Entre el 4 y 7 de septiembre se realizará en Santiago y Viña del Mar el “II Encuentro de Literatura Negra y Fantástica”. La escritora Gabriela Aguilera, con estrechos vínculos con Talca, será una de las expositoras (por Mario Rodríguez Órdenes)
Los primeros años de la vida marcan definitivamente a las personas. Es lo que le pasó a Gabriela Aguilera Valdivia (Santiago, 1960), que vivió sus primeros años en Talca. Después de un largo periplo se ha convertido en una escritora con una fecunda obra.
Entre sus libros destacamos: “Doce guijarros” (cuentos, 1976) y “El clan del guanaco” (Asterión, 2022). La obra de Gabriela es una profunda mirada sobre los desgarros y dolores de la historia de Chile reciente. Actualmente reside en Santiago, escribiendo y realizando diversos talleres.
Gabriela, ¿qué relevancia tiene el próximo “II Encuentro Internacional de Literatura Negra y Fantástica” que se realizará en Santiago y Viña del Mar, entre el 4 y el 7 de septiembre?
“Es un encuentro importante para la literatura y específicamente para la literatura negra y el género fantástico. En Chile es difícil realizar actividades de esta envergadura y más aún, mantener la continuidad. Por otro lado, el encuentro tiene el valor de ser panorámico e inclusivo, de surgir de una agrupación de escritores y de ser ejecutado por escritores”.
¿Cuáles son las coordenadas del género negro en la literatura chilena?
“Ramón Díaz Eterovic es quien le dio un nuevo aire al noir chileno. Hay otros escritores: Eduardo Contreras, Sonia González, Cecilia Aravena, Julia Guzmán Waitine, Gonzalo Hernández…Tenemos grandes creadores y creadoras”.
¿Y qué importancia tienen las mujeres en esa literatura?
“El noir escrito por mujeres ha crecido en Chile. Ha aumentado el número de escritoras que optan por escribirlo, tocando otros temas relacionados, otras denuncias, mostrando otras perspectivas, tonos y registros. Hay diversidad, lo que contribuye a enriquecer el género”.
¿”Cárcel de mujeres”, de María Carolina Geel, es un hito?
“Las mujeres han escrito acerca de la violencia criminal y de la violencia perversa hace mucho tiempo, en sus particulares formas, miradas y lenguajes. Para mí, María Carolina Geel es una escritora de fuste. Más allá del sensacionalismo que rodea su vida (y que a veces resalta más que su capacidad y habilidad artística), escribió una obra trasgresora y de gran valor literario. Lo hizo porque estuvo en un espacio carcelario, imposible de conocer en toda su dimensión si no se ha estado ahí. Pero también porque fue audaz y se expuso a sí misma. Se atrevió a hablar de lo que ocurría en la Casa Correccional, transformó su observación participante en escritura legítima y legitimada. La respeto, la admiro y para mí, su obra sí representa un hito. Hay otros hitos, evidentemente, y cada uno tiene su propio peso”.
Su propia vida fue trágica. ¿Cómo fueron sus años de escritora después que el presidente Carlos Ibáñez del Campo la indultara?
“Por lo que me ha contado un escritor que estuvo cerca de ella años después, fue una solitaria. Se creó en torno a su persona una cierta sensación de temor y ella, que al parecer jamás fue extremadamente sociable, no hizo mayores intentos para cambiar aquello. Hubiera querido conocerla. Imagino que podría haber sido una gran maestra”.
Usted participará en algunas de las mesas del encuentro, ¿qué temas le interesa abordar?
“Me parece interesante poner textos y conversaciones de escritoras y escritores en ejercicio a disposición del público general, en un contacto directo. Nuestro oficio es apasionante y una fuente de descubrimientos. Por supuesto, me interesa relevar la escritura propia de las mujeres, con sus características y la perspectiva de género que hay en esos textos. También me importan las inquietudes de la gente que surgen en estos encuentros, que surgen en el momento y abren nuevos temas, nuevas interrogantes y búsquedas”.
Gabriela, ¿qué recuerda de sus primeros años en Talca?
“Llegué a Talca con cuatro años y mi primer recuerdo es caminar por la calle 2 Poniente, donde estaba la casa en la que íbamos a vivir. Fui feliz en la Escuela Concentrada N°15, donde hice el kínder y el primero básico. Tuve profesoras amorosas, dedicadas. Las recuerdo con cariño y agradecimiento por lo que me entregaron. También recuerdo el ojo de agua que estaba frente a la escuela y donde jugábamos con barquitos de papel. Un tiempo hermoso en el que se ejecutaba la reforma educacional, la reforma agraria…El país cambiaba”.
¿Su padre era funcionario público?
“Mis padres fueron profesores de Estado. Mi padre trabajaba en el Liceo 10 de Hombres de Santiago cuando lo invitaron a participar en la formación de profesores normalistas y en las escuelas rurales en Talca. Mi madre fue profesora del Liceo de Niñas de Talca. Tenían un grupo de amigos profesores muy nutrido, con los que compartían una visión de país y se la jugaban por concretarla”.
¿Qué influencias fueron decisivas en esos años de formación?
“Mis padres, mi abuelo materno, mis profesoras. El entorno era rico, diverso y políticamente comprometido. Mi padre era músico, tenía una banda con dos amigos y tocaban jazz. En mi casa se conversaba de todo y mucho. Leíamos, analizábamos. La biblioteca era muy grande. Después de pagar las cuentas y la comida, mis padres destinaban parte importante del sueldo a comprar libros y música, ir al teatro y al cine. Y estaba la radio, por supuesto. Yo escuchaba radioteatros, sobre todo historias tenebrosas: La Tercera Oreja, El doctor Mortis, Los Ofensores”.
