Pedro Pablo Zegers, director de la Biblioteca Nacional de Chile, rememora a Alfonso Calderón, figura relevante de la cultura chilena. De paso, se refiere a Gabriela Mistral, la pasión intelectual de su vida (Mario Rodríguez Órdenes)
Intelectual de fuste, Pedro Pablo Zegers Blachet (Santiago, 1955), director de la Biblioteca Nacional de Chile, es un profundo conocedor de la vida y obra de Gabriela Mistral, la pasión intelectual de su vida. Licenciado en filosofía con mención en literatura en la Universidad de Chile, en 1980, su fecunda trayectoria profesional se ha extendido en el ámbito de la investigación, edición y publicación de innumerables obras de gran relevancia, dentro de las cuales destaca la obra de la maestra de Elqui. En el año 2018 recibió la condecoración de la Orden al mérito Gabriela Mistral que le fue otorgada por su fecunda contribución en beneficio de la educación, la cultura y el enaltecimiento de la función docente.
Zegers, que está en el cenit de su carrera profesional, accedió a conversar con Diario Talca. El pretexto de la conversación fue rememorar al escritor Alfonso Calderón Squadritto (1930 – 2009) con el que tuvo una larga relación en torno al espacio común, la Biblioteca Nacional. No todos saben que la Biblioteca siempre ha sido lugar de encuentro para los humanistas y forjador de grandes amistades intelectuales.
“Tuve una larga relación con Alfonso por más de dos décadas. Y marcó mi vida, con sus consejos, sugerencias. Muchos le debemos a Alfonso. Yo, en lo personal, mucho de lo que soy y de lo que he hecho se lo debo a él. Fue una persona muy humana, condescendiente y afectiva”, precisa Pedro Pablo.
Alfonso Calderón fue un escritor chileno, poeta, cronista, ensayista, memorialista, investigador, Premio Nacional de Literatura 1998. Tras su muerte, su hija Teresa, y tras un largo trabajo de edición publica “El miedo de olvidar” (Editorial Catalonia, 2022), un libro clave para comprender a Alfonso Calderón, su obra y su época.
Uno de los hitos relevantes de la relación de Pedro Pablo Zegers con Gabriela Mistral es la publicación de “Niña Errante / Cartas a Doris Dana” (LUMEN, 2009). Una selección de 250 cartas, de miles, del intercambio epistolar entre Gabriela Mistral y Doris Dana, entre 1948 hasta el fallecimiento de Gabriela en 1957. Pedro Pablo en un exhaustivo trabajo hizo la selección de las cartas, las notas y el prólogo.
Pedro Pablo, ¿qué opinión tiene de “El miedo de olvidar”?
“Como todo lo dicho y escrito por Alfonso Calderón siempre es notable. Hay en Alfonso un grado de lucidez extremo, como pocos he podido leer durante años de lecturas realizadas en mi vida. Gran memorialista y cronista, su pluma es preciosa y cautiva en su lectura y relectura”.
¿Cuál fue el aporte de Alfonso al conocimiento de la obra de Gabriela Mistral?
“El conocimiento de Alfonso de la obra de Gabriela fue tangencial, porque no fue mistraliano. Sin embargo, tuvo algunos acercamientos a temas de Gabriela. Al publicar, por ejemplo, ‘Croquis Mexicano’, que es una compilación y selección de todos los temas mexicanos en Gabriela. Un texto muy bonito. Y luego, ‘Materias’, donde hace una suerte de entrevista imaginaria con Gabriela. En definitiva, su mirada sobre Gabriela es importante, aunque Alfonso nunca se denominó como mistraliano”.
Cuando Gabriela Mistral viaja a Chile por última vez, Alfonso ofició de secretario personal. ¿Le comentó alguna vez algo de esa experiencia?
“Alfonso ofició de secretario en ese viaje de 1954, porque se lo encargó el intendente de la época. Alfonso en ese tiempo hacía clases en el Liceo de La Serena. Y en más de una oportunidad me comentó detalles de esta relación que tuvo con Gabriela. Algunos muy curiosos”.
¿Cómo cuáles?
“Primero, que Gabriela ya no era la misma. Estaba muy cansada. Se veía bastante enferma y no toleraba estar con mucha gente, a pesar que se le hicieron variados homenajes públicos. Ella, lo único que quería era estar en soledad en el cuarto de su hotel, escribiendo o conversando con un público más reducido. Esa es la percepción de Gabriela que en ese momento entregó Alfonso. De una persona que estaba cansada y muy enferma y que necesitaba de su soledad para hacer las cosas que quería hacer”.
¿Permiten esas cartas conocer una Gabriela más integral?
“En esta correspondencia aparece una Gabriela más humana. Con sus claros y oscuros. Todo ser humano tiene los matices de todas las gamas: blancos, negros y grises también. ¿Por qué ella no los iba a tener? Aquí los vemos y eso es lo interesante, porque antes veíamos un blanco y un negro, la buena o la mala; la poesía escolar o la pensadora. Acá la vemos en todo el espectro. Tenemos un personaje que se va integrando al mundo, se convierte en un ser de carne y hueso”.
Como representante de la generación del 50′, ¿qué califica mejor a Alfonso Calderón? ¿Poeta, cronista, profesor, ensayista, memorialista…?
“Pienso que califica muy bien como profesor y ensayista. Tuvo incursiones en la poesía, pero su mirada como profesor y ensayista fueron las más importantes. Y qué decir de memorialista. Notables fueron sus trabajos sobre Joaquín Edwards Bello y otros. Fue un gran conocedor de la literatura chilena y universal. Estar con él siempre fue un deleite y aprendizaje permanente”.
