Los libros del filósofo Francisco Roco nos acercan a una sociedad más abierta donde predomine el diálogo. Una tarea titánica que si no se hace nos deja expuestos a caer al precipicio (por Mario Rodríguez Órdenes)

En este mundo tan caótico, el filósofo Francisco Roco Godoy trabaja incansable en los claustros de la Universidad de La Serena para afianzar un mundo en torno a la palabra y el diálogo, donde se busque establecer una relación fecunda entre filosofía y literatura. Un mundo en que nos comprendamos mejor y prevalezca el dialogo sobre la fuerza. La propuesta la hace en “La literatura como método” (2014) y “Comunicación y revolución tecnológica. Aportes para una comprensión humana en la era digital” (2019).
Francisco Roco Godoy (La Serena, 1954) estudió en el Liceo de Hombres de La Serena, del que egresó en 1971. Posteriormente se tituló de profesor de castellano en la Universidad de Chile, sede La Serena. Estudios posteriores en la Universidad de Chile, en Santiago, lo acercan a la filosofía y le permiten alcanzar un doctorado. Entre sus publicaciones destacamos “Introducción a la filosofía o para leer las meditaciones del Quijote” (2014).
Francisco, ¿cómo surge la literatura como método?
“La idea para escribir el libro ‘La Literatura como Método’ surge de la observación de la tardía aparición de una filosofía original en la América Hispánica, lo cual no significa que no apareciera tempranamente un pensamiento bastante sui generis en el continente. Esas ideas se encuentran primera y principalmente en la literatura. En obras como Doña Bárbara del venezolano Rómulo Gallegos (1884-1969) se confrontan dos visiones de mundo, una de las cuales representa la visión autóctona que se ha venido generando desde la Conquista española, en parte producto del mestizaje. También en Facundo de Domingo Faustino Sarmiento y tantos otros. Incluso muchos de los escritos de Gabriela Mistral van más allá de lo meramente estético y ofrecen profundas reflexiones de su concepción del mundo, de la mujer, de la política, del Estado, de la educación, etcétera”.
En rigor, esta conexión ha existido desde siempre.
“Ciertamente. Si se los separa y diferencia es por razones pedagógicas. Si se piensa en algunas tragedias griegas clásicas, por ejemplo, Antígona de Sófocles (495 a. C. – 406 a. C), donde se plantean conflictos morales y la difícil resolución. Pienso que no hay buena literatura que no plantee más o menos explícitamente una visión del mundo y del ser humano”.
¿Cómo la literatura ayuda a construir un mundo de palabras?
“El literato, como dice nuestro poeta Vicente Huidobro, es ‘un pequeño Dios’, en cuanto crea y recrea un mundo a su semejanza. El mundo poético, propio de la ficción puede coincidir con el mundo real, pero en muchos casos se aleja de la condición presente y plantea ideas que se consideran utopías. Sin embargo, parte importante de la ficción literaria tiende a hacerse realidad. Las obras de Julio Verne, en su momento fueron consideradas fantásticas. Muchas de esas fantasías se hicieron realidad. Como ha ocurrido también con 1984 de George Orwell o Un mundo feliz de Aldous Huxley. En el contexto latinoamericano me parece que hay dos grandes obras que ilustran nuestra condición: Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa. Ambas están llenas de símbolos, acontecimientos, percepciones, lenguaje, valores, creencias que nos son muy propias. Las buenas obras de arte evidencian aquello que de tan cercano y cotidiano, terminamos no viendo”.
¿Qué obras de la literatura chilena reciente son un buen pretexto para la reflexión filosófica?
“Vinculando esta pregunta con la anterior se puede establecer la relación que la literatura y el arte, en general, tienen con la construcción y, sobre todo, ampliación del mundo. De los proyectos humanos, de sus valoraciones. No solo de ideas, sino de percepciones y sentimientos. Los escritos de Pedro Lemebel traen a presencia una condición silenciada. La presencia de homosexuales en obras más antiguas aportaba solo lo cómico o trágico cómico. Lemebel los humaniza, lo libera del estereotipo. Como lo hace Mercedes Valdivieso con la mujer, a través de la Quintrala, en ‘Maldita yo entre las mujeres’. La frase cliché de que Chile es tierra de poetas e historiadores no es antojadiza. Se escriben entre nosotros obras de gran calidad, también entre las nuevas generaciones. Hay muchas editoriales libres con catálogos abundantes y de gran calidad. Los muy grandes opacan con cierta injusticia a los emergentes. No es fácil prescindir de Neruda, Parra, Donoso, Rivera Letelier, Pablo Simonetti, Isabel Allende, Elicura Chihauilaf y tantos otros y otras. Lo relevante es que las formas literarias son ‘incomparables’, en el sentido de que crean ficticiamente mundos distintos, aunque verosímiles. Hay influencias, pero ninguno es copia de los otros. En el arte no hay receta. Por eso no me atrevo a establecer un ranking de los grandes hoy. Eso vale para lo económico, no para lo artístico y cultural”.
