Mucho se ha parafraseado, en el último tiempo en nuestro país, con las palabras con las que se comienza El manifiesto comunista de Marx y Engels escrito entre 1947 y 1948: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo” (dependiendo de las traducciones se habla de espectro, palabra que, particularmente, encuentro más acertada, pero para fines de esta columna “fantasma” tiene más sentido). Se ha ocupado de diversas maneras: “un fantasma recorre Chile”, “un fantasma recorre las Condes, Vitacura, La Dehesa, Providencia y, toca asumir a las y los progresistas conscientes, a la sofisticada Ñuñoa (prueba de esto es el alto porcentaje de habitantes de esta comuna que votaron, en su mayoría y alineados con la derecha, por Orrego en las últimas elecciones a gobernador por Santiago).
Sin embargo, nada hemos escuchado ni leído en relación a lo que sigue inmediatamente después del punto seguido con el que termina la frase señalada. El texto continua: “[…] Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”. Si seguimos con la simple operación algebraica de reemplazar las palabras, diríamos que “Todas las fuerzas del viejo Chile se han unido en sistémica cruzada para acosar a ese fantasma: el gobierno, los partidos políticos tradicionales de derecha, centro y ‘centro-izquierda’ –nunca he podido entender cómo la izquierda puede ser de centro–, los medios de comunicación y hasta el mismo denominado socialismo”.
Las preguntas que asaltan entonces son más o menos obvias y su efecto no da mucho margen de respuesta: ¿Viene el comunismo, desde esta zona espectral, a desbaratar lo que se ha construido con tanto esfuerzo y “vocación demócrata” en estas tres últimas décadas en el país? Y además ¿se trata de la arremetida del comunismo o de un individuo comunista que, sometido a un tránsito histórico específico, emerge como una figura relevante para lo que se viene en términos del Chile que se transforma?
Esta no es una columna para defender a Jadue ni al comunismo, no me abandera el personaje ni siento mariposas en el estómago cada vez que lo veo y escucho hablar, aunque reconozco, por cierto, el gran talento político que ha ido acumulando en el transcurso de una década, politizando a la sociedad chilena desde el territorio y lo comunal, apostando desde el feudo local a una transformación mayor que, veremos, si llega a ser presidente, es capaz de consolidar. Como lo he dicho en otras partes, es un chico listo, qué duda cabe.
Pero volvamos a nuestras preguntas. En relación a la primera, paulatinamente, se ha venido densificando un discurso del miedo en torno al comunismo y a lo que históricamente ha significado. En la actualidad, esta es una campaña algo más silenciosa, implícita en los sectores de la derecha y del centro político. Nadie habla concretamente de una gran catástrofe si Jadue se llega a poner la banda, sin embargo, de vez en cuando se deslizan de manera sutil y bien estucadas frases como: “el comunismo no ha resultado en ninguna parte del mundo”, “Jadue representa una amenaza para la democracia”, “no es lo mismo gobernar una comuna que un país”, en fin. Tras esto, lo que hay es una solapada planificación y gestión del miedo; miedo al fantasma del comunismo que emergería desde las profundidades del infierno popular para destruir todo lo que, en estos 30 años, Concertación y derecha unidas, han terminado por diseñar. Esto es: un monstruo neoliberal de mil cabezas que es tan invisible como concreto, y que se instala en nuestra más fundamental racionalidad llevándonos sin preguntar al páramo del consumo y la individualización radical.
Es lo que el filósofo francés Marc Crépon denominaría la “cultura del miedo”. Esta se relaciona con el hecho de que los sectores dominantes en una sociedad cualquiera, instalan miedos específicos para gestionar a la población, monitorear sus conductas y conseguir resultados ad-hoc (los migrantes, por ejemplo). Es una fina y muy pulcra operación subjetivo-social que siempre da frutos y de la que es necesario protegerse, puesto que el miedo es ofrecido como una golosina fácil de tragar. El miedo, desplegado a través de los discursos, actúa como un dispositivo de control en las sociedades democráticas contemporáneas.
Jadue no es Stalin, no es Mao, ni Fidel, ni Maduro y, ni por lejos, Allende. No es un criminal despiadado como los dos primeros, no tiene la talla histórica del tercero ni, tampoco, profesa la estupidez mesiánica del cuarto y, por supuesto, jamás tendrá la altura del quinto (Allende es, para quien escribe estas páginas, la figura más rutilante e importante en la historia de la izquierda latinoamericana). Es Jadue, simple y complejamente él mismo. Un hombre criado políticamente en la cultura comunal que, dada su voraz vocación al poder y su capacidad mediática, ha estado en el centro de la política chilena en la última década y que, de saber mover bien sus piezas, controlar su arrogancia y descartar un cierto tufillo populista que a veces lo asalta y que no puede controlar, puede llegar a ser presidente de la República.
Hablamos de un comunista hijo de su tiempo que no viene a hacer de Chile una sucursal de Cuba ni de Venezuela, sino, nuevamente, a experimentar un comunismo a la chilena anclado en las primeras décadas del siglo XXI (quizás las más decisivas de este mismo siglo). Si vemos en detalle, su programa de gobierno es transformador pero profundamente socialdemócrata y nada hay que revele una izquierda anti-democrática.
Yo no le tengo miedo a este fantasma y nadie debería tenerlo, es alguien que, eso quiero creer y con todos los errores que pueden venir adheridos, pretende radicalizar la democracia. No hay que dejarlo solo en esto, es cierto, su caudillismo siempre le puede jugar en contra y cometer errores históricos, pero su naipe es dentro de las normas democráticas y mientras no cambie la mano y vaya más allá de lo permitido, puede tocar la gloria que tanto ha buscado.
Ahora, sobre la segunda pregunta, probablemente el comunismo, en su versión de partido, sin Jadue seguiría jugando en segunda y su votación no superaría el histórico 6,21% conseguido por Jorge Arrate en la presidencial de 2009 –hay que decir que esta votación se logra en alianza con el partido socialista–. Él es el individuo que lleva al PC a estar, por primera vez en la historia de Chile, a la vanguardia de la carrera presidencial. Ningún/a comunista había estado antes en una posición tan expectante. Esto nos transforma nuevamente en un laboratorio como país. Primero, tuvimos al primer presidente socialista elegido por vía democrática en el mundo; después, y en Dictadura, fuimos el primer país neoliberal del planeta y, hoy, por primera vez, un comunista puede ganar las elecciones en la historia de las democracias capitalistas (creo no equivocarme en este último dato, no encontré información de casos de este tipo, al menos, en el siglo XX).
Hay fantasmas y fantasmas, algunos dan miedo y otros no tanto. En mi caso, particularmente, le temo mucho más al fantasma del neoliberalismo que no cesará de acecharnos por mucho tiempo, tomando forma de enclaves o de políticas públicas medio teñidas de socialdemocracia.
Un fantasma recorre Chile, es cierto, pero es el fantasma del pueblo.