¿Cómo surgen sus estudios en la Universidad Autónoma de México?
“Viví en México casi cuatro años y decidí estudiar en la UNAM porque hubiera sido un desperdicio no hacerlo estando allá. En mis años de estudiante en la Universidad de Chile, aspiraba a estudiar en la UNAM, aunque en ese momento era imposible. Pero sucedió y tuve esa oportunidad. Hice el Diplomado en Estudios Mexicanos: Historia, Arte y Literatura. Un lujo, tanto por los profesores (expertos en todos los temas del programa de estudio), como por esa universidad y poder estar en los lugares que constituían el núcleo de las materias”.
¿Cómo se fue inclinando por la literatura negra?
“Creo que desde mis lecturas poco convencionales y las historias truculentas que escuchaba. Mis padres no censuraban contenidos, pero guiaban. Mi abuelo materno era fanático de la novela negra y tenía libros de Hammett, de Chandler, Erle Stanley Gardner, Mike Hammer. Pasé veranos enteros leyendo a esos autores. Mi madre coleccionaba los libros de Agatha Christie y a mi padre le gustaba René Vergara. Eran autores que estaban en la biblioteca de mi casa, a la mano. Además, toda mi familia paterna es del barrio Avenida Matta, en Santiago. Ahí siempre pasaban, abiertamente, muchas cosas dignas de la crónica roja. Los niños y niñas éramos espectadores de sucesos impresionantes”.
¿Puede mencionar algunas autoras que la hayan influenciado?
“¿Narradoras? María Carolina Geel, por supuesto, Agatha Christie, Margaret Millar, Sarah Grand, Vera Caspary, María Elvira Bermúdez. Hay otras que no escriben noir: Marguerite Duras, Cristina Peri Rossi, Silvina Ocampo, Colette, Amparo Dávila, Agota Kristof, Inés Arredondo”.
¿Cómo surge su interés en la memoria?
“Provengo de una familia comprometida políticamente, con todo lo que implica. Esto se unió a mi interés por la historia, los procesos socioculturales, el registro: la foto, la carta, la dedicatoria en un libro, el nombre de una calle. Siempre estaba preguntando cómo era antes tal cosa o tal otra, por qué era así, por qué había cambiado. La dictadura golpeó mi entorno, a mi familia. Todo cambió de golpe, como dice un verso por ahí. El registro de la memoria y su reconocimiento es fundamental para la identidad y la pertenencia. El olvido es fatal, nos lleva a perdernos”.
Refiriéndose a Mátame de frente, de Felipe Olivares León y Claudio Vilches Maturana, escribe: «La crueldad, la perversidad y la posterior impunidad fueron bestias feroces que se movieron a su antojo en la noche dictatorial, desde el primer momento de ese 11 de septiembre»… ¿Cómo se pudo llegar en Chile a esos excesos?
“El mundo estaba polarizado en ese tiempo de la guerra fría. Yo tenía doce años cuando ocurrió el golpe civil-militar y recuerdo esos años de polarización y enfrentamiento provocados por el temor de una derecha codiciosa ante el triunfo electoral de ese pueblo pobre. Tenían tanto miedo de que les quitaran sus ‘casitas del barrio alto con rejas y antejardín’, el campo de sus familias, aposentadas allí desde la colonia, sus riquezas. Estados Unidos tampoco podía permitirlo. La revolución con sabor a empanada y vino tinto era un peligro a sus intereses en Latinoamérica. El golpe era una amenaza que se acercaba, previa desestabilización de la economía, el cultivo consciente del miedo al otro, tanto miedo, que el ‘son ellos o nosotros’, cobró una realidad concreta”.
¿Es una herida que todavía sangra?
“Sí. Mientras no haya verdad, justicia, reparación y compromiso de no repetición, de manera genuina y honesta, la herida seguirá ahí. Y no basta que todos los que vivimos la dictadura y sus consecuencias nefastas ya no estemos. Porque las familias están marcadas por ese dolor que traspasa generaciones”.
¿Cómo se podría afianzar una auténtica reconciliación?
“Claramente, dar vuelta la página no es el camino. Tampoco dejar de hablar de estos temas que nos duelen. Creo que verdad, justicia, reparación y compromiso de no repetición son cuatro pilares fundamentales de la opción que debemos tomar. Y la memoria sostiene aquello. Pero debe haber voluntad política y amor por el otro, la otra. Un manotazo de maquillaje no va a cambiar nuestra realidad de país dolorido”.
Su obra aparece cruzada por una profunda preocupación por Chile. Por ejemplo, en “El clan del guanaco” aparece la sociedad chilena profundamente dividida y atrapada por el modelo neoliberal. ¿Ve posible otras formas de vida?
“Somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos. Después de la dictadura, como país, optamos por perpetuar el modelo neoliberal, despiadado y deshumanizante. El Chile de hoy es el Chile que construimos. ¿Podría cambiarse? Pienso, creo y siento que sí, el cambio es inherente a la vida. El asunto es cómo hacerlo y qué sociedad es la que queremos. Estoy convencida de que esta forma de vida modelada por el neoliberalismo no es buena. No es bueno el consumo a ultranza, el individualismo, la exclusión, el racismo, el clasismo, la des-educación. Quizás no voy a ver ese cambio, pero tengo la esperanza de que mis nietos lo vivan”.