Los cineastas, guionistas, directores y la industria en general, existen gracias a la fantasía. A la creación que alimenta el imaginario colectivo a voluntad del espectáculo de turno. Las artes en general son una invención de unos pocos, para unos muchos y como tal no son la realidad.
Normalmente una obra cinematográfica antes de todo intenta establecer un relato coherente, atractivo, interesante y verosímil. Generalmente de una época, un lugar o un acontecimiento con personajes ficticios e inventados. Lo que es perfectamente entendible y razonable. Ya que lo que se intenta decir o mostrar es, en una obra de ficción. Una redacción para la diversión o entretenimiento de las personas.
Por este motivo es totalmente valido, jugar con la fantasía y los sueños de los espectadores. Pero, ¿dónde está el límite? y ¿quién lo define?
Algunas obras son explicitas y develan criterios bastante amplios sobre la vida y las circunstancias de la realidad vivida. Dejando al espectador en una suerte de indefensión respecto a lo exhibido y narrado. Muchas veces he visto personas abandonar una exhibición cinematográfica, por pudor o por sentirse simplemente vulnerado frente al espectáculo que se presenta.
Entonces la ciencia ficción y la ficción en el relato son válidas y aceptables. Mientras no dañen la esencia moral y humana del individuo. Caso contrario, ósea lo no aceptable seria, todo aquello que traspase el límite de lo tolerable por la audiencia. Capítulo aparte merece, la intervención histórica, verídica. De acontecimientos acaecidos en el transcurso de los tiempos y que distorsionan o claramente transforman la realidad.
Con intención de contar una verdad no cierta o al menos incompleta. Por ejemplo si alguien hiciera una obra donde Hitler, fuera un tierno angelito que no mato a nadie, o donde Gandhi, por usar ambos extremos de la sensibilidad y de la historia humana, fuere un terrorista despiadado. Es ahí donde creo, a mi personal y humilde criterio, que se produce un conflicto, de valores y prioridades que no se pueden dejar pasar.
Cuando alguien miente, clara y concisamente sobre algún asunto o personaje de la historia real. Cuando alguien intenta intervenir la realidad manipulando, omitiendo o tergiversando la realidad impoluta. Entonces el cine se transforma en un vehículo de propaganda mal intencionada y burda y pierde todo su valor original.
Los hechos, cuando solo muestran el parecer de algunos, suelen ser poco objetivos y cuando amplían el espectro, para mostrar acontecimientos reales sin afán de cambiar la historia, entonces se convierten en obras interesantes, creíbles y válidamente certeras.
Como en el caso de documentales observacionales, donde la historia se cuenta sola y se va desarrollando a medida que los actores sociales, generalmente, van siendo seguidos por la cámara en su hábitat y oficio real.
Los que salvo por los minutos de retardo técnicos y tomas de diferencia entre el rodaje y la realidad, permiten tener una apreciación lo más parecida y cercana a la vida del personaje, que es en definitiva, lo que se pretende exponer en la pantalla.
Enrique Hasbún Román
Escritor – Guionista – Cineasta