Una Subcomisión, dependiente de la encargada de redactar el reglamento de la Convención Constitucional, acaba de aprobar el jueves recién pasado la exclusión de los términos “República de Chile” de la reglamentación que regirá la Convención. La iniciativa, presentada por los convencionistas Catrileo, Jiménez y Meneses, fue aprobada en la instancia por siete votos favorables y dos en contra. Se ha señalado que se trata sólo de la reglamentación de funcionamiento de la Convención y, por tanto, no necesariamente se vería reflejado en el texto constitucional, (que aún no comienzan a escribir). También se ha dicho que se hizo para mantener coherencia con otros artículos del citado reglamento, que señalan que la Convención Constitucional es de los pueblos de Chile y, en palabras de la convencionista Catrileo “la Convención no se debe al Estado, sino a los pueblos de Chile”.
El lenguaje crea realidades, eso lo saben los marxistas, los publicistas y hasta los libros de autoayuda. Por eso, no puede considerarse banal o insignificante la exclusión. Una vez sacada del reglamento, ¿quién podría asegurar que no sirva de precedente para sacar la frase del texto constitucional? Sabido es que en nuestro país lo transitorio se convierte en permanente y lo accesorio se hace principal.
Analicemos: ¿Se pretende excluir del Estado chileno la estructura republicana? ¿Quieren, (siete contra dos en la subcomisión) que Chile tenga la forma de Monarquía? ¿Subyace en la iniciativa la idea de que tengamos un rey? La propia reforma constitucional que posibilitó el Plebiscito, y la elección de la Convención, señala que la nueva Constitución, cuyo proyecto se someterá a Plebiscito, “deberá respetar el carácter de República del Estado de Chile”. Y, supongo, la Convención deberá sentirse obligada por las disposiciones que la originaron. De no ser así, el órgano se auto-invalida. Entonces, quiero sentirme tranquilo y pensar que la intención no es que dejemos de ser República y nos convirtamos en monarquía. Y no tengamos rey, ni reina, ni reine.
La opción que queda, en el análisis, es que el país deje de llamarse Chile. ¿De dónde procede nuestro nombre? Como siempre, hay varias teorías. Y de las más repetidas, una atribuye el nombre al sonido que hacen ciertas aves que abundaban en el territorio, cuando los españoles llegaron acá. Otra, que me hace más sentido, señala que, en idioma aimara, “chilli” es el confín, el lugar donde termina la tierra (costa), lo cual sería una buena descripción del país. ¿Será que se pretende cambiar el nombre de este lejano confín? ¿Y qué nombre se le pondría, en remplazo del aimara? ¿Alguno mapuche, tan empoderados últimamente? En quechua la palabra “chilli” significa frío, que en tiempos de calentamiento global está perdiendo sentido. Esperemos que no prospere la iniciativa y que el país se siga llamando Chile, tal como lo decretó Freire en 1824. Y sus habitantes sigamos llamándonos chilenos, como lo dispuso O’Higgins en 1818.
Mientras, aquellos que nacimos en el país sin nombre, seguimos esperanzados de que la cordura, la sensatez y la responsabilidad remplacen, más temprano que tarde, el revanchismo, la intolerancia y la soberbia de una mayoría que, a la luz de lo poco que ha obrado, pone en riesgo la trascendental tarea que la ciudadanía le confió. Si esta semana vimos cómo, sin ambages ni sutilezas, se excluyen los términos “República de Chile” del reglamento citado, es legítimo temer lo que se pondrá en el proyecto que deben redactar alguna vez los convencionistas.
Cuando la Convención, con la llegada de la primavera y los aires de septiembre (¿el mes de la Patria?) comience a redactar, por fin, el proyecto, habrá que estar muy atento al capítulo primero, especialmente cuando se defina los emblemas nacionales. Porque ¿seguirá siendo emblema nuestro, el escudo nacional con el cóndor, el huemul y el lema “Por la razón o la fuerza”? ¿Mantendremos el himno nacional redactado por Lillo y Carnicer? ¿Seguirá siendo la bandera tricolor nuestro símbolo de unidad? ¿Recuerda el lector “¡Oh, bandera! ¡Trapo santo! Hay ingratos que te niegan, que se burlan de tu encanto…”.