Ignacio Fritz (Santiago, 1979) es un escritor especializado en relatos cortos, cuentos y novelas. Lo que se conoce como “weird noir” o policial interior. Es licenciado en comunicación social y periodista, formado en la UNIACC.Ostenta un diplomado en literatura creativa.
En el año 2004 fue finalista del concurso de cuentos organizado por la Revista Paula. Acaba de publicar “Mausoleos en el desierto” (Editorial PAN, 2024). En Eskizoides, Fritz refleja un mundo descarnado, sumido en la soledad, el desgaste y la deshumanización de personajes acechados.
Ignacio, a los 23 años publicó el libro de cuentos Eskizoides (2002). ¿Cuáles fueron sus años de formación?
“Mi formación en realidad fue una deformación que arrastraba desde niño, ya que siempre fui muy interesado (e influenciado) por la televisión chatarra y las series que había en esa época, como Magnum P.I., CHiPs o Miami Vice y los dibujos de Transformers o G.I. Joe: A Real American Hero. Y después, en los años 90, pasaban en el cable Metrópolis muchas películas, que a veces las veía dos o tres veces, todas ellas muy exageradas, muy violentas, y casi me las sabía de memoria, con directores como John Carpenter o Wes Craven o Robert Rodríguez”.
¿Buen lector?
“Todas las tardes hice maratones de todo tipo de películas de acción o lo que fuese, y luego, a partir de los diecisiete años, que coincide con el regalo de mi padre de un libro de Hemingway titulado ‘Los asesinos’, comencé a leer lo típico, como Cortázar o García Márquez y Mario Vargas Llosa. En mi familia, el único que leía era mi padre, de manera que fue él que me alentó a leer e incluso a escribir, allá por 1996. En retrospectiva, mi formación se dio desde que aprendí a leer y escribir. La vida misma y sus experiencias directas e indirectas me han nutrido, pero de colesterol; nada sano. De eso va todo lo mío: hay una toxicidad relacionada con mis gustos de nicho, como las novelas de zombis o el splatterpunk. De hecho, tengo publicada una novela de zombis, Providencia zombi: El misterio eterno, y un libro de cuentos llamado Splatterpunk”.
¿Qué lecturas decisivas reconoce en su formación?
“Como te comenté, en esa deformación había desfase cultural de varios años, de carácter televisivo, de cultura chatarra, pop, más que de literatura seria o académica. Solo recién a los diecisiete años, el 1996, me interesé en la literatura, y en general comencé a leer a los escritores de la Nueva Narrativa Chilena, como Fuguet y Contreras. Estamos hablando de una época sin un internet masificado, de manera que uno debía ir a la librería Feria Chilena del Libro y buscar lo que hubiese. Pero en realidad eran preferencias, de mi parte, bien tincadas, nada que hubiesen enseñado en la Universidad. Por eso creo que más que formación, he tenido una deformación. Lo otro: siempre se considera un crimen escribir sin una formación académica, lo que es relativo, depende solo del trabajo arduo y una pizca de talento. Creo que solo con el trabajo uno puede tornarse talentoso”.
Críticos como Javier Edwards Renard destacan su trabajo. ¿Qué significó para usted?
“Agradezco lo que opinó ese señor Edwards. Ya autores como Alejandro Zambra en su columna de Las Últimas Noticias, y otros críticos, solían hacerme bullying, seguro por mi visión ideológica de lo escrito, con claves en el género noir y el realismo sucio o esos géneros mirados a huevo, como el de zombis. Aparte, lo de publicar joven, tanto en ‘Zona de Contacto’ (a los 19 años) y con un libro (a los 23), parece que molestaba. Y si se le suma que no represento ningún foco de poder, se allanaba más la crítica lapidaria. Si me golpeaban, daba lo mismo, porque yo no era un Premio Nacional ni representaba a nadie que no fuera yo mismo”.
¿Qué significó escribir en el suplemento “Zona de Contacto” de El Mercurio?
“Llegué allí en 1997 o 1998 de chiripa. Yo no leía la Zona, me daba lo mismo. Lo encontraba muy de péndex poser. Sabía de su existencia, eso es obvio, pero no la leía. Fue fortuito que postulara con un cuento corto titulado “Un cuarto de hora”, que no lo publicaron. Después logré publicar cinco cuentos, una suma modesta. Los editores eran exigentes, no publicaban cualquier mamarracho. En lo personal, nunca dimensioné lo de haber participado allí; postulaban muchísimos jóvenes y solo seleccionaban una docena. Incluso he perdido los suplementos en los que publiqué. Salvo uno que mandé a enmarcar y lo tengo colgado en mi cuarto de creación literaria”.
¿Por qué fue tan relevante participar en el taller de Pablo Azócar?
“Relevante no fue. Tenía conciencia de que Azócar era un escritor… Leí un cuento de él aparecido en la Revista Ya, si mal no recuerdo, de 1997, y lo encontré florido, preciosista, cursi, pero muy en el rollo de parejas separadas y Joan Manuel Serrat, lo que para mí era aburrido. Un bostezo. Comencé a ir a su taller en 1999, y él parece que no creía mucho en la Zona y me metió en ese saco, aunque yo no tenía nada con la Zona, salvo esos textos publicados, ya que con ellos tuve unos cuantos problemas. Azócar me alentó a escribir, o yo mismo me alenté cuando me dijo que era un ‘virtuoso’ y que me quitara a Tarantino de la cabeza. Virtuoso o no, en esa época escribí hartos cuentos cortos, con la tónica televisiva, coloquial y alienada y proyanqui. Mi padre siempre me dijo que yo era ‘un esclavo psicológico de los EE.UU.’. Puede ser. Azócar siempre cuestionó mis temáticas, en todo caso. Aparte, después de su taller, uno se perdía con una bohemia nocturna en el bar Liguria de Manuel Montt. No falta el tonto que cree que publiqué por haber sido amigo de Azócar, lo que es falso. Hubo un informe de lectura con lo mío, y todo fue en regla, ya que la dueña de Cuarto Propio es una señora muy seria y exigente”.
¿Cómo se ve el mundo desde la perspectiva de los protagonistas de Mausoleos en el desierto, considerando la experiencia del estallido social?
“Es lo mismo en cuanto a temas, aunque llevado a una realidad de contingencia como el estallido social. Violencia inusitada y absurda. De hecho, mis personajes aparecen tanto en Eskizoides como en Mausoleos en el desierto o El festín de los engendros. Salen en los textos como si vivieran, respiraran. Pienso que la violencia en el mundo real no debiera ser, pero eso es rayano en lo utópico, como lo exhibido en El hombre Omega o En la máquina del tiempo. Ha estado desde siempre. Caín mató a Abel, ¿no? Se crucificó a Jesucristo, ¿no? En la ficción es otra cosa, por algo es ficción: a través de ella se puede intentar revertir los males de siempre, incluso los propios de mi cabeza, tanto como la violencia gratuita, esto último con el estallido de 2019, ya que la violencia engendra violencia. El Homo homini lupus de Thomas Hobbes siempre ha sido así, no me digan que no. Mi padre me comentaba indirectamente, antes de fallecer en 2002, su visión pesimista a través de sus preferencias como El príncipe de Maquiavelo o El arte de la guerra de Sun Tzu, aunque lo de su pesimismo lo saco en limpio por sus preferencias lectoras. Creo que vivir a su lado me generó una visión cruda de la sociedad contemporánea, relacionada con esos libros, tanto como La sociedad del espectáculo y etc., etc. Creo que heredé su mirada desencantada y eso lo plasmo en mis libros. Aunque le añado toques entretenidos, como de Hollywood”.
Ignacio, ¿cómo logró sobrevivir en Santiago tras el estallido social?
“Cuando comenzó, el 19 de octubre de 2019, mi esposa me había abandonado hacía meses y en ese periodo estuve en una soledad ligada al estoicismo, a tratar de percatarme de mis errores, tratar de enmendar un rumbo relacionado con mi literatura y mi vida. Creo que todavía estoy tratando de limpiar mi alma, o tal vez mi cabeza. Como te decía, leo mucho, alrededor de 100 libros anuales, para mí eso es vivir, junto con el cine y la música. Lo del estallido no me pareció tan raro, pero dio pie para que me pusiera a escribir una novela titulada Factoría de brutalidades, sobre un GAP cíborg que cree serlo a punta de golpes en una sesión de tortura en un estadio. La explotación del hombre por el hombre e incluso la autoexplotación conlleva a tener un tren de vida innecesario, con convencionalismos y automóviles nuevos y eso también lo reflejo en mis obras. Consumismo exacerbado, cero espiritualismo, una materialidad latente y un nihilismo terrible. Debo dejar constancia que lo que escribo poco o nada tiene que ver con lo que soy yo y mis preferencias; de hecho, creo en el catolicismo y en el amor; nada con lo que escribo. Escribo lo que no soy”.
¿Cómo aprecia el ambiente literario nacional?
“Se da una cosa rara. Los Premios Nacionales que he conocido como que están en piloto automático, o como un holograma. Eso no quita que son personas muy interesantes y alentadoras. Al resto, la mayoría tiende a hacer lo que le parece. A nivel literario parece que la amistad no existe, y si me tienes que pegar un codazo, lo harán. Aparte, las editoriales piden a los autores que escriban lo que ellos quieren, y para mí eso ya no es arte. Es solo un trabajo a pedido”.
¿Cómo son sus hábitos de escritura?
“Tengo una relación de amor y odio con la escritura. Tengo impulsos escriturales diarios cuando estoy en proceso de un libro y sé que es una carrera de largo aliento, donde debo dosificarme y estructurarme y hay semanas en los que realmente pienso que escribir no sirve para nada y que lo mío está en ese rango, que no sirve para nada salvo para aguantar lo que te comento del mundo actual. Como ese personaje de Islas a la deriva que decía que bebía por el mundo. Yo soy abstemio, en todo caso, y comencé a escribir sin saberlo, intuitivamente, como un método de evasión y disfrute”.
¿Podría explicar qué cercanía tiene con el weird noir, que en Chile tiene tan pocos cultores?
“El weird noir, llamado también policial interior, está de moda fuera de Chile. Tiene relación con los libros publicados por Valdemar y supongo que sus críticos piensan que no es real, que son pavadas de loco. Los textos de esa índole llegan hasta al ad absurdum o jumping the shark. Así lo veo yo”.
Escribe en una entrevista: “En Chile hay un amor desmedido por el realismo”. ¿Qué implicancias tiene esa situación en la literatura chilena?
“A diferencia de otros países como Argentina, aquí se suele escribir bajo esa lógica. Seguro dije eso refiriéndome a la Nueva Narrativa Chilena, no lo que hay ahora. Ahora creo que hay un auge por la fantasía. Incluso han surgido editoriales que publican eso”.
¿De qué autores chilenos se siente cercano?
“De ninguno, creo. Sí puedo decir que tengo poquísimos amigos escritores, tales como Pablo Rumel, y siento afinidad con Fernando Delgado, Julia Guzmán y Joaquín Escobar, pero como te decía, el medio es muy cambiachaquetas, chaquetero y envidioso, y creen que lo que hacen poco menos que es Shakespeare. También son algo tincados, ya que no les haces nada y te pelan o piensan que lo que escribes se relaciona con uno mismo. Algunos han pensado que soy psicópata o gay por lo que escribo y nada, nada que ver. Simpatizo con otros autores, pero mejor no nombrarlos para evitar lo que se da siempre”.
Ignacio, ¿qué libro prepara ahora?
“Estoy trabajando en Eskizoides 2”.