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Entrevista: “Es una alegría que se siga leyendo”

“Cuentos Escogidos de González Vera” es una selección de uno de los escritores chilenos más relevantes del siglo XX. La selección la hizo su nieta Carmen Soria (por Mario Rodríguez Órdenes)

José Santos González Vera fue un hombre tranquilo, quitado de bulla.

“Viví por muchos años en casa de mis abuelos, luego de deambular por varios años cuando regresé del exilio. Allí nació mi madre y también pasé muchos sábados de mi infancia, día en que almorzábamos en familia. La casa tenía un jardín hermoso que cuidaba mi abuelo, muebles antiguos, visillos, una chimenea que no podía usarse por falla de construcción y, por supuesto, múltiples repisas llenas de libros. Construida el año 1936, aquella casa de Plaza Egaña, fue mi hogar. Mis primeras memorias son sobre mi abuela, María Marchant. Mi abuelo José Santos González Vera siempre tenía en su semblante una sonrisa y dejaba en mis manos cariñosamente una pastilla de menta. A él lo conocí mejor luego de muerto y cuando regresé a vivir a lo que había sido su hogar en los años noventa. Aquella casa era la entrada a un santuario, donde me aboqué a la tarea de limpiar cada año su enorme biblioteca”, precisa Carmen Soria durante la conversación en torno a “José Santos González Vera / Cuentos Escogidos” (Ediciones Alfaguara, 2025).

José Santos González Vera fue un hombre tranquilo, quitado de bulla. Se casó con María Marchant en 1932. El matrimonio tuvo dos hijos Álvaro y Laura. Publicó los libros: “Vidas mínimas” (1923), “Alhué” (1928), “Cuando era muchacho” (1951), “Eutrapelia” (1955), “Algunos” (1959), “La copia y otros originales” (1961), y “Necesidad de compañía” (1968).

Recibió el Premio Nacional de Literatura el año 1950. Falleció en febrero de 1970. Gabriela Mistral al referirse a él señaló: “Uno de los chilenos más cargados de chilenidad en sus temas”.

Los cuentos que componen esta edición fueron escogidos por Carmen Soria, encargada de su archivo. La selección se realizó a partir de los dos libros de cuentos publicados por el autor. De “La copia y otros originales” se escogieron doce de los veintiún cuentos que lo componen y de “Necesidad de compañía” fueron elegidos ocho de los doce que lo conforman. Se ordenaron según orden de aparición y se tomaron las versiones de “Obras completas” (Cociña Soria Editores)”.

Según un lúcido ensayo de Rafael Gumucio: “González Vera murió como escribió, de a poco y con discreción. Una afección cardiaca le fue quitando año a año, mes a mes las energías. Finalmente cedió a la enfermedad y murió. Eligió por tumba su propio jardín, donde su viuda María Marchant repartió sus cenizas. Corría el año 1970”.

Carmen, ¿dónde nace su abuelo?

Nació en El Monte el 17 de septiembre de 1897. En esos años se le conocía por su nombre completo: San Francisco del Monte. Es una localidad cercana a Santiago. En 1903 se traslada con su familia a Talagante. A los 11 años llega a Santiago y se matricula en el Liceo Valentín Letelier, pero no aprueba el primer año de humanidades”.

 

A los trece años abandona la escuela…

Exactamente. Y realiza una serie de oficios: fue aprendiz, mozo de sastrería y de una casa de remates, obrero en una fundición, peluquero aficionado, lustrador en un club, secretario de una sociedad de carniceros, comisionista, cajero de almacén”.

 

¿Cuándo comienza a interesarse en la literatura?

“Cuando tenía cerca de 20 años. Leyó la obra de los rusos Máximo Gorki y Piotr Kropotkin, teórico del anarquismo. Muy pronto empieza a escribir para divulgar esta ideología, buscando ‘un orden más favorable para la comunidad’. También escribió en diversas revistas como ‘Claridad’, órgano de difusión de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile y ‘Atenea’ de la Universidad de Concepción. Durante la persecución a la FECH en 1920, realiza un viaje al sur de Chile donde conoce al joven Pablo Neruda y Gabriela Mistral”.

 

¿Qué lo caracterizaba como escritor?

Sus libros los firmaba como González Vera. En su vida publicó ocho. De ninguna manera fue un escritor que se esforzó por publicar en abundancia. Lo justo. Sus obras corregidas y disminuidas, son verdaderas joyas. Si bien es cierto, al principio, los temas apuntan a las vivencias del pueblo, no se advierte en sus palabras gritos desaforados. Solo escribe, muestra y pasa. Las conclusiones las deja al lector. Como debe ser. Eso molestó a muchos. Su estilo, aparte de ser breve y sintético, está dotado de un fino humor, agudo y repentino. Esto hizo que fuese llamado el Chéjov del Mapocho, por la notoria influencia del célebre escritor ruso, que también era cuentista. El escritor Roberto Merino precisa: ‘En su asedio psicológico de vez en cuando deja filtrar un detalle humorístico, indistinguible de la seriedad con que se toma cada uno de ellos’. Mientras que Armando Uribe al referirse a él señala: ‘Es un creador de palabras perdurables, de lo mejor que ha producido el pueblo original chileno’”.

 

Carmen, para la selección de cuentos ha tenido que releerlos. ¿Cómo ha sido la experiencia?

“Es una alegría que se siga leyendo. Tras su lectura puedo decir que mi abuelo era un libertario maravilloso y que todos quien estuviese a su lado podía volar, crear, hacer su vida. Cada cierto tiempo releo su obra y siempre me gustan y me transportan a un Chile que, pese a todo, existe. Él y Chéjov son dos escritores que relatan la vida como si se estuviese viendo una película”.

 

¿Qué la ha sorprendido de su lectura?

“Me sorprendió el impacto que tenía sobre todo entre los jóvenes o gente muy mayor. Muchos se interesaban por su pasado anarquista, lo que me llevó a investigar sobre su vida política y más tarde a hacer una compilación de los escritos que publicó junto a su amigo Manuel Rojas en los periódicos, folletines y revistas ácratas de comienzos de 1918, que se plasmó en un libro llamado “Letras Anarquistas”, donde tuve constante ayuda del historiador Óscar Ortiz”.

 

Cuando recibió el Premio Nacional de Literatura en 1950 recibió muchas críticas…

“Cuando mi abuelo recibió el Premio Nacional de Literatura en 1950 solo había publicado dos libros: ‘Vidas Mínimas’ y ‘Alhué’. Se produjo una gran controversia. Algunos escritores consideraron que su obra era intrascendente y no faltó quién lo animara a renunciar a este reconocimiento. Otros, como el escritor Enrique Espinoza destacaron que ‘Vidas Mínimas’, tenía el mérito de contener la primera aproximación de la literatura chilena a los personajes del mundo del mundo del proletariado a través del mundo del conventillo”.

 

¿Cómo reaccionó él?

“Mi abuelo tenía una gran sentido del humor. Cuando se le comentó que había recibido el Premio Nacional de Literatura correspondiente al año 1950, respondió: ‘¿Esto me parece una broma?’ Tanto era su humor que las críticas que recibió las publicó en un libro”.

 

¿Qué buscaba su abuelo en sus escritos?

“Él lo señaló: ‘Mi propósito fue ser preciso, económico de palabras y ajustarme a lo que sentía’”.

 

¿Dónde radica la importancia de leerlo?

“Los invito a leerlo. Viajarán a través de estas páginas por lo humano y lo sencillo; estarán en las casas y en las calles antiguas de nuestro país y se darán cuenta de que cada conversación, cada persona, cada lugar, por más mínimo que parezca, si tenemos la mirada profunda y el oído atento, puede esconder en sí mismo un tesoro”.

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