Los personajes de “Esquirlas de la rabia” de Juan Pablo Belair están insertos en el modelo neoliberal. “Es un modelo tramposo, porque te promete que en base al mérito y el esfuerzo accederás a bienes materiales y serás feliz. Y ambas premisas son falsas”, precisa su autor, Juan Pablo Belair (por Mario Rodríguez Órdenes)

A los personajes de “Esquirlas de la rabia” (Gluck Libros, 2022) de Juan Pablo Belair se les impuso, luego del golpe militar en Chile en 1973, un modelo económico neoliberal implacable. En el hicieron sus vidas y amaron; fueron educados y establecieron relaciones sociales. Durante la conversación que tuvo con Diario Talca, Belair señaló: “Es un modelo de vida en la actualidad, es más, un modelo de éxito sustentado en el poder. Es un poder económico, omnipotente, que incluso está sobre el poder político, porque lo puede comprar”. El libro reúne ocho solidos relatos que se sitúan entre los años 80’ y la actualidad.
Juan Pablo Belair Moreno (Santiago, 1971) es consultor y docente en ética, inclusión, diversidad y equidad de género. Coach ontológico, master en ética y gobernanza global (Universidad de Londres) y magister en literatura latinoamericana (Universidad Alberto Hurtado). Entre sus libros fue editor y coautor de “Responsabilidad social: un imperativo ético de una sociedad global” (Universidad de La Serena, 2011).
Juan Pablo, los personajes de “Esquirlas de la rabia” no pueden escapar a las circunstancias de sus vidas. ¿No es posible romper estos cerrojos?
“Creo que sí es posible romperlos; pero los personajes de ‘Esquirlas de la rabia’ creo que no. Efectivamente están atrapados, más o menos conscientemente, y la dinámica del relato es precisamente exponer esa trayectoria, esa suerte de combustión esencial que les produce su modo de vida y que es una explosión potencial. Me interesa describir esta situación: seres humanos en distintas condiciones: origen, época, oficio, cosmovisión que se han encerrado a sí mismos, motu proprio, en un modelo de vida o una forma de proceder que los deja, como en el caso de ‘El automovilista’ ––el primer relato del libro–– sin salidas. Sin embargo, nobleza obliga, creo que hay dos personajes que encuentran una llave maestra al cerrojo. El protagonista de ‘El tiempo ente dos ríos’ a través del perdón y el de ‘El hilo de plata’ a través del autoconocimiento”.
¿Cómo fueron sus años de formación?
“He tenido la suerte de dedicar buena parte de mi vida a formarme, tanto en lo académico como en lo humano más integral, no solo desde lo cognitivo quiero decir. Mis estudios formales y mi carrera me han entregado distinciones que me han permitido observar mi entorno con diversos lentes. Desde el modelo científico biológico, pasando por la ciencia política y la gestión, hasta la ética, el género, el lenguaje y la literatura”.
¿En qué momento surge su pasión por la escritura?
“Siempre me gustó escribir. Es increíble que haya desoído este pulso que me marcó de niño. Hace tan poco tiempo pude recién reconocer y significar de una vez por todas mi interés sistemático, acaso obsesivo, por crear personajes, historias, mecanismos. No obstante, cultivar el oficio de escribir ha sido un amor más bien maduro. Antes escribía opiniones, votos políticos, cartas, luego aparecieron las canciones, los poemas y uno que otro relato. Todo eso quedó latente en mis primeros años laborales, al punto que llegué a desconfiar de la veracidad de mi vocación escritural. Sin embargo, hay dos hitos relevantes en esta pasión. El primero fue conocer a Floridor Pérez, hacer un par de talleres con él y publicar un poemario. Hoy me parece bastante flojo, pero eso no escatimó entusiasmo por seguir explorando en mi escritura hasta el segundo hito: vivir en Londres. Ahí escribí poesía y mucha crónica de mi vida fuera (y adentro). Hice un círculo de amigos, académicos y escritores, que me impulsaron a asumir esta causa vital. Tal vez, el lanzamiento de Esquirlas sea un tercer hito con este amorío escritural”.
¿Qué lecturas fueron decisivas para afianzarla?
