
Franco Berardi Bifo (Bolonia, 1949) es un filósofo e intelectual italiano de enormes capacidades de compresión de la realidad contemporánea. Diario Talca entrevistó al doctor Óscar Ariel Cabezas de la Universidad de Duke y profesor de la Universidad Católica de Chile, para profundizar en este pensador y en el significado profundo de lo que pasa en Gaza.
Escribe Berardi Bifo: «La civilización ha consistido, al menos en los siglos modernos, es el intento de someter la ferocidad de la política, el instinto a la voluntad, es decir, de someter el caos al lenguaje. Después de Gaza, es hora de reconocer que este intento de humanizar la historia ha fracasado, y que no habrá otro intento».
¿Por qué la civilización, es decir, el predominio del lenguaje sobre la ferocidad natural del instinto, se está desintegrando?
“El libro ‘Pensar después de Gaza. Ensayo sobre la ferocidad y la extinción de lo humano’, publicado recientemente por Tinta Limón y Lom Ediciones (2025), es el primer libro que en un registro filosófico logra captar el horror del genocidio que el Estado de Israel comete contra el pueblo palestino. Como no vivimos en Gaza, el genocidio que podemos ver en la comodidad de nuestros hogares, sin comprender y sin sensibilizarnos lo suficiente, es completamente inédito en la historia de la humanidad”.
Diferente a lo ocurrido con la experiencia nazi…
“Ciertamente. El holocausto perpetrado por los nazis para exterminar al pueblo judío no fue televisado. En Gaza, la ferocidad de los bombardeos, el uso de celulares y drones al servicio del exterminio de niños, mujeres y ancianos se halla más allá de las posibilidades que el lenguaje y sus intituciones tienen para detener la muerte. En medio de estas crueldades la ferocidad no tiene lenguaje para la negociación. El proyecto de Netanyahu, con la complicidad del gobierno de Trump, y de una débil Europa, es un programa necrocolonial, es decir, un programa donde la lengua de la civilización como lengua parlamentaria no tiene ninguna posibilidad para detener la muerte de miles de inocentes. El lenguaje, está por decirlo así, ausente y, en su ausencia, lo que predomina es el instinto de la codicia, de la colonización más brutal que hayamos visto. Es la pura ferocidad del capitalismo mundializado y administrado por el desquicio y la locura del instinto asesino”.
¿Por qué el liberalismo favorece esta desintegración?
“El liberalismo es una de las más importantes narrativas de la modernidad y, al mismo tiempo, uno de los instrumentos más exitosos de la política subordinada a las lógicas del capital. No hay liberalismo sin lenguaje, aunque sin duda, hay lenguaje sin liberalismo. En el lenguaje del liberalismo la ficción de la individualidad es una pieza importante de lo que van a ser nuestras modernas democracias. Pienso que Bifo está sobre todo pensando en las complicidades de la experiencia sensible cuya potencia es siempre experiencia que ocurre de manera transindividual. La experiencia del lenguaje es una experiencia que supone la trasindividualidad y, por lo mismo, compone el lenguaje en la experiencia de los cuerpos que sienten. Hay toda una dimensión afectiva en la sonoridad de los que se aman y hablan, en los cuerpos que se desean y se inventan en el interior de una comunidad que no está necesariamente dada por las abstracciones nacionalistas de los Estados, sino por el clamor del cuerpo social. El liberalismo es demasiado abstracto para coincidir con estas experiencias. Pero a su vez, es demasiado eficiente y operativo para destruirlas y organizar sociedades atomizadas, disgregadas y carentes de todo principio de razón que no sea el del interés. La pasión por el lucro y la ganancia, la pasión por la codicia y el poder, la pasión por reproducir el orden de injusticias a partir de la retórica de las libertades individuales favorece la vida del capital y de lo que ingeniosamente Bifo llama ‘semiocapitalismo’ para definir los modos en que el capitalismo actual se apropia de los signos y lenguajes. El capitalismo del liberalismo es hoy, más bien, un capitalismo post-industrial que vampiriza los signos y los lenguajes de la cultura, neutralizándolos y vaciándolos de la experiencia sensitiva en que lo humano se duele, goza y ama en la pasión por lo colectivo. El liberalismo llevado a su extremo por el neoliberalismo que hemos conocido no favorece esta pasión, sino que, más bien, la desintegra”.
