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¿EN QUÉ SE PARECEN? por Juan Carlos Pérez de La Maza

Haciendo un ejercicio histórico y de política internacional contingente, uno podría intentar encontrar semejanzas (y diferencias) entre ciertos gobernantes. Así, podríamos comparar figuras históricas como la reina Victoria con Isabel II; Charles de Gaulle con Winston Churchill o Gandhi con Mandela. Pero, también es interesante hacer un contraste entre figuras históricas más o menos remotas, con gobernantes de hoy.   Todo esto, a propósito del comportamiento electoral que tenía José Stalin en la desaparecida Unión Soviética, las recientes elecciones en Rusia y los futuros comicios presidenciales en Venezuela.

Recientemente Vladimir Putin ha triunfado en los comicios electorales efectuados en Rusia, obteniendo una mayoría (casi 88%) que, en cualquier estado democrático despertaría suspicacias. Pero en este caso, ya ni siquiera suspicacias se generan. La misteriosa muerte en prisión del único líder opositor que podría haber presentado competencia, Alekséi Navalni, tras una persecución política ostensible, sumada a varios intentos de asesinato y, finalmente, su encarcelamiento en Siberia, resumen bastante fielmente el estilo con que se enfrentan hoy día las contiendas electorales en ese país. Putin no tolera competencia, oposición ni sombra alguna. Y quienes pretenden hacerlo, rápidamente son apartados, apresados o, peor aún, sufren una muerte repentina y misteriosa. La democracia, en su versión rusa, dista mucho de cualquier concepto que en occidente se tenga de ella. Para todos los efectos, Putin es un monarca (Zar, más bien) sin corona, que mal disimula su autocracia mediante una ritualidad electoral en la que nadie cree ni confía. Pero que se realiza para mantener las apariencias.

Por su parte el bolivariano Nicolás maduro hace otro tanto. Émulo de Putin y Chávez, pero careciendo de los arrestos recios del primero y del carisma caribeño del segundo, sólo puede imitarles en la fuerza dictatorial, en la implacable represión opositora y en sus empeños por cubrir sus arbitrariedades con mañosos triunfos electorales que no sorprenden a nadie. Ya hace tiempo pudo sacar del camino a Henrique Capriles, con argucias legales y, más tarde, a Leopoldo López con un autoexilio forzoso. También consiguió superar la contrariedad que significó Juan Guaidó y su presidencia provisional, parcialmente reconocida por numerosos países. Y, hace poco, tras despojar de sus derechos políticos a Corina Machado, la más probable candidata presidencial opositora y bloquear desvergonzadamente la inscripción de una reemplazante, Maduro se alza como un virtual candidato único, salvo la postulación de varios nombres que son, nada más, meras fachadas que apenas logran disimular la impudicia política del heredero de Chávez. Las elecciones, “democráticas y populares”, que se celebrarán a fines de julio en Venezuela, serán la copia latina y caribeña de las rusas. En ambos casos, el proceso de sufragio es mero trámite, porque el resultado está escrito de antemano. La votación ciudadana no pasa de ser, en Caracas y Moscú, un remedo absurdo de la democracia.

Con Stalin las cosas eran diferentes. No mejores, por cierto. Muchas veces simplemente se omitió el ritual, por vacío que fuera, y nada más se confirmó la voluntad estalinista de mantenerse en el poder vitalicio. El Partido Comunista, único permitido en la Unión Soviética, se arrogaba el derecho de interpretar el “sentir popular” y confería una y otra vez el mando supremo a Stalin. Los rituales democráticos no eran necesarios, los derechos ciudadanos no existían y los eufemismos tampoco. Como un moderno Zar absoluto, él mandaba hacer su voluntad, que se plasmaba en intimidación, confinamientos, purgas y asesinatos de quienes intentaran alzarse como rivales. Desde Trotsky a Navalni, ser opositor es un oficio peligroso.

Así, Stalin gobernó por 30 años, Putin acaba de ser ratificado hasta 2030, con lo cual le empatará al primero. No obstante, de mantenerse en el poder, nada le impediría postularse nuevamente, con lo cual le superaría. Mientras, Maduro lleva “apenas” 11 años en el Palacio de Miraflores, pero nada le impedirá ganar los comicios de julio, mandato que le permitirá gobernar hasta 2030 y desde ahí quizás hasta cuando más. Es que, a veces, las elecciones no son el mejor sinónimo de democracia y el sufragio tampoco lo es de derechos ciudadanos.

Juan Carlos Pérez de La Maza

Licenciado en Historia

Egresado de Derecho

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