Me atrevo a proponer que el capítulo que la Historia dedique al 45° Presidente estadounidense se titule “El villano favorito”.
Lo anterior, basado en múltiples razones. Entre ellas que, si bien Donald Trump se ha ido de la Casa Blanca, su genio(?) y figura quedarán por mucho tiempo en la escena política mundial. Además, si algo habría que reconocerle al ex presidente es que sacudió hasta sus raíces la apatía política que afectaba a la democracia norteamericana, remeciendo la indiferencia. Por él (o contra él) la abstención se redujo al mínimo y los amores y odios que despertó en su mandato, semejan los roles unidimensionales de alguna de esas películas destinadas al gran público.
Villano, en primer término, porque sus polémicas decisiones en temas tan diversos como la política migratoria, la lucha contra el cambio climático o las estrategias frente a la Pandemia fueron casi unánimemente calificadas como desaciertos humanitarios, jurídicos o científicos. Que Trump llegara a encarcelar a niños inmigrantes, negara el calentamiento global o minimizara el impacto del Corona virus, sin duda fueron comportamientos propios de un villano de teleserie. La magnitud de estos desatinos sólo es comparable con el tamaño de su ego y del empecinamiento con que los impulsaba.
Favorito, por otra parte, porque no debe olvidarse que en la última elección obtuvo 74,2 millones de votos, la segunda mayor votación individual en la historia norteamericana. Marca sólo superada, por cierto, por el recién asumido Joe Biden, que obtuvo 81,2 millones de preferencias. Aquella votación, la de Trump, le permitirá mantener una actitud expectante y una influencia notable entre los republicanos más duros. Trump supo interpretar mejor que muchas figuras de su partido, los sentimientos y anhelos de la “América profunda”, que votó por él y, me temo, volvería a hacerlo. Cualquier político que obtenga el 46,9 de los votos, aunque pierda, no se va para la casa ni se retira así, sin más.
No es este el momento, ni tampoco el espacio, para hacer un análisis exhaustivo de su mandato. Son demasiadas las consideraciones, los matices y los factores que habría que evaluar. Pero un examen desapasionado y con pretensiones objetivas tendría que aceptar que su mandato discurrió entre yerros evidentes y aciertos indudables. La descabellada negación del cambio climático, la irresponsable subvaloración de la pandemia, el velado (y a veces, no tanto) respaldo a la xenofobia y el racismo, la exacerbación nacionalista y el desprecio de las formas democráticas son parte del largo listado de sus despropósitos y torpezas. La firmeza comercial frente a China, la merma del déficit fiscal, la reducción del desempleo (revertida por la pandemia), la ausencia de guerras (único Mandatario que no involucró a EEUU en una nueva guerra) son muestras de aciertos innegables.
Creo que Trump, a la larga, será bastante más que el mero paréntesis en que sus detractores quieren convertirlo. Su figura, como el villano de turno, es hoy funcional a los designios de la administración entrante, que requiere echar la culpa a alguien y usarla como trampolín de sus propias iniciativas. Sólo habría que señalar que tal actitud es peligrosa. Porque Trump será el villano. Pero, a la vez, es el favorito de casi la mitad de los norteamericanos.