¿Acaso nos espera la barbarie?
”Bifo no exagera, en Gaza la humanidad como proyecto civilizatorio ha muerto. El proyecto humanista no tiene porvenir porque las estructuras normativas de la coexistencia pacífica, las normas que deben orientar la vida, la idea de estado democrático no existen más. En Gaza, la única norma que escuchan diariamente los palestinos es la del asesinato masivo y la de la reducción completa de la población a la hambruna. Y, claro, si el globo terráqueo sigue gobernado por la locura y el desquicio de líderes como Trump y por políticos y millonarios que desean el lucro de sus empresas, la reproducción de los Netanyahues está a la vuelta de la esquina. Gustavo Petro lo ha dicho mejor que Bifo, quizá, porque en el presidente colomabiano hay todavía esperanza en las acciones morales y políticas: ‘si muere Gaza, muere la humanidad’. La pregunta es si los líderes que se identifican con los valores universales de la democracia y los derechos humanos van a dejar que la humanidad muera. Para que esto no ocurra, es necesario re-componer toda la estructura jurídica del derecho internacional y, para ello, hay que des-oligarquizar los estados; hay que volver a creer en la política que emana de las formas sensibles y de las inteleligencias que buscan orientar la vida hacia modos de existencia en que no sea posible el triunfo del instinto de muerte”.
En un mundo en que se impone un sentido al lenguaje. ¿Qué espacio queda para la crítica?
“La crítica, a veces atrapada en la vanidad aristocrática de los intelectuales, sigue siendo un arma de quienes la ejercen más allá de su condición de sabio o de profesionales universitarios. De hecho, la crítica de una práctica democrática no es el ejercicio de un especialista. Si la crítica tiene un cuerpo politizado y sensible que la moviliza hay siempre esperanza de que algo cambie. La palabra, sin duda, transforma, pero ésta no es un atributo de los filósofos o de los crítcos profesionales. Para que haya espacio para la crítica debe haber espacios de prácticas sociales y democráticas; algo así como prácticas críticas sin las que la democracia no puede existir. Estas prácticas no ocurren en la lógica de los intereses del partido, generalmente toman lugar al interior de los movimientos sociales. Por otro lado, la práctica democrática requiere de estados de pensamiento y reflexión, es decir, requiere de ciudadanos. De manera que se puede decir que el espacio de la crítica hoy está en crisis. Se trata por cierto, de la crisis de la política secuestrada por los aparatos de dominación y también por la lógica de los partidos tradicionales que persiguen una lógica de interés particular. La ciudadanía es hoy compulsión al consumo y pasión narcisista en redes sociales. Por supuesto, hay deserción y resistencia a la cancelación de la ciudadanía entendida como pasión por el consumo y el narcisismo de desafección conectiva. Pero lo cierto es que la tendencia no es la deserción y la crítica política de esta forma de dominación, sino la administración de una dominación que funciona digitalmente según una lógica del algoritmo. A la idiotización de la subejtividad en redes sociales hay que sumar la destrucción de los Estados nacionales”.
¿Es inevitable un futuro mortífero?