“Definitivamente, para mí la lectura es condición sine qua non para la escritura. En este sentido, separaría tres grupos de autores que, a mi juicio, han sido decisivos e influyentes en mi escritura. En primer lugar, la poesía, desde Rumi, Rimbaud, Rilke, Baudelaire, Huidobro, Mistral, Girondo a Szymborska, Ángel González, Pizarnik, Gelman, Gonzalo Rojas y Hahn. El segundo grupo es de narrativa: Kristof, Kawakami, Cartarescu, Houellebecq, Carrere, Barnes, Kureishi, Hornby, Cercas, Levrero, Puig, Piglia, Kohan, Manuel Rojas, Donoso, Bolaño, Mouat, Nona Fernández. Y, por último, una mezcla ecléctica de lecturas ‘académicas’ en filosofía ética, política, lenguaje, literatura, género y algo de psicología, cine e historia. Son demasiados autores, pero para mí son claves: Aristóteles, Kant, Spinoza, J.S. Mill, Freud, Benjamin, Arendt, De Beauvoir, Agamben, Adorno, Habermas, Kristeva, Butler, Zizek, Chul – Han. En Latinoamérica Alfonso Reyes, Mariátegui, Henríquez Ureña, Rama, Sarlo, Paz y el gran Maturana”.
¿Algún encuentro con escritores que lo haya influenciado?
“Yo diría que hay tres amistades y una admiración platónica. Primero, Floridor Pérez, me enseñó a borrar más que a escribir y tuvo una confianza desmedida en mi reflexión escritural. Otro amigo ha sido Roberto Aedo, poeta y académico que me ha influenciado en lecturas más allá de lo literario, en el amor por los libros y la poesía. Y Pancho Mouat, con quien resueno en su ars poética. La admiración platónica es por Óscar Hahn, un mentor poético y filosófico desde hace mucho. Lo he estudiado bastante y he escrito algunos trabajos sobre su obra. Desde ahí lo conozco. Mención especial merecen mis profesores/a del magíster de literatura, especialmente, Ignacio Álvarez”.
Pablo, creció en los años de la dictadura, ¿cómo lo marcó?
“Para el golpe de estado tenía dos años, un poco más, aún no tenía lenguaje, y mi familia se encargó de mantenerme al margen de la conciencia de vivir en dictadura. Había mucho miedo y, me atrevo a decir, pocos recursos para elaborar una posición al respecto. Tuvieron que pasar muchos años para darme cuenta en qué país vivía y sobre todo lo que estábamos enfrentando como sociedad. Siento que la dictadura me marcó desde la omisión, la ignorancia, la inconciencia ante el dolor y la herida abierta que dejaba Pinochet y su dictadura civil y militar”.
¿Qué reacción tuvo frente a la dictadura?
“Durante la dictadura muy poco. Ni siquiera alcancé a votar en el plebiscito de 1988. Tal vez, tal cual lo hace el ‘cabezón Estrada’ en el relato ‘Segundo B’, hice cosas a baja escala. Me rebelé en mi familia y en el colegio y exigí más compromiso y verdad. Sin embargo, como muchos/as de mi generación mis acciones han sido posteriores. Mi compromiso político en los primeros años de democracia, mi posición crítica ante el modelo socioeconómico y político de este mismo proceso y, en estos últimos diez años, en mi propia escritura”.
¿Influyó en sus lecturas y forma de escribir?
“Absolutamente. No solo en forma, sino en el sentido de mi escritura. Comencé escribiendo votos políticos contra la impunidad de Pinochet y sus secuaces y luego cuestiones más concretas como la educación en Chile. En los primeros años, como adolescente, mis lecturas entraron primero por la música. Con Silvio conocí a Brecht. El rock argentino: Spinetta, Charly, Lerner y luego la de Los Prisioneros y Víctor Jara me abrieron varias puertas, muchas hacia atrás. Con el tiempo descubrí literatura de esta época: Donoso, Bolaño, Marín y tantos argentinos, uruguayos y peruanos. Después vino la forma, y en eso, también ha habido una influencia clara. Para mí en Chile no se puede escribir sin tener de referencia la dictadura de Pinochet. Sea en un relato relacionado con eso o sea alguna capa en la que el personaje (o autor) esté condicionado por esta sombra amarga de nuestra historia”.