Francisco, ¿cómo evitar que las prácticas totalitarias controlen las comunicaciones?
“Creo que el arte y la literatura son apología de la libertad. Por ende, su lectura, divulgación, conocimiento colaboran al desincentivo de prácticas totalitarias. A la construcción de mentes abiertas y tolerantes. Hay el juego permanente de mirar la realidad, el mundo desde distintas perspectivas. Si se hace una evocación del viejo Quijote, la novela de Cervantes, se recordará que la mayoría de los discursos del protagonista giran en torno a la libertad. No es casual que los regímenes totalitarios lo primero que suelen hacer es deshacerse de los artistas y filósofos. Desgraciadamente, Chile no ha sido la excepción. Para cualquier gobierno de turno, Violeta Parra sería una piedra en el zapato, por su compromiso irrenunciable de denuncia -en décimas, en música, en arpilleras- de la mentira, injusticia, desigualdad, de donde provenga. Muerta es valorada porque es menos peligrosa”.
¿Qué rol pueden jugar los profesores de filosofía en el Liceo?
“Los profesores de cualquier asignatura y en cualquier nivel de enseñanza juegan un papel fundamental. Las razones huelgan. En lo que respecta a los de filosofía y literatura deben incentivar la lectura, a nivel de los intereses, necesidades, madurez, etc. de los estudiantes. Sin olvidar sobre todo que aquella nació para entretener y esta para entender la situación en la que se está. De la lectura de un breve relato de Eduardo Barrios, el escritor chileno, se puede reflexionar acerca del bullying. ‘Del hombre muerto’ del uruguayo Horacio Quiroga o de ‘El inmortal’ de Jorge Luis Borges, sobre el sentido de la vida y la construcción y ejecución de proyectos, en el efímero e intransferible tiempo que se está en el mundo. Como no se pueden hacer experimentos con la vida (sí con el cuerpo o la mente), la literatura es una forma lúdica, estética de imaginar variados modos de vivir y morir. Otra gran novela, Madame Bovary de Gustave Flaubert (1821 – 1880), enseña a tomar precaución acerca de desenlaces poco felices en los que se puede desembocar a causa de la falta de racionalidad, de tomar decisiones equivocadas y no procurar enmendarlas. O bien si se opta por ellas, en uso del libre albedrío, no culpar al destino, a la sociedad, a Dios o a quien sea, por las consecuencias. Un microcuento de Gabriel García Márquez ‘El drama del desencantado’, enseña que el sentido de la vida radica en las pequeñas acciones cotidianas. Hay acontecimientos relevantes en las vidas, pero la ruta de cada día (‘rutina’) es aquello que pasa cuando no pasa nada. Y es la mayor parte del tiempo. Hay que aprender a encontrar lo valioso en lo habitual: caminar, conversar con los amigos, tomar la micro, ir al colegio. Se deduce del pequeño gran cuento que la tragedia del desencantado no es su fin irremediable, sino descubrir el valor de las pequeñas cosas cuando es demasiado tarde. Leer es vivir y morir por adelantado. No solo el escritor es ‘pequeño Dios’, también el lector”.
Durante su estadía en el Liceo de Hombres de La Serena, ¿tuvo experiencias fecundas con algunos de sus profesores, que le hicieron ver la posibilidad de afianzar una sociedad abierta?
“Respecto de mi experiencia como lector en el colegio, debo reconocer que es bastante distinta de la circunstancia de los jóvenes de hoy. Y las experiencias son intransferibles. Nací en 1954, en un mundo con muy distintas entretenciones si se lo compara con el de hoy. Por lo tanto, los libros y revistas eran valorados de manera diferente. Sin duda se leía mucho más. Pero también pertenezco a la generación que estuvo en el servicio militar para el Golpe de Estado (Yo me eximí por miopía). Los libros nada garantizan. Quizá no hubo época más prolífica para la filosofía en Europa que los primeros decenios del siglo XX, escenario de las dos guerras más cruentas que registra la historia. Es probable que alguno de los lectores de la entrevista esté pensando que mejor es no leer. Cada cual es libre de pensar lo que quiera. Allí está el grado cero de la lectura y la escritura. La lectura permite ser Alejandro Magno montado sobre Bucéfalo; Julio César, en la Guerra de las Galias; Lautaro, en la defensa de Arauco; Cristóbal Colón, camino del Nuevo Mundo. Yo soy yo y aunque me esfuerzo no puedo ser otro. Esos otros son distintos de mí. Pero sienten, sueñan, anhelan, aman y odian como yo. Nos une la condición humana, con lo bueno y malo que tiene. A través de la literatura y la filosofía es posible crear el puente que va de yo a nosotros. ‘La Literatura como Método’ es la literatura como camino para la reflexión, para entender por y para qué estamos en el mundo. Si no encontramos respuesta, forjar una y jugárnosla por ella. Es la literatura como pretexto para filosofar. Afortunadamente, hasta ahora el balance ha sido exitoso. ¿Mañana? No tengo certeza”.