nuestras vidas. Pensemos cuánto más incomprensible y radicalmente distinta es la dimensión espiritual, conformada por lo radicalmente distinto a nosotros. Aquí entramos en la dimensión de lo luminoso, lo divino, lo misterioso.
Para atender y cuidar esta dimensión, necesitamos relacionarnos habitualmente con ella, abriéndonos y acogiendo lo diferente en nuestras vidas, ya sea una cosa, una idea, un sentimiento, una persona, una situación o el mismo Dios. Primero escuchándole, luego preguntándole, queriendo conocerla para estar con esa nueva realidad, convirtiéndonos en cierta forma, en místicos, en seres que se vinculan con el misterio. Sólo así nos acercamos a la dimensión espiritual que es parte de nuestra realidad humana.