“El futuro es algo que no podemos predecir del todo. Lo que sí podemos hacer es luchar y analizar como ciudadanos lo que ha ocurrido y está ocurriendo con el siglo XXI. Sin duda, es el siglo en el que la extinción de lo humano es posible. Los Estados no parecen ser una solución que pueda contener las tendencias asesinas que hoy gobiernan y contienen las posibilidades de un futuro que no sea mortífero. Esto tiene una historia. Los Estados fueron asaltados por la lógica del neoliberalismo y el acoplamiento de las estructuras de partidos políticos de izquierda y de derecha. Este asalto ha hecho posible un Estado que trabaja para oligarquías transnacionales y como resultado lo que hemos experimentado es un incremento de la cultura de la muerte y la posibilidad real de que la extinción de la especie humana sea algo que puede ocurrir. El neoliberalismo es la verdadera pandemia que ha destruido la posibilidad de la democracia y ha entregado los recursos naturales a oligarquías transnacionalizadas”.
¿En qué se ha convertido la democracia?
“La democracia se ha convertido en una retórica de guerra intervencionista contra países pobres o en resistencia a la geopolítica imperial promovida por el imperialismo de los Estados Unidos. Para detener el futuro mortífero en el que ya vivimos no solo hay que combatir el desquicio de las derechas mundializadas, hay también que combatir las izquierdas que participan de los simulacros de democracia”.
Escribe el autor: «La Segunda Guerra Mundial fue una tragedia inmensa, pero no anuló la posibilidad de creer en un mundo mejor…»
“Aquí, Bifo, de nuevo tiene razón. El fin de la Segunda Guerra Mundial trajo las esperanzas de los Estados de Bienestar que en nuestros países fueron traducidos como Estados preocupados por la cuestión social. Trajo también las luchas del movimiento de derechos civiles en los años 50’ en los Estados Unidos y en América Latina. La Revolución Cubana fue un momento en que las esperanzas se materializaban del lado de la historia de los vencidos. La historia europea fue marcada por las guerras, pero también por la importancia que tuvo el Mayo del 68´, experiencia política de la que, se puede decir, proviene Bifo. En nuestra región, sin embargo, todo ese ciclo de esperanza se fue cerrando con el asesinato en Bolivia del Che Guevara en 1967, la matanza de Tlatelolco en la Plaza de las tres culturas el 2 de octubre de 1968, y con el golpe militar y asesinato del presidente Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Pero no hay duda de que las esperanzas de un mundo mejor eran más fuertes y viables que hoy, en la actualidad no son tan fáciles de visualizar. Por otro lado, la guerra en Gaza no es cualquier guerra. En Gaza no hay crímenes de guerra, hay genocidio, masacre de un pueblo indefenso”.
¿Cree que como lo dice el autor, nos encaminamos «hacia una época donde nunca habrá paz y justicia»?
“Para que haya paz debe haber instancias que regulen la posibilidad de la guerra. Debe haber instituciones con capacidad de contener la guerra a partir de las virtudes que tiene el lenguaje. Pero sabemos que el lenguaje no es suficiente, debe haber justicia y concepciones de qué es la justicia. Vivimos en un mundo de psicóticos, un mundo en que los valores más preciados de la humanidad han sido trastocados con peligro de muerte. En nuestra región, hemos tenido golpes militares… Pero siempre hay una luciérnaga, un diminuto chispazo en la oscuridad, una pequeña lucecita que permite volver a creer y, sobre todo, a luchar por las cosas que verdaderamente importan. Ahora bien, todo el horror que padece el pueblo palestino no tendrá nunca restitución. No es cierto que todos somos Gaza, pues nadie puede realmente sentir el inmenso dolor de madres, hermanos y padres que ven cómo sus hijos son matados por hambre, muertos por los bombardeos o asesinados a mansalva. Ese dolor del pueblo palestino no tiene ni creo que tendrá posibilidad de duelo. No tendrá cura con museos del genocidio y políticas de la memoria. Lo que han hecho en Gaza es demasiado terrible, es demasiado inmenso como para que pensemos en el duelo. Sin embargo, recomponer la posibilidad de la paz y de la justicia es una urgencia que está en manos de los movimientos de protesta, de los líderes de Estados que aspiran a que la humanidad no muera, de la recomposición del derecho internacional, del juicio y castigo a los genocidas y asesinos”.