¿Sintió el peso de la censura en sus primeros escritos?
“Sinceramente, era demasiado joven para sufrir la censura de la dictadura, pero sí la sentí en el acceso a literatura y periodismo de oposición o en el toque de queda y cómo aquello condicionaba la escena artística. Hoy me sorprende haber asumido que hubiera medios proscritos. Recuerdo muy especialmente La Bicicleta. Llegué a ella por la música. En sus páginas centrales venía un cancionero de temas prohibidos o cuyos intérpretes no podían (o no querían) ingresar al país. Fue un verdadero trauma cuando en 60 Minutos apareció La Bicicleta como material subversivo. Mi mamá me hizo botarlas por miedo a los allanamientos. Por supuesto, no le hice caso, las escondí muy bien, pero ahí sentí en carne propia el peso de la dictadura”.
En el relato Segundo B, nos remite a los orígenes de los traumas actuales, enquistados en plena dictadura. ¿Cuánto nos marcó generacionalmente?
“Creo que nos marca como generación y a cada uno/a en nuestras experiencias. El flagelo de la dictadura y toda la pobreza material, política, social y ética que trajo consigo. Vivir hasta los 18 años en dictadura es aprender a sobrevivir. ¿Y después? Si todavía hay personas que justifican el golpe, sabemos. Si hemos naturalizado la impunidad de los testaferros de Pinochet, algunos aún activos en política sintiéndose defensores de un legado miserable, defendiendo la constitución de un tirano. ¿Cómo escribir abstrayéndose de todo eso? Imposible”.
El modelo neoliberal consolidó una forma de vida basada en el abuso de poder. ¿Ese poder lo domina todo?
“Es un modelo tramposo, porque te promete que en base al mérito y el esfuerzo accederás a bienes materiales y serás feliz. Y ambas premisas son falaces, un engaño a mansalva que a esta altura debiera desenmascararse. Los poderosos defienden sus privilegios y bloquearán cualquier cosa que los ponga en riesgo. Incluso, algunos pregonan la caridad o la unión nacional, pero anda a conseguirla a costa de su comodidad, hasta ahí llegaste. Siempre se ha creído que el poder radica en el poder político, pero eso no es cierto, al menos hoy. El modelo capitalista lo compra todo, incluso el poder político. Sabemos quiénes financian las campañas y cuáles son sus intereses. En ese arreglo la gran mayoría de la gente no está considerada. ¿Cómo no juntar rabia?”.
Sin respetar normas éticas, ¿se produce una degradación de la identidad?
“Creo que sí, aunque muchos no lo hagan consciente. La gran mayoría trabaja para la fábrica de moler carne, aumentar la productividad y las ganancias para el dueño. Pero, además, hay un grupo, los avezados de la clase, que montamos nuestro propio negocio aspirando replicar un modelo de éxito y nos creemos el cuento de ser emprendedores, aunque al final del día sea una autoexplotación que solo beneficia a unos pocos de un sistema global que sigue sin resolver la pobreza, el hambre y la salud en el mundo. ¿Nos preguntamos, al levantarnos por la mañana, si lo que hacemos nos hace feliz? ¿Cuál es el sentido del esfuerzo diario por producir y ganar? ¿Quién soy yo y qué hago por construir mi ser? A esta altura, todas preguntas tabúes”.
Al final, ¿los hombres quedan solos y al borde del abismo?
“Este tipo de hombres y mujeres, quienes se autoimponen la soledad como consecuencia de la compulsión de una lucha basada en la competencia feroz”.
Su supervivencia, ¿depende de convertirse en bienes de consumo?
“Creo que es una suerte de pan para hoy y hambre para mañana. Te ofreces, te compran y te desechan. Suena algo reduccionista, pero eso es, lamentablemente. La reducción del ser humano a un factor de producción y la salud, la educación y la previsión como un bien de consumo”.
¿Hay alternativas para los hombres en el mundo de hoy?
“Las hay. Conectarse con el sentido de la vida, del trabajo, de vivir. ¿Para qué hacemos lo que hacemos? Esa respuesta es la primera pista para ir encontrando lo que verdaderamente tiene que ver con nosotros, nuestra esencia, nuestro destino”.