Cuando aún no se apagaban los ecos del medio siglo del golpe que delató la fractura que atraviesa al país, en la semana se recordó la hazaña que representó el triunfo del NO en el plebiscito del 88. Configuró toda una gesta difícil de emular dadas las condiciones en que se desarrolló, que la perspectiva del tiempo va mostrando en toda su dimensión.
Fue un plebiscito donde la oposición de entonces tenía todas las de perder, ante un régimen que había demostrado su inhumanidad al dejar tras de sí una estela de horrores que hasta el día de hoy no pocos se niegan a reconocer. Un plebiscito donde el comando oficial del NO tuvo que llevar a cabo un escrutinio paralelo en prevención a cualquier intento de manipulación de los resultados. Eran tiempos de planillas electrónicas Lotus 1-2-3, de fax, sin celulares ni internet. Residiendo entonces en Arica, tuve el privilegio, junto con jóvenes profesionales y estudiantes, de sumarme con entusiasmo al desafío de enfrentar la maquinaria oficial. Para ello conformamos un equipo de trabajo que iba desde los apoderados de mesa, apoderados de local, enlaces y quienes estaban en el centro de cómputo cuya localización se mantuvo en secreto para evitar que fuera allanado en caso que el régimen pretendiera desconocer la victoria que veíamos venir.
El pueblo había perdido el miedo y la dictadura había sido derrotada en las urnas, con un papel y un lápiz. Pero aún teníamos que contener la respiración. No podíamos cantar victoria porque en las esferas de gobierno la tónica estaba dada por un silencio sepulcral y la postergación de los resultados oficiales. La dictadura, vía el subsecretario de entonces, Alberto Cardemil, se resistía a asumir la derrota.
Solo cuando el comandante de la Fuerza Aérea, el general Matthei, al ingresar a una reunión de la junta de gobierno, interrogado por los periodistas que se apostaban a su entrada, sostuvo que había ganado el NO, pudimos respirar. Las horas de tensión impedían celebrar como lo merecíamos. Habíamos ganado. Se iniciaba un largo y pedregoso camino que aún continúa sin que aún lleguemos a buen puerto.
Hoy nos encontramos insertos en el tramo final de un complejo proceso constitucional que pocos se atreven a vaticinar cómo terminará. Un proceso complejo por su carácter paradojal, dado que la responsabilidad de su éxito reside en una mayoría que se siente cómoda con la constitución vigente y que en su fuero interno no desea cambiarla. Y si en sus manos está cambiarla, que sea para reforzar sus características centrales.
Un proceso precedido de múltiples reformas a la constitución actual y de una convención fallida. Si algo aprendimos de la propuesta constitucional rechazada en la última convención fue que una constitución no es un programa de gobierno de un partido o una coalición política, que no es para que un equipo se lleve la pelota para la casa. Y para que perdure sin que permanentemente estemos poniéndola en jaque, es imperativo que contenga aquellas normas de convivencia en las que estemos de acuerdo.
O como dijeran algunos en el proceso anterior, una constitución que nos una o que sea la casa de todos. Al paso que vamos, me temo que éstas no hayan sido sino frases para el bronce y que tropecemos dos veces con la misma piedra. A pesar de lo expuesto, no pierdo la esperanza de que al final del túnel encontremos luz.
El desafío de superar la fractura de hace ya más de medio siglo sigue pendiente.
Rodolfo Schmal S.
Ing. Civil Industrial de la U. de Chile
Magíster en Informática de la U. Politécnica de Madrid-España