Mi abuela imparte el judaísmo. Siempre se ha dicho en mi familia que mi abuelo era el dueño y amo de la casa, que todo cuanto ocurrió en la historia familiar fue producto de las decisiones que él tomó solo sin consultar a nadie, ni a mi abuela, pero luego fue perdiendo actividad hasta convertirse en el elemento actual, un ser tierno, sabio y de pocas palabras. Así mi abuela se convirtió en la matriarca de esta nueva etapa, en la que la familia al crecer colmándose de nietos y bisnietos, supo de una referente que mediante su intromisión sostiene y dirige, como un sistema apostólico, todo cuanto ocurre en las seis familias que derivaron de ellos. Mi abuela imparte el judaísmo estableciendo diferencias que, si bien no generan mayores resquemores, nosotros, los que somos parte del grupo privilegiado lo podemos notar. Mis abuelos emplean el imperio, no la democracia, en una familia mayoritariamente femenina, presuntamente machista.
Mi abuela dice que mi abuelo anuló su personalidad apenas se casaron. Pareciera que lo dijese como para justificar cierto machismo que a vista de sus ojos nosotros la generación más “moderna” podríamos criticar. Sin embargo, hay otro elemento que distingo más allá de que un hombre se siente en la punta de la mesa o nos sirvan los platos más grandes, y es un factor que al imponerse desde la hegemonía de la abuela también marca una diferencia de la cual uno quisiera incluso no ser privilegiado desde ese machismo que termina siendo una forma nada más, una forma poco importante al lado de este aspecto que distingo como una racionalidad judaica, sin ser nosotros judíos: Mi abuela trata de manera diferente a los nietos que son hijos de sus hijas. La razón, antigua y conversada desde hace mucho, indica que los hijos de sus hijas también lo son de ella. Ahora, he vuelto a atender este gesto, cuando se imparte a los bisnietos, estableciendo un linaje preferencial impartido por la gran matriarca mediante la maternidad, mediante las mujeres de su familia, esto es: hijas que tuvieron nietas, y estas luego dieron bisnietas. Es decir que, si eres hija de una sus hijas, al ser madre tus hijos tendrán más cercanía al poder que ejerce la matriarca. Es una línea que se mantiene como un apellido que se hereda solapadamente.
Mi madre lo ha heredado, tiene el judaísmo, pues la hija de mi hermana pasa a ser parte inmediata de su jurisdicción. No hay machismo que resista ante la hegemonía invisible de las jurisdicciones familiares. Mi abuela siempre me dice “tú eres el primer nieto varón que tuve de mis hijas”. Esto implica cierta legalidad sobre mi persona, que en el fondo subyace en una complicidad y confianza aplicada como ducharme en su baño o comentarnos los problemas familiares, aunque jamás para cocinar porque cómo se me podría ocurrir que vaya a trabajar a su casa. Ella no pudo desarrollar esa voluntad contemporánea de dejar a los hijos con su madre para salir a tomarse un traguito con las amigas, ni mucho menos delegar funciones, a lo más en sus hijas mayores, pero es sin duda una especie en extinción. Quizás por eso se curó una vez y los mandó a todos a Coyhaique -en sus propios términos, por supuesto. Sus hijos varones estaban molestos, pero subió y bajó a todo el mundo, no se salvó nadie, ni el más pequeño de los bisnietos. Fue su catarsis y para muchos de mis primos el momento más divertido en los archivos históricos de la familia, y eso que aquí prevalece el humor por sobre muchas cosas.
El judaísmo se transmite mediante la madre. No puedo ser judío si solo mi padre lo es, porque es la madre quien permite poder serlo según la ley judía. Las razones abrahámicas, donde el hombre funda las familias, en mi caso no prevalecen, ni por el lado materno ni el paterno, pues si bien mi abuelo paterno ejerció gran influencia en mi persona, en ambos apellidos la familia se sostuvo, y luego se gobernó por las madres, que al igual que en brujería, heredaron el “arte” a sus hijas como poción milenaria de la conservación de la especie.
Franco Caballero Vásquez