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Entrevista: “El Maule podría convertirse en un polo de innovación agroalimentaria”

“Con foco en sostenibilidad y resiliencia al cambio climático”, asegura Anil Sadarangani (por Mario Rodríguez Órdenes)

Anil Sadarangani es doctor en ciencias biológicas por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

En “Innovadores científicos chilenos /La conquista de un nuevo mundo” (Catalonia, 2025), Anil Sadarangani muestra que Chile está en una encrucijada: ¿Seguirá dependiendo de sus industrias tradicionales o logrará posicionarse como un referente en la ciencia y tecnología?

Según Sagarandani: “Las regiones chilenas concentran enormes desafíos —en agricultura, salud, energía, medioambiente— que son oportunidades latentes para desarrollar innovación basada en ciencia. Pero para eso se requiere descentralizar el acceso a infraestructura, talento y financiamiento”.

Anil Sadarangani es doctor en ciencias biológicas por la Pontificia Universidad Católica de Chile. También hizo estudios de post grado en la Universidad de San Diego, en Estados Unidos. En la actualidad, es director de innovación de la Universidad de los Andes. Reside en Santiago.

Anil, ¿qué motiva la escritura de “Innovadores científicos chilenos”?

“La motivación principal nace de una necesidad profunda: visibilizar que en Chile se hace ciencia de primer nivel con impacto global, y que detrás de cada avance hay personas extraordinarias que decidieron tomar riesgos y transformar el conocimiento en soluciones. El libro surge como un ejercicio académico que busca mostrar casos reales de negocios y terapias que nacen desde la investigación científica, muchos de ellos en etapas avanzadas de desarrollo o comercialización. También tiene un propósito cultural y educativo: inspirar a nuevas generaciones a soñar en grande, a valorar el rol de la ciencia en la sociedad, y a demostrar que no es necesario irse del país para innovar a nivel mundial. Quisimos escribir una historia colectiva, una que capture la audacia de quienes se atreven a emprender desde el laboratorio”.

¿Por qué cree que Chile está en una posición única para convertirse en líder en innovación científica a nivel mundial?

“Chile tiene una combinación muy especial: una excelente base de capital humano avanzado, instituciones de educación superior que están generando conocimiento de frontera, y un ecosistema emprendedor que ha madurado rápidamente en los últimos años. A esto se suma la existencia de problemáticas locales —como la sequía, el envejecimiento poblacional o los desafíos en salud y alimentación— que obligan a buscar soluciones con alto potencial de escalabilidad global. La ventaja comparativa de Chile no está solo en sus recursos naturales, sino también en su capacidad de transformar conocimiento en valor. Si conectamos ciencia, innovación y propósito, podemos proyectarnos al mundo desde lo local”.

¿Qué plus tienen los científicos chilenos?

“El principal plus es su capacidad de hacer mucho con poco. La precariedad histórica del financiamiento ha obligado a desarrollar una ciencia resiliente, creativa, colaborativa y enfocada en problemas reales. A eso se suma una formación sólida y un creciente interés por vincularse con el entorno, ya no solo desde la publicación académica, sino desde el impacto social, ambiental o económico. Hay una nueva generación de científicas y científicos que entienden que el conocimiento debe circular y llegar a la sociedad, y que están dispuestos a asumir roles de liderazgo fuera del laboratorio”.

¿Cuál es su principal obstáculo?

“El mayor obstáculo sigue siendo estructural: falta de una política robusta y sostenida que fomente la articulación entre ciencia, industria y Estado. Persisten barreras culturales entre academia y empresa, mecanismos de transferencia tecnológica aún inmaduros y una baja inversión en I+D del sector privado. También arrastramos una visión extractiva de nuestra economía, que muchas veces no valora la generación de conocimiento como motor de desarrollo. En suma, hay talento, pero faltan puentes. La buena noticia es que hoy existen más instituciones, redes y políticas públicas que buscan revertir esta situación”.

¿Qué casos destacaría en la innovación científica chilena?

“En el libro se destacan diez casos emblemáticos, pero puedo mencionar tres particularmente inspiradores:NotCo, que utiliza inteligencia artificial para desarrollar alimentos basados en plantas, combinando ciencia de datos, biotecnología y sostenibilidad

– Phage Technologies, que desarrolla terapias bacterianas alternativas a los antibióticos, enfrentando así una de las crisis sanitarias del futuro: la resistencia antimicrobiana.

– Cells for Cells, que está desarrollando terapias celulares y fotosintéticas para sanar heridas crónicas y tratar el cáncer, llevando tecnología de laboratorio a ensayos clínicos en personas.      Estos casos no solo muestran excelencia científica, sino también visión global y modelos de negocio escalables”.

Anil, ¿podría ser una oportunidad para las regiones, como el Maule, por ejemplo?

“Absolutamente. Las regiones chilenas concentran enormes desafíos —en agricultura, salud, energía, medioambiente— que son oportunidades latentes para desarrollar innovación basada en ciencia. Pero para eso se requiere descentralizar el acceso a infraestructura, talento y financiamiento. El Maule, por ejemplo, podría convertirse en un polo de innovación agroalimentaria con foco en sostenibilidad y resiliencia al cambio climático. La clave está en formar redes entre universidades regionales, gobiernos locales y actores productivos, y en confiar en que desde cualquier parte de Chile se puede cambiar el mundo”.

Para conocimiento de los lectores, ¿qué se entiende por startups?

“Una startup es una empresa emergente, generalmente de base tecnológica, que busca escalar rápidamente ofreciendo una solución innovadora a un problema concreto. A diferencia de una empresa tradicional, su modelo de negocio se basa en la exploración, la validación temprana con usuarios, el prototipado ágil y la capacidad de crecer exponencialmente. En el caso de las startups científicas —o emprendimientos de base científico-tecnológica— el conocimiento profundo y la validación experimental son claves. Estas empresas no venden humo: venden ciencia aplicada”.

¿Es equivocada la tensión que, a veces, existe entre ciencia y negocios?

“Sí, es una tensión artificial y mal entendida. La ciencia y los negocios no son enemigos. Al contrario, pueden ser aliados poderosos cuando se articulan con ética, propósito y rigor. Hay quienes creen que comercializar la ciencia es ‘venderse’, pero lo cierto es que llevar conocimiento al mercado puede salvar vidas, mejorar la calidad de vida y generar desarrollo sostenible. Lo importante es no perder el foco: la ciencia no debe subordinarse al mercado, pero sí puede dialogar con él para maximizar su impacto. Esa es la clave de la innovación con sentido”.

¿Qué lastre ha significado para la economía chilena estar atado a industrias poco innovadoras?

Nos ha dejado atrapados en un modelo extractivo que genera riqueza de forma limitada y concentrada, y que no promueve la diversificación ni el valor agregado. Esto se traduce en una economía más vulnerable a las crisis globales, menos productiva y menos capaz de generar empleos de calidad. Al no invertir suficientemente en conocimiento, hemos desperdiciado décadas de talento y oportunidades. La buena noticia es que estamos a tiempo de cambiar. Transitar hacia una matriz productiva basada en ciencia, tecnología e innovación no solo es deseable, es urgente”.

Usted tiene conocimiento de Estados Unidos, ¿cómo funciona el flujo de las ideas y su relación con los negocios?

“En Estados Unidos existe un ecosistema profundamente interconectado entre universidades, empresas y gobierno. Las ideas no quedan atrapadas en papers: se incentiva activamente su comercialización a través de oficinas de transferencia tecnológica, fondos semilla, incubadoras y vínculos con la industria. Hay una cultura que valora el riesgo, celebra el fracaso como aprendizaje, y respeta el rol del científico-emprendedor. Además, el capital de riesgo juega un papel clave en financiar ideas en etapas tempranas. La mentalidad es: si tienes una buena solución para un problema real, el ecosistema te ayudará a llevarla al mundo”.

¿Hay conciencia de que el mercado es el mundo?

“Está creciendo, pero aún falta. Muchos emprendimientos científicos en Chile parten pensando en solucionar problemas locales, lo cual es valioso, pero deben entender desde el inicio que sus soluciones pueden tener alcance global. La ciencia no tiene fronteras. Si desarrollas una nueva terapia, una tecnología de desalinización o un sistema de diagnóstico, tu mercado potencial está en todos los países que enfrentan ese mismo desafío. La internacionalización no es una opción, es una necesidad. Y pensar global desde el día uno permite diseñar soluciones más sólidas, adaptables y escalables”.

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