¿Cómo fueron sus encuentros con él?
“Mis encuentros con él fueron múltiples y variados. Lo conocí personalmente en 1991, personalmente, porque ya lo conocía de antes por sus escritos, porque el director de la Biblioteca Nacional de la época, Sergio Villalobos Rivera, nos encomendó reflotar la Revista Mapocho, que llevaba ya diez años sin publicarse, y nombró como director de la revista a Alfonso y yo como secretario de redacción. Fueron muchos años que actuamos en esa modalidad, él como director y yo como secretario de redacción. Pude tener con él una relación directa. De manera que supe de su manera de trabajar, de qué le gustaba y no, de sus encuentros y desencuentros con la literatura chilena”.
Siendo director del Museo Gabriela Mistral de Vicuña, ¿Alfonso lo visitó alguna vez?
“No me visitó durante mi gestión en Vicuña. En esos años fecundos, leí todo lo que pude de Gabriela, madurando la lectura en los propios espacios geográficos que ella conoció”.
¿Pudo superar el resguardo a la vida privada que caracterizaba a Alfonso?
“Alfonso siempre tuvo su vida privada bajo resguardo. Y eso lo mantuvo hasta su muerte. Había cosas que socializaba y otras que no. Por cierto, era muy reservado. Yo supe muchas cosas personales de él, pero fue porque trabajamos largos años juntos y era inevitable que tanto él como yo, habláramos de temas personales”.
¿Cómo era trabajar con él?
“Trabajar con él era un deleite. Un aprendizaje permanente. No había día que yo no aprendiera de un autor nuevo o una relectura que él pensaba que había que hacer. En eso era muy profesor. Muy de enseñar y de entregar el conocimiento que tenía, de manera generosa”.
¿Pudo darse cuenta cómo funcionaba su extraordinaria memoria?
“Su memoria era extraordinaria. Una memoria que en pocas personas he conocido. Hubo un director de la Biblioteca Nacional que siempre le decía: Alfonso, tú que todo lo sabes. Y siempre le pedía cosas raras, porque sabía que podía resolverlas”.
¿Qué era la Biblioteca Nacional para Alfonso?
“La Biblioteca Nacional de Chile era para Alfonso su casa, su espacio donde se sentía plenamente a gusto. Donde pasó momentos hermosos, llenos de actividad intelectual, de lecturas, conversaciones. Era su refugio”.
¿Qué papel tuvo en la reaparición de la Revista Mapocho?
“Fundamental, porque al ser nombrado director por Sergio Villalobos tuvo que conformar un cuerpo editorial. Por otro lado, buscar una línea editorial para la revista. Obviamente tenía que ser distinta a la que había quedado trunca. Alfonso le puso su propio sello donde cabía la literatura, el ensayo y en menor medida la historia”.
También rescató la obra de Joaquín Edwards Bello, y otros autores…
“En lo que respecto a la obra de Joaquín Edwards Bello y otros autores tuvo una enorme participación. Tuvo la posibilidad de acercarse a Martha Albornoz, viuda de Joaquín Edwards y lograr registrar valiosa información acerca de Joaquín y revisar buena parte de los papeles que dejó tras su muerte. Ese rescate fue tremendo y Alfonso se convirtió en uno de los grandes propulsores de la lectura de la crónica de Joaquín Edwards y promotor del género”.
¿Qué impulsó como director del Centro de Investigaciones Barros Arana de la Biblioteca Nacional?
“Fue un periodo bastante corto, donde Alfonso dio algunos lineamientos, especialmente sobre ediciones, sobre qué publicar y que no publicar. Dio una línea general, porque Alfonso era una persona ajena a la burocracia y a la rutina. Y ser parte de ese engranaje no le gustaba mucho”.
¿Cuál era su rutina cuando visitaba la Biblioteca?
“Su rutina era los martes. Llegaba muy temprano. Leía bastante y preguntaba por el avance de la Revista Mapocho. Revisaba algunos artículos, a veces traía alguno para incorporar. Tenía conversaciones conmigo y Thomas Harris en torno a la revista”.
Su hija Teresa señaló que, a la muerte de su padre, tenía tres libros inéditos que no se han podido encontrar. ¿Supo algo de ellos?
“Desconozco los libros que Alfonso pudo haber tenido inéditos. Él siempre estaba trabajando, investigando, leyendo y releyendo. Y por eso lo relativo a los libros inéditos es algo perfectamente posible”.
¿Por qué señala que no se ha hecho completa justicia con Alfonso Calderón?
“Creo que no se conoce mucho su obra. Vale la pena difundir su valioso trabajo de cronista. También sus extraordinarias condiciones de profesor y formador de generaciones de periodistas. Ahí creo que hay que hacer un acto de justicia con él, de manera que su legado no se diluya en el tiempo”.
¿Cómo fueron los últimos años de Alfonso Calderón?
“Los últimos años de Alfonso fueron de mucha prisa. Estaba haciendo múltiples tareas simultáneamente, parece que intuía que sus días en la tierra estaban por terminar. Era un torbellino”.
¿Cuándo lo vio por última vez?
“No recuerdo con exactitud la última vez que lo vi. Pero probablemente fue unos meses antes cuando dejó sus responsabilidades en la Biblioteca Nacional y se abocara completamente a su trabajo en la Universidad Diego Portales, donde estuvo en el último periodo de su vida. Un par de veces nos llamamos por teléfono. Y aunque ya no estaba en la Biblioteca Nacional, siempre preguntaba por ella y por la gente que conocía. Alfonso era veloz y su paso era brumoso. Siempre aparecía y desaparecía. Y por eso me queda la duda de cuando lo vi por